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ELOCUENCIA y retórica – Voltaire-Diccionario Filosófico

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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ELOCUENCIA

Elocuencia - Diccionario Filosófico de VoltaireLa elocuencia nació antes que las reglas de la retórica, así como las lenguas se formaron antes que la gramática. La Naturaleza da elocuencia al hombre cuando le agitan grandes pasiones o le impulsa un gran interés; el que está vivamente conmovido ve las cosas bajo otro punto de vista que los demás hombres: usa rápidas comparaciones y felices metáforas, sin darse cuenta de ello, animando su discurso y comunicando a los que le oyen parte de su entusiasmo. El filósofo Dumarsais nota que hasta el pueblo se expresa por medio de figuras, y que le son comunes y naturales los giros que llamamos tropos. El hombre elocuente consigue que la Naturaleza se refleje en las imágenes con que embellece su peroración. El deseo natural de cautivar a sus jueces y a sus maestros, el recogimiento de su alma profundamente afectada, que se prepara a desarrollar los sentimientos que la excitan, son los primeros maestros del arte.

Esa misma Naturaleza es la que inspira algunas veces improvisaciones vivas y animadas. Una pasión fogosa, un peligro inminente, hieren de repente la imaginación. Por ejemplo, un capitán de los primeros califas, al ver que los musulmanes huían, les gritó: «¿Hacia dónde huís? Por ese camino no encontraréis a los enemigos.» Esa misma frase se ha atribuido a varios capitanes, entre ellos a Cromwell. Las almas fuertes abundan más que las almas delicadas. Rasi, capitán de los musulmanes en la época de Mahoma, al ver desconcertados a los árabes por la muerte de su general Derar, acaecida en el campo de batalla, exclama: «¿Qué importa que haya muerto Derar? Dios está vivo y os contempla; acometed al enemigo.» También tuvo un rasgo de elocuencia el marinero inglés Jenkis, que fue el que hizo decidir la guerra contra España en 1740, que dijo: «Cuando los españoles, después de mutilarme, me querían dar la muerte, recomendé mi alma a Dios y mi venganza a la patria.»

La Naturaleza, pues, es la que da la elocuencia, y si se dice que los poetas nacen y los oradores se hacen, se dice esto sólo cuando la elocuencia se ve obligada a estudiar las leyes, el carácter de los jueces y el método de la época; la Naturaleza sólo es elocuente a saltos.

Los preceptos nacieron siempre después del arte. Tisias fue el primero que recogió las leyes de la elocuencia, de las que la Naturaleza dicta las primeras reglas. Poco después, Platón dice en su Gorgias que el orador debe tener la sutileza de los dialécticos, la ciencia de los filósofos, la dicción de los poetas, la voz y los gestos de los cómicos. Aristóteles, después de demostrar Platón que la verdadera filosofía es la guía secreta del espíritu en todas las artes, profundizó los manantiales de la elocuencia en su libro titulado Retórica; hizo ver que la dialéctica es la base del arte de persuadir, y que ser elocuente es saber probar.

Distinguió tres géneros en la elocuencia: deliberativo, demostrativo y judicial. El primero es el que trata de convencer a los que están deliberando para que se decidan por la guerra o por la paz, sobre la administración pública, etc.; el segundo, o sea el demostrativo, es el que se ocupa en demostrar lo que es digno de alabanza o de vituperio; el tercero, o sea el judicial, trata de persuadir, de absolver o de condenar. Fácil es comprender que esos tres géneros no siempre están separados unos de otros. Trata luego de las pasiones y de las costumbres, que todos los oradores deben conocer. Examina las pruebas que deben emplearse en cada uno de los tres géneros de elocuencia y termina estudiando a fondo la alocución, sin la que el discurso languidece; recomienda el uso de metáforas, con la condición de que sean propias y nobles, exigiendo sobre todo el lenguaje conveniente y decoroso. Todos sus preceptos respiran la justicia ilustrada del filósofo y la civilización del ateniense, y al dictar reglas de elocuencia, es también elocuente por su sencillez.

Debemos notar que Grecia fue entonces la única región del mundo donde se conocieron las reglas de la elocuencia, porque era la única donde la verdadera elocuencia existió. Conocían las demás naciones el arte grosero. Rasgos sublimes los hubo en todas partes y en todas las épocas, pero sólo los griegos supieron conmover los espíritus de una nación civilizada. Los orientales casi todos eran esclavos, y el carácter de la servidumbre consiste en exagerarlo todo; por eso la elocuencia asiática fue monstruosa. El Occidente era bárbaro en la época de Aristóteles.

La verdadera elocuencia comenzó a conocerse en Roma en los tiempos de los Gracos, y no se perfeccionó hasta la época de Cicerón. Marco Antonio, Hortensio, Curcio, César y otros muchos fueron muy elocuentes. Su elocuencia pereció con la República, lo mismo que la de Atenas. Dícese que la elocuencia sublime sólo se desarrolla con la libertad, y es porque consiste en decir verdades atrevidas, en hacer gala de las razones y de las pinturas fuertes. Casi nunca el señor desea que le digan la verdad; tiene miedo a las razones, y prefiere elogios rastreros a rasgos elocuentes.

Voltaire – Diccionario Filosófico    

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