Torre de Babel Ediciones

Buscar

El libro de JOB – Voltaire-Diccionario Filosófico

Jesuitas u orgullo  ◄

Voltaire – Diccionario Filosófico  

► José

 

JOB

Job - Diccionario Filosófico de VoltaireBuenos días, amigo Job; tú eres uno de los tipos más antiguos y más originales que mencionan los libros; tú no eras judío; sabemos que el libro que lleva tu nombre es más antiguo que el Pentateuco. Si los hebreos, que tradujeron ese libro del árabe, han usado la palabra Jehová para designar a Dios, copiaron esa palabra de los fenicios y de los egipcios, de lo cual están convencidos los verdaderos sabios. La palabra Satán tampoco es hebrea; es caldea.

Morabas en los confines de la Caldea. Comentaristas dignos de serlo sostienen que tú creías en la resurrección, porque estando acostado en el estercolero, dices en el capítulo XIX de tu libro «que te levantarás» del suelo algún día. El enfermo que espera curarse no por eso espera en la resurrección; pero yo deseo hablar de otras cosas.

Confiesa que tú eres un parlanchín; pero tus amigos lo eran mucho más. Dícese que poseías siete mil ovejas, tres mil camellos, mil bueyes y quinientos asnos. Voy a sacarte la cuenta de lo que te producirían.

Siete mil ovejas, a tres libras y diez sueldos cada una,
suman veintidós mil quinientas libras tornesas; pongamos…   22.500 libras.
Tres mil camellos, a cincuenta escudos cada uno…                450.000   «
Mil bueyes, unos con otros, valen lo menos…                          80.000   «
Quinientos asnos, a veinte francos cada uno…                        10.000   «
El total asciende a…                                                            562.500    «
Sin contar tus muebles, sortijas y joyas.

Yo era mucho más rico que tú, y aunque he perdido gran parte de mis bienes y estoy enfermo como tú, no he murmurado contra Dios, como tus amigos te echan en cara muchas veces. No estoy del todo satisfecho de Satán, que, por inducirte a pecar y por conseguir que te olvidaras de Dios, pidió permiso para privarte de tus bienes y para darte la lepra. En ese estado es cuando los hombres recurren siempre a la Divinidad: los hombres que son felices la olvidan. Satán conocía entonces poco del mundo; más tarde le conoció mucho más, y cuando quiere que alguno no se le escape, le procura el empleo de arrendador general u otro destino mejor, si es posible.

Tu mujer era una impertinente; pero tus falsos amigos Elifaz, natural de la Arabia, Baldad de Suez y Sofar de Nanmath, eran mucho más insoportables que ella. Te exhortaban a tener paciencia de un modo capaz de impacientar al hombre más benigno, y te dedicaban fastidiosos sermones.

Verdad es que tú no sabes lo que dices cuando escribes: «¡Dios mío! ¿soy el mar o soy una ballena, para que me hayáis encerrado como en una prisión?» Tus amigos no sabían más que tú, cuando te contestaron «que el junco no podía reverdecer sin tener humedad, ni la hierba de los prados puede crecer sin agua». Nada hay tan consolador como este axioma.

Sofar de Nanmath te echa en cara que eres un parlanchín, pero ninguno de tus buenos amigos te presta un escudo; yo no te hubiera tratado de ese modo. Se encuentran muchas personas que den consejos, pero muy pocas que den dinero. No vale la pena de tener tres amigos para que no nos den ni una gota de caldo cuando estamos enfermos. Creo que si Dios te devolviera la salud y la riqueza, esos tres personajes no se atreverían a presentarse delante de ti; por eso los «amigos de Job» han pasado a ser proverbio.

Dios estaba muy descontento de ellos, y les dijo francamente en el capítulo XLII que son fastidiosos a imprudentes, y les condenó a una multa de siete toros y siete becerros por haber dicho muchas tonterías; yo los hubiera condenado por no haber socorrido a su amigo.

Te suplico que me digas si es verdad que viviste ciento cuarenta años después de tu desgracia. Me gusta saber que los hombres honrados viven mucho tiempo; sin duda los hombres actuales son unos grandes bribones, porque tienen muy corta la vida.

Por lo demás, el Libro de Job es uno de los más preciosos de todos los de la antigüedad. Es evidente que lo escribió un árabe que vivió antes de la época en que colocamos a Moisés; pero lo que debe notarse, lo que demuestra que esa fábula no la escribió un judío, es que en ella se habla de las tres constelaciones que llamamos hoy la Osa, el Orión y las Híades. Los hebreos no tuvieron ni la menor noción de astronomía, ni siquiera tenían palabra para expresar esta ciencia; todo lo que se refiere a las artes del espíritu les era desconocido, hasta la palabra geometría. Los árabes, por contrario, habitaban en tiendas de campaña y se ocupaban continuamente en observar los astros; fueron quizá los primeros que arreglaron sus años inspeccionando el cielo.

Hay que hacer la importante observación de que en este libro sólo se habla de un Dios único. Es un error creer que los judíos únicamente reconocieron la existencia de un solo Dios, porque así lo creía casi todo el Oriente, y los judíos plagiaron esta creencia, como lo plagiaron todo.

Dios, en el capítulo XXXIII, habla a Job en medio de un torbellino, que luego copió el Génesis. No nos cansaremos de repetir que los libros judíos no son tan antiguos como se supone. El fanatismo y la ignorancia dicen que el Pentateuco es el libro más antiguo del mundo; pero es evidente que los de Sanchoniathon, los de Thaut, los del primer Zerdust, el Shasta, el Veda de los indios, los cinco Kinqs de los chinos y el Libro de Job, son de más remota antigüedad que ningún Libro judío. Está demostrado que ese reducido pueblo no pudo tener anales hasta que constituyó un gobierno estable, lo que no sucedió hasta la época de sus reyes, y que su idioma se fue formando con el transcurso del tiempo de una mezcla de fenicio y de árabe. Hay pruebas incontestables de que los fenicios cultivaron las letras mucho tiempo antes que ellos, que no tenían otras profesiones que el bandolerismo y el corretaje, y sólo fueron escritores por casualidad. Se han perdido los libros de los egipcios, de los fenicios, de los chinos, de los brahmanes y de los guebros, pero los judíos han conservado los suyos. Esos monumentos son curiosos, pero sólo son monumentos de la imaginación humana, en los que no se puede aprender ni una sola verdad física ni histórica. Cualquier insignificante libro de física que se publica hoy es más útil que todos los libros de la antigüedad.

Dom Calmet, ese cándido compilador de tantas fantasías y de tantas imbecilidades, ese hombre cuya simplicidad ha contribuido a que nos riamos de las tonterías antiguas, relata fielmente las opiniones de los que pretenden adivinar la enfermedad que padeció Job, como si Job hubiera sido un personaje real. No titubea en decir que Job padeció de sífilis, y amontona pasaje sobre pasaje, como tiene por costumbre, para probar lo que no existió. Se conoce que no había leído la historia de la sífilis que escribió Astruc, porque Astruc no era Padre de la Iglesia ni doctor en Salamanca, sino médico sabio, y dom Calmet ni siquiera supo que existía. Los frailes compiladores son unos pobres hombres.