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Torre de Babel Ediciones

El evangelio del Buddha. Capítulo 8. El príncipe Siddharta llega a Buddha

VIII.- EL REY BIMBISARA (1)

1. Siddhartha se cortó su abundante cabellera y trocó sus vestiduras reales por un burdo vestido de color de tierra. Envió a Kapilavastu a Chalina, el cochero, con Kanthaka, el noble corcel, para que dijese a su padre que había abandonado el mundo, y el Bodhisatva erró por los caminos con el cuenco del mendigo en la mano.

2. Pero la majestad de su espíritu no podía ocultarse bien bajo la pobreza de su aspecto. Su noble continente delataba su real origen, y sus ojos irradiaban el fervoroso celo por la verdad. La belleza de su juventud, transfigurada por la santidad, circundaba su cabeza como un halo.

3. Todos los que le veían le contemplaban con asombro. Los más apresurados detenían su paso, y volvían a mirarle, y nadie dejaba de prestarle homenaje.

4. Y habiendo entrado en la ciudad de Radjagriha, el príncipe fue de casa en casa esperando que, silenciosamente, alguien le ofreciese de comer. Por donde quiera que iba el Bienaventurado las gentes le daban lo que tenían, se prosternaban modestamente ante él y se sentían llenos de gratitud porque desdeñaba acercarse a sus viviendas.

5. Viejos y jóvenes decían emocionados: ¡He ahí un noble muní! Su llegada es una bendición. ¡Qué dicha nos aguarda!

6. Y el rey Bimbisara, observando la emoción de la ciudad, indagó su causa, y conociéndola, envió un servidor suyo para que observase al extranjero.

7. Y habiendo averiguado que el muní debía ser un sakya de familia noble, que se había retirado al bosque cerca de un riachuelo para comer el alimento que llevaba en su cuenco, el rey, conmovido, poniéndose sus ropas reales y su corona de oro en la cabeza, fue, acompañado de sus ancianos y prudentes consejeros, al encuentro del huésped misterioso.

8. El rey encontró al muní de raza sakya sentado bajo un árbol. Y admirando la tranquilidad de su rostro, y la distinción de sus maneras, Bimbisara saludándole con respeto, le dijo:

9. «¡Oh, Shramana! Tus manos están hechas para sostener las riendas de un imperio, y no el cuenco de un mendigo. Si no adivinase ya que eres de estirpe real te suplicaría te asociases a mí para gobernar mi reino y compartir mi poder. El deseo del mando conviene a los espíritus más magnánimos y la opulencia no ha de menospreciare. Ganar los tesoros y perder su religión no es una gran ganancia; pero el que posee a la vez esos tres bienes: poder, opulencia y religión, y goza de ellos con discreción y sabiduría, a ése yo le llamo un gran maestro.»

10. El gran Sakyamuní alzó los ojos y respondió:

11. «¡Oh, rey! Estás reputado como liberal y religioso, y tu palabra es prudente. El hombre bueno que hace un buen empleo de la riqueza se dice que posee en verdad un gran tesoro; pero el miserable que atesora sus riquezas no obtendrá ningún provecho.

12. La caridad es rica en provechos; la caridad es la mayor de las riquezas, pues aunque se prodigue no crea ningún remordimiento.

13. Yo he roto todos los lazos porque busco la liberación. ¿Cómo podría volver de nuevo al mundo? El que busca la verdad religiosa, el mayor de todos los tesoros, debe abandonar todo lo que concierne a su personalidad o extravía su atención, y no debe tener más que aquel único objeto. Debe libertar su alma de la avaricia y de la lujuria, y también de la ambición del poder.

14. El que ceda a la lujuria un poco, la verá crecer como un niño. El que ejerza el dominio del mundo se llenará de cuidados.

15. Mejor que el señorío de la tierra, mejor que la estancia en el cielo, mejor que el imperio sobre todos los mundos, es el fruto de la santidad (2).

16. Un Bodhisatva reconoce la naturaleza ilusoria de la riqueza, y no comprende el veneno y el alimento.

17. El pez que ha picado, ¿amará el cebo? El pájaro, ¿se enamorará de su jaula?

18. El enfermo torturado de fiebre busca un medicamento refrescante. ¿Le aconsejaremos otro que la aumente? ¿Apagaremos un fuego cambiando de combustible?

19. Te ruego no me molestes más. Hazlo más bien a los que anhelan los cuidados de la realeza y los disgustos de las grandes fortunas. Ellos no gozan de ellas sino temblando, porque están constantemente amenazados de perder los bienes a que tienen su corazón sujeto, y cuando mueren no pueden llevarse ni el oro, ni la diadema real. ¿En qué mandará un rey muerto sobre un mendigo muerto?

20. Una liebre escapada de la boca de una serpiente, ¿volverá para ser devorada? Un hombre que se ha quemado la mano con una antorcha, ¿la resistirá después de haberla echado al suelo? Un ciego que ha recobrado la vista, ¿querrá perder los ojos?

2L Mi corazón no aspira a una vana ganancia; ahí he depuesto mi diadema imperial y he preferido libertarme de las cargas de la existencia.

22. Por esto no trato de mezclarme en nuevos parentescos y nuevos deberes que me impidan proseguir la obra que he empezado.

23. Siento dejarte; pero debo ir a ver a los sabios que pueden enseñarme una religión y a encontrar el camino por donde escapar al mal.

24. ¡Que tu país goce de paz y prosperidad y que la sabiduría se extienda en tu gobierno como el brillo del sol al medio día! ¡Que tu poder real sea fuerte! ¡Que la justicia sea el cetro que empuñes!»

25. El rey, uniendo sus manos con respeto, se prosternó ante Sakyamuní, diciendo: «Que puedas encontrar lo que buscas, y cuando lo hayas encontrado, vuelve, te lo ruego, y acéptame por discípulo».

26. El Bodhisatva se separó del rey amistosamente y con buenas palabras, resuelto firmemente a cumplir su demanda.

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(1) Fuente: Fo-sho-hing-tsan-king, 778, 918.

(2) Fuente: Dhammapada, Max Müller (S. B. of the E., X), 178.

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