Economía
Esta palabra, derivada del griego, quiere decir etimológicamente régimen o administración de la casa, y tiene en nuestro idioma diversas acepciones: sirve para indicar el buen orden y parsimonia en los gastos; expresa también la relación armónica de las funciones o elementos que constituyen alguna cosa, y así se dice: economía animal, humana, social, etc., y se emplea, sobre todo en el plural, como sinónima o equivalente de ahorro. Ni aquel origen ni estas acepciones justifican el que se haya adoptado la voz economía como nombre de la ciencia que estudiamos, porque no da idea del asunto que ésta se propone, y no guarda, por lo tanto, relación alguna con su objeto.
El valor de esa denominación es puramente histórico, y se funda en el hecho de haber llamado Jenofonte Economía o Económicos a un libro en que se ocupaba principalmente de la gestión de los asuntos domésticos.
La mayor parte de los economistas, reconociendo los graves males que produce a la ciencia, y la confusión que introduce en ella ese título arbitrario que, en vez de mostrar, oculta su contenido, han intentado remediarlos, unos buscando nombres nuevos, y tratando otros de corregir y enmendar la impropiedad del antiguo por medio de calificativos que ampliasen la significación original del sustantivo Economía; pero estos esfuerzos han resultado inútiles y aún contraproducentes: las denominaciones propuestas, en número de más de veinte, responden todas a la manera particular de concebir la ciencia que tenían sus autores, y así han pretendido que se llame Crematística —ciencia de la riqueza—, Cataláctica —ciencia del cambio—, Ponología —ciencia del trabajo—, etc., sin conseguir una fórmula exacta o que por lo menos fuese aceptada: por su parte, los que preferían una adición han hecho nombres compuestos menos afortunados todavía y han apellidado a la ciencia: economía pública, nacional, política, etc., aumentando las dificultades y complicando en vez de simplificar la nomenclatura. Ya se ha desistido, sin embargo, de nuevas invenciones y se ha comprendido que es vana tarea la de buscar nombre adecuado para un objeto cuya naturaleza no es aún bien conocida: cuando se logre determinar de un modo concluyente el asunto propio de la ciencia económica, y sea por todos visto del mismo modo, fácil será acordar un titulo que le convenga, si es que aún entonces no se cree preferible respetar la tradición; entre tanto, lo mejor es atenerse a ella y aceptar, con las salvedades necesarias y fijando su sentido, el nombre que empleó Jenofonte y ha consagrado la historia.
Estas consideraciones serían bastantes para desechar la denominación de economía política, que es admitida generalmente por los escritores franceses y españoles, si no tuviéramos otras más fundamentales que hacer en contra de ella: designando así a la ciencia, se alimenta el error de aquéllos que la atribuyen un carácter esencialmente público o social, y se comete, además, la impropiedad de calificar al todo por lo que conviene a una sola de las partes. Político quiere decir lo que se refiere al Estado, y si bien es cierto que la ciencia estudia la vida económica de los Gobiernos, no se ocupa de ella primera y exclusivamente, sino mirándola como una de tantas manifestaciones o esferas de la actividad en ese orden: por eso, si hay una economía que es y debe llamarse política —la que comúnmente se dice ciencia de la Hacienda pública—, habrá que distinguir de igual manera otra que será individual, familiar, etc., por razón de la persona o sujeto que considera, y será también preciso reconocer que, sobre todas estas manifestaciones o aspectos especiales, hay algo común que expresa su unidad, está lo económico en sí mismo, en sus leyes generales, que es lo fundamental y más interesante del asunto.
De suerte que economía es la denominación propia de la ciencia total, y aceptándola como genérica estamos en aptitud de modificarla luego para calificar todas las variedades que ofrece lo económico, ya por virtud de las entidades o esferas a que puede referirse, en cuyo sentido diremos que la economía es individual, doméstica, nacional, política, etc.; ya atendiendo a la consecución de fines especiales, que nos darán una economía agrícola, industrial, mercantil, etcétera. |
Mucho más importante que la cuestión del nombre de la ciencia es la de determinar su concepto, porque siendo ésta la primera y fundamental de nuestro estudio, su solución influye necesariamente y de un modo decisivo en todas las investigaciones posteriores.
Las divergencias, sin embargo, entre los maestros y cultivadores de la economía son en este punto mayores que en otro alguno, pues aún aquéllos que forman escuela, por hallarse de acuerdo en principios secundarios, discuten y no se avienen para definir la ciencia. Creemos que es de escasa utilidad, y además impropio de nuestro objeto, un examen minucioso de las muchas fórmulas que han pretendido fijar el concepto de la economía, y nos limitaremos por eso a repetir aquí lo que en otra parte hemos dicho acerca del mismo asunto (1).
«Lo único en que convienen los conceptos históricos y reinantes profesados acerca de la economía es en la afirmación que implícitamente hacen todos ellos de que lo económico expresa una relación, y relación humana, porque luego al definirla cada escritor se ha fijado exclusiva o preferentemente ya en el sujeto, ya en el objeto, en el modo o en el fin de esa relación, sin que ninguno de ellos, en nuestra humilde opinión, haya logrado comprender todos los elementos que contiene.
Atendiendo al sujeto, se ha dicho que la economía es la ciencia de la actividad o del trabajo; por consideración al objeto se ha definido como ciencia de la utilidad o la riqueza: en razón, sin duda, del modo o forma de aquella relación, se dice que son objeto de la economía el cambio o la propiedad; y por último, cuando se mira el fin inmediato, se afirma que estudia la manera de satisfacer el interés personal o la prosperidad de los pueblos, y cuando se atiende al fin mediato, se da como asunto propio de la ciencia la investigación de los medios que sirven para el progreso y cumplimiento del destino humano
Que la economía se ocupa de la actividad y del trabajo, es cosa fuera de duda; mas también parece claro que los considera bajo un solo y determinado aspecto, porque hay muchas clases de actividad y trabajo —el de quien estudia o reza, por ejemplo— que nunca tenemos por económicos.
La idea de utilidad excede también a la de economía, porque, siendo aquélla la cualidad que tiene el medio de servir para el fin, se da donde quiera que existe un medio, y por consiguiente, lo mismo fuera que dentro del mundo económico; y en cuanto a la riqueza, si entendemos por ella una suma de bienes, estamos en caso igual al anterior, porque hay otros bienes que los económicos, y si la tomamos en el sentido de conjunto de valores, entonces, además de que se señala como objeto de la ciencia un mero resultado, sin examinar para, ni por qué se obtiene, se comete el error de suponer que la acumulación es la que hace entrar a determinadas cosas bajo la acción de la economía.
De igual manera el cambio es fórmula general de las relaciones humanas en todas las esferas, y aun tomándole en acepción más restringida, el cambio como hecho, no es el primero ni el fundamental del orden económico; antes es producir que cambiar, y si se dice que se trabaja y produce para el cambio, además de no ser esto absolutamente cierto, nosotros añadiremos que se cambia para el consumo, por donde éste vendría a ser lo culminante para la economía. Por otra parte, el cambio, como principio, coloca desde luego a la ciencia en el terreno social, y prescinde de la consideración general de lo económico y de su esfera individual. Más expresiva la propiedad, no creemos, sin embargo, que pueda satisfacer enteramente, presentada como objeto de la economía, porque reduce su asunto a las cosas de la Naturaleza, eliminando los actos o servicios humanos, que indudablemente se hallan también comprendidos en la relación económica.
Atribuir como fin a la economía el perfeccionamiento o la realización del destino humano, no es decir nada para precisar su objeto, porque no puede ser otro que ése el que todas las ciencias se proponen. Y finalmente, poniendo a cargo de la economía la satisfacción del interés, ya personal, ya nacional, se deja la misma vaguedad en el concepto, porque el interés es móvil general de la actividad; todo bien interesa, y así hablamos diariamente de intereses religiosos, políticos, etc.; esto aparte del peligro que conocidamente existe en reconocer el interés propio como único motivo de las acciones, siquiera sea en cierto circulo, cuando, al mismo tiempo, se deja al arbitrio y capricho del sujeto la fijación de su interés.» (V. Interés personal.)
Partiendo de las anteriores consideraciones y de la idea, común a todos los conceptos de la ciencia, que afirma lo económico como una relación humana, podemos observar, analizándola, que esta relación presenta los siguientes caracteres:
1.º Que es el sujeto nuestra actividad.
2.º Que son su objeto las cosas y los actos de los otros hombres, útiles para nuestro fin.
3.º Que la cualidad, por tanto, del objeto, en la relación económica, es la utilidad.
4.º Que la utilidad, el medio, sólo son económicos en cuanto dependen de la actividad humana.
5.º Que el fin de la relación es nuestro bien.
6.º Que el bien, bajo este aspecto, o sea el fin económico, consiste en la adquisición y empleo de los medios materiales que sirven para satisfacer nuestras necesidades.
Y armonizando ahora todos estos datos diremos que la economía es ciencia del orden de relaciones que la actividad establece con la Naturaleza y con nuestros semejantes, para conseguir los medios materiales que reclaman las necesidades de la vida humana
Esta definición reconoce explícitamente el valor económico de los actos o servicios, y considera dentro también del objeto de la ciencia las necesidades del espíritu, en tanto que los medios materiales se aplican a satisfacerlas. —En la adquisición de un libro, por ejemplo, u en la retribución dada a un maestro, vemos como los medios económicos sirven para fines del espíritu.
En cuanto a la reducción de lo económico a los medios materiales, lejos de ser una novedad en la ciencia, es precisamente la doctrina de sus fundadores. No hablemos del sistema mercantil, ni de la escuela fisiocrática, cuyas concepciones son por todos conocidas; pero Adam Smith atribuye a la economía, como objeto, el de procurar al pueblo una buena renta o una subsistencia abundante; Sismondi el bienestar físico del hombre, y el mismo Say y todos los que la definen como ciencia de la riqueza, se refieren sin duda a la suma de los bienes materiales. Si después se ha querido extender la esfera económica a la obra entera de la actividad y ha encontrado partidarios la doctrina de Dunoyer, que habla de productos y riquezas inmateriales, es porque no se precisa bien el carácter económico de los servicios y de las llamadas profesiones o industrias, que obran sobre el hombre mismo.
Es verdad que todo acto —por interno y subjetivo que sea— tiene un aspecto económico y ejerce alguna influencia en el orden de los bienes materiales; pero esto, que es consecuencia de la solidaridad humana y de la unidad de nuestro fin, no quiere decir que toda aplicación del trabajo haya de dar directa o inmediatamente productos económicos.
El sacerdote no es, como pretende Dunoyer, un industrial que produce ceremonias religiosas, ni el maestro un fabricante de conocimientos, ni el médico un productor de hombres sanos: la religiosidad, la sabiduría y la salud no indican una acumulación de productos económicos inmateriales; expresan conceptos muy diferentes del de riqueza; y que no es lo mismo ser sabio o ser virtuoso que ser rico, nos lo dicen bien claro el lenguaje común y la experiencia. El hombre instruido y de costumbres morales se halla indudablemente en mejores condiciones para el ejercicio de la actividad económica que el ignorante o vicioso, y en este sentido depende el progreso económico de la moralidad y la cultura; pero deduciendo de aquí que la educación es una riqueza inmaterial cometemos el mismo error que si consideráramos los que se llaman bienes de fortuna como conocimientos y virtudes en forma material, y al hombre acaudalado como bueno y erudito, porque dispone de medios que puede aplicar al desarrollo y mejoramiento de su espíritu.
Las relaciones que median entre la esfera económica y las demás de la vida, no impiden su distinción, y la actividad que obra en ellas, con ser una y siempre la misma, ofrece aspectos diversos por razón del fin particular a que directamente se aplica. El orden que estudia la economía se enlaza con el religioso, el moral, el científico y el jurídico, porque aquél da a éstos ciertos medios comunes, que son precisamente los medios materiales, los que ellos por sí mismos no pueden adquirir. Sin decir que sea industrial el trabajo del sacerdote, del profesor o el magistrado, podemos reconocer que tiene carácter económico en tanto que sus servicios se retribuyen en forma material; pero ese cambio de cosas económicas por actos que corresponden a órdenes diferentes, no constituye una operación productiva, sino más bien de consumo o aplicación de la riqueza a la satisfacción de necesidades determinadas, al cumplimiento de los fines que tienen a su cargo aquellas profesiones.
Esa confusión de esferas ha dado lugar a que la ciencia económica se haya visto, unas veces acusada con fundamento de invasora, y otras veces negada o invadida; pero reduciendo su acción al orden de los bienes materiales, la economía se libra de toda vaguedad en su concepto, fija su posición al lado de las otras ciencias, y asegura su dignidad e independencia, porque nadie podrá negarla con justo título un dominio que no cede a ni ningún otro en extensión e importancia.
Desde este punto de vista, es, en efecto, muy sencillo de resolver para la economía el interesantísimo asunto de sus relaciones con las demás ciencias, como veremos comparándola con la moral, el derecho y la política, que son las ramas del conocimiento con que, por razón de la proximidad, tiene mayor conexión.
La moral es ciencia del bien como motivo de la actividad, y siendo éste el único móvil legitimo, todos los actos entrarán en ella, y serán buenos moralmente cuando se dirigen al bien y malos cuando se apartan de él y le contradicen.
El derecho se refiere o la condicionalidad de la vida, es ciencia del bien de cada uno relacionado con el de los demás, y considera la actividad en tanto que dependen de ella las condiciones del fin humano. El hombre ha de obrar siempre atendiendo al bien de los otros seres, con ánimo de prestarles esas condiciones y todos los actos tendrán por consiguiente, carácter y valor jurídico. —Por eso se dice que la moral y el derecho abrazan la vida entera, que estudian formas totales de la actividad humana.
La economía comprende solamente aquellos actos con que el hombre procura adquirir los medios materiales que necesita. Lo económico no es, por tanto, una cualidad común a todas las manifestaciones de la actividad, sino el contenido particular de algunas de ellas.
El fin moral se cumple en la intención del sujeto, el jurídico por medio de prestaciones, y el fin económico por la adquisición de ciertos medios
La unidad está en que las tres ciencias se ocupan de la actividad, de una relación suya.
La distinción consiste en que esa relación es diferente: la moral atiende al bien absoluto en la voluntad; el derecho al bien, en cuanto depende de condiciones que han de ser puestas por la actividad humana; la economía al bien, que se consigue con la obtención de medios determinados.
La armonía nace de esta consideración común del bien como término y objeto de la actividad.
Las consecuencias que se derivan de esa manera de concebir la relación del orden económico con el moral y jurídico, no pueden ser más trascendentales. En vista de ello, ya no cabe considerar lo económico como un principio aislado y suelto, regido únicamente por la utilidad y el interés, en oposición, o disidencia al menos, con esos otros fines de la vida, sino que aparece enlazado armónicamente, subordinado y referido a ellos, sin dejar por eso de tener acción y esfera propios. El acto económico es primeramente moral y jurídico, porque ha de ir encaminado al bien y a la justicia; los preceptos de la moral y el derecho no tienen en el orden de los bienes materiales sentido ni eficacia distintos de los que reciben con aplicación a otros fines, y las ideas de lo bueno, lo justo y lo económico no son, en último término, más que aspectos diversos del bien único, que halla el hombre en el cumplimiento de su destino.
La economía, separándose de la moral y el derecho, se ha visto luego en el caso de pedirlas que moderen los extravíos del interés personal; pero no logrará evitar los choques y conflictos con esas ciencias, hasta que no vuelva a vivir dentro de la órbita que ellas tratan a todo lo que es humano.
La política, ciencia del Estado que examina su naturaleza, su fin, y la organización de los medios necesarios para cumplirle, tiene comunidad de asunto con la economía: 1.º, porque ésta considera también al Estado como sujeto de vida económica, y dando lugar a una esfera particular y a fenómenos especiales respecto de la adquisición y empleo de los bienes materiales; y 2.º, porque a su vez la política ha de tomar en cuenta los principios económicos para determinar las relaciones que el Estado debe mantener con este orden. |
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(1) Indicaciones sobre el concepto y plan de la ciencia económica, escritas para servir de Apéndice a la segunda edición del Tratado didáctico de Economía política, por D. Mariano Carreras y González.