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Epicteto – Historia de los hombres célebres de Grecia

Epicuro

 

    ►  Teofrasto

Historia de los hombres célebres de Grecia – Capítulo XIII – Epicteto (*)

Epicteto, aunque vivió en Roma, era griego, nacido en Hierápolis, en Frigia. Fue esclavo de Epafrodito, liberto de Nerón; pero este esclavo tenía un alma tan grande y un talento superior, por lo cual estuvo conforme con su suerte. «Estoy, decía, en el lugar que me ha destinado la Providencia, y quejarme sería ofenderla». Un día que su bárbaro amo le dio un fuerte golpe en la pierna, le dijo Epicteto con moderación: que no pegase tan fuerte que iba a quebrársela; pero Epafrodito redobló la fuerza del golpe y se la rompió: ¿no os lo advertí? dijo sin conmoverse este sabio. Era pequeño y contrahecho, pero la moral que practicaba y enseñaba era digna de un cristiano; sus dos puntos principales eran: «saber sufrir y saber abstenerse». Reconocía la inmortalidad del alma, y condenaba el suicidio, que los filósofos de la escuela estoica creían permitido al hombre. Arrio, historiador griego que mereció el epíteto de Nuevo Jenofonte, fue su discípulo y publicó cuatro libros de discursos que había oído de su maestro, que se llamaron «El Manual de Epitecto». Tan bello es este libro, que hasta San Agustín y San Carlos Borromeo lo leyeron con placer, y los hombres más pervertidos han sacado provecho de su lectura.

Según su opinión el estudio de la filosofía, para que aprovechara, necesitaba un alma pura. Un hombre corrompido y vicioso deseó ser discípulo suyo. ¿A qué, insensato? le dijo el filósofo; necesario es que esté puro el vaso para recibir su contenido, pues de lo contrario todo se corrompería en él. Hacemos muy mal, decía, en culpar a la pobreza de hacernos infelices; quien nos hace serlo es la ambición y nuestros insaciables deseos. Domiciano desterró a Epicteto de Roma; pero volvió allí después que aquél hubo muerto. Marco Aurelio, al contrario, lo apreciaba mucho, y murió, reinando éste, a una edad muy avanzada. La lámpara de barro con que alumbraba la estancia en que daba sus lecciones de filosofía, se vendió poco tiempo después de su muerte en tres mil dracmas.

Estos son unos fragmentos de una oración que deseaba hacer al morir. «Señor, ¿he quebrantado vuestros mandamientos? ¿he abusado de los dones que me habéis hecho? ¿no os he sometido mis sentidos, mis votos y mis opiniones? Sumiso estoy; la menor indicación de vuestra parte es para mí un inviolable decreto», etc.

 

(*) N. E. En las distintas ediciones consultadas aparece escrito Epitecto, pero preferimos corregir este término para transcribirlo como ahora es habitual, en la forma Epicteto. Torre de Babel Ediciones.