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Escuela pitagórica- Filosofía Griega. Historia de la Filosofía de Zeferino González.

Historia de la Filosofía – Tomo I – Primer período de la filosofía griega

§ 35 – ESCUELA ITÁLICA O PITAGÓRICA

Llámase itálica esta escuela por haber tenido su asiento en Italia, o sea en aquella parte de la península itálica que se apellidó antiguamente Gran Grecia, a causa de las muchas ciudades que allí fundaron los griegos. La denominación de pitagórica le viene de su fundador Pitágoras, filósofo muy celebrado en la antigüedad, acerca del cual se ha escrito mucho en tiempos antiguos y modernos, sin que esos escritos hayan logrado disipar la oscuridad y las dudas que existen acerca de sus hechos y doctrina. Consiste esto en que no poseemos escritos que lleven el sello de indudable autenticidad con respecto a Pitágoras, ni siquiera con respecto a sus primeros discípulos. Aun admitida la autenticidad de los Fragmentos de Filolao, autenticidad que no pocos críticos, o rechazan, o ponen en tela de juicio, es preciso tener presente que este filósofo floreció casi un siglo después de Pitágoras. Ni los famosos Versos áureos, ni los escritos que se atribuyen a Timeo de Locres, a Arquitas y a Ocelo de Lucania, poseen la autenticidad necesaria para servir de guía segura en la materia.

 

     De aquí es que, como observa oportunamente Nourrison, «no existe en la primera antigüedad personaje menos conocido y a la vez más popular que Pitágoras. Su nombre despierta en todos los espíritus la idea de la metempsicosis, al mismo tiempo que trae a la memoria el precepto que prohíbe comer carne de animales. Los siglos todos han rendido brillantes homenajes a su memoria. Platón y Aristóteles acatan su gran sabiduría. Al declinar el paganismo, Porfirio y Jámblico oponen su nombre como una respuesta y un apoyo a las nuevas creencias que lo invaden todo. El Cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, y Jordano Bruno en el siguiente, adoptan y propagan sus enseñanzas. Leibnitz descubre en su doctrina la substancia más pura y sólida de la Filosofía de los antiguos (1).»

Sea de esto lo que quiera, y concediendo desde luego que la escuela pitagórica lleva en su seno oscuridad, dudas e incertidumbre en orden al sentido concreto de sus doctrinas y teorías, no es menos indudable que representa y significa cierto progreso respecto de la escuela jónica, y que entraña una fase nueva en el planteamiento del problema filosófico durante el primer período de la Filosofía griega. La escuela jónica había planteado y resuelto en el terreno material, sensible y contingente el problema cosmológico,—el cual coincide con el problema filosófico durante el período antesocrático,— y sus especulaciones hallábanse limitadas y circunscritas al mundo externo, sin que el hombre y Dios, sin que la psicología, la moral y la teodicea llamaran su atención. La escuela itálica eleva el problema cosmológico desde el terreno puramente material y sensible, al terreno matemático, dándole un aspecto más racional y profundo, un modo de ser más universal y más científico.

Como resultado y consecuencia de este modo superior de plantear y resolver el problema filosófico de la época, la escuela itálica se separa también y se eleva sobre la jónica por la universalidad de sus soluciones, formulando una especie de sistema relativamente filosófico, general y complejo, en el cual, al lado de las nociones cosmogónicas, aparecen ideas y nociones relacionadas con la psicología, la moral y la teodicea, por más que estas ideas son por extremo confusas, incompletas, y, sobretodo, poco científicas. Porque la verdad es que estas ideas, en su mayor parte, traen su origen, no de la especulación filosófica, sino de las tradiciones religiosas y de la enseñanza hierática en que se inspiró probablemente el fundador de esta escuela, gracias a sus viajes por el Egipto. Así es que algunos han considerado la doctrina o Filosofía de la escuela itálica como una concepción sincrética resultante de la amalgama y combinación del elemento griego con el elemento oriental, apreciación que no carece de fundamento, como veremos después, si se tienen en cuenta ciertas opiniones y teorías de los pitagóricos. Esta amalgama de tradiciones hieráticas y de ideas filosóficas, la exposición de estas últimas por medio de reminiscencias mitológicas, y, sobre todo, el abuso de las fórmulas matemáticas, representan los defectos capitales, o, al menos, los más universales y característicos de la escuela fundada por

§ 36 – PITÁGORAS

Descartando, en lo posible, las fábulas de que éste ha sido objeto, depurando la tradición histórico-filosófica, y ateniéndonos principalmente a los datos y noticias que hallamos en las obras de Platón y de Aristóteles, podemos afirmar y establecer con bastante seguridad que Pitágoras nació en Samos, por los años 582 antes de la era cristiana; que después de haber oído las lecciones de Tales de Mileto, en opinión de algunos, y según la más probable de otros, las de Ferécides y Anaximandro, viajó por el Egipto, la Persia y hasta por la India y la China, según pretenden algunos, estudiando la Filosofía y las ciencias de estos pueblos, e iniciándose en sus misterios religiosos; y que no queriendo o no pudiendo fundar escuela en su patria, tiranizada por Polícrates, pasó a Italia, y se estableció en Crotona.

Fundó y organizó en esta ciudad una escuela, o, mejor dicho, una sociedad, que, siendo a la vez filosófica, política y religiosa, adquirió gran celebridad y hasta parece que ejerció notable y decisiva influencia en las vicisitudes políticas de las principales ciudades de la Grande Grecia. Es indudable que en la escuela de Pitágoras, además de la doctrina exotérica o pública y general, había otra esotérica, cuya iniciación se concedía sólo a los privilegiados, después de pasar por varias pruebas y purificaciones establecidas al efecto. Lo que no se sabe, ni es fácil averiguar, es lo que constituía el objeto propio de la iniciación, dudándose si ésta abrazaba verdades y doctrinas propiamente filosóficas, o si su objeto era puramente político-moral, y aun religioso. Esto último parece lo más probable, si se tienen en cuenta las prácticas que historiadores antiguos y modernos suelen atribuir a los pitagóricos iniciados en el secreto de la escuela, prácticas entre las cuales se enumeran, además de un reglamento minucioso para las ocupaciones diarias, la comunidad de bienes, vestirse de lino, no comer carne, abstenerse de todo sacrificio sangriento, no faltando quien les atribuya también la observancia del celibato. Krische, que trató exprofeso esta cuestión en su tratado De societate a Pythagora condita, opina con bastante fundamento que el objeto o fin principal de Pitágoras, al establecer y organizar su sociedad, fue político (societatis scopus fuit mere politicus), sin perjuicio de proponerse la moral y el cultivo de las letras, como fines secundarios y medios conducentes al logro del objeto principal o político: Cum summo hoc scopo duo conjuncti fuerunt, moralis alter, alter ad litteras spectans

Dícese que Pitágoras, antes de recibir a un discípulo en su escuela, examinaba con cuidado sus rasgos fisonómicos; que aquél quedaba obligado a guardar silencio por espacio de mucho tiempo; que le sujetaba a perfecta obediencia y a otras pruebas más o menos rigurosas. Lo que sí parece indudable, es que en la escuela pitagórica había variedad de grados, y clasificaciones correspondientes para los discípulos. No lo es tanto la prohibición de comer habas y carne, que en leyendas y tradiciones se atribuye al filósofo de Samos, según queda apuntado. Aristoxeno afirma que Pitágoras, lejos de prohibir, recomendaba la comida de las primeras, y, por lo que hace a la comida de carnes, Aristóteles supone que la prohibición sólo se refería a ciertas partes de los animales.

La escuela o asociación fundada y regida por Pitágoras en Clotona, tomó parte activa en las cuestiones políticas, y aun parece que llegó a adquirir notable influencia sobre las colonias griegas del país. Esto dio ocasión a que la asociación fuera perseguida y dispersada, y hasta se supone que acarreó la muerte a Pitágoras. Cuéntase, en efecto, que los habitantes de Crotona, impulsados por los pitagóricos, y mandados por uno de éstos, llamado Milón, guerrearon contra los sibaritas, o, mejor dicho, contra el partido democrático de Sibaris, y en favor del aristocrático, perseguido por el tirano Thelis. Vencidos los sibaritas y destruida la ciudad por los de Crotona, surgieron disgustos y reyertas entre los vencedores con motivo del reparto del botín. El partido popular o democrático, acaudillado por Cilón, enemigo de los pitagóricos, acometió a éstos, reunidos en casa de Milón, degolló a muchos de ellos, obligando a los demás a huir y refugiarse en varias ciudades, y entre estos a Pitágoras, que, refugiado en Metaponte, falleció allí, no se sabe si de muerte natural o violenta, siendo más probable lo último, pues la persecución contra su escuela se propagó desde Crotona a otras ciudades de la Italia. Cicerón cuenta que en Metaponte le enseñaron el sitio donde había sucumbido Pitágoras. Como suele acontecer en estos casos, su memoria fue muy venerada en las colonias griegas de Italia por los descendientes de los mismos que fueron causa de su muerte y maltrataron a sus discípulos.

§ 37 – DISCÍPULOS DE PITÁGORAS

La oscuridad y dudas que reinan acerca de Pitágoras, reinan igualmente acerca de sus discípulos. Ante todo, conviene advertir que hay muchos que, llevando el nombre de pitagóricos, no deben ni pueden ser contados entre los discípulos de Pitágoras como filósofo. En los últimos siglos del paganismo greco-romano y en los primeros del Cristianismo, aparecieron en escena no pocos de los apellidados filósofos pitagóricos, los cuales apenas tenían de tales más que el nombre. Amalgamando algunas ideas vagas y algunas tradiciones más o menos legendarias de su escuela y de las antiguas asociaciones pitagóricas, con mitos orientales, con los misterios e iniciaciones de las divinidades paganas, con la magia y operaciones cabalísticas, se presentaban al pueblo, cuya credulidad y superstición explotaban, como poseedores de una ciencia oculta, misteriosa y divina, que de todo tenía menos de filosófica, toda vez que, en lugar de especulaciones y máximas científicas, sólo poseían y hacían alarde de fórmulas cabalísticas, operaciones mágicas y comunicaciones teúrgicas. Además de otros nombres menos conocidos, basta citar, como tipos de esta clase de pitagóricos, los de Sotión de Alejandría, Euxeuo de Heráclea, Apolonio de Tyana y Anaxilao de Larisa.

Dejando a un lado estos discípulos espúreos de Pitágoras, y concretándonos a los que difundieron y conservaron con mayor o menor pureza el espíritu y las tradiciones científicas del filósofo de Samos, diremos, con Ritter, que la tradición relativa a los filósofos pitagóricos sólo hacia los tiempos de Sócrates adquiere algún grado de certeza histórica. «Esta certeza, añade el citado historiador de la Filosofía (2), se refiere particularmente a cuatro o cinco hombres, que son Filolao, Lysis, Clinias, Eurites y Arquitas. Aristóteles habla de tres de éstos, de Filolao, Eurites y Arquitas; la existencia del primero y la del tercero se halla reconocida en la historia de una manera indudable. En orden a Lysis, sabemos que vivió en Tebas y que fue maestro de Epaminondas; y si lo que se dice acerca de Clinias no es muy cierto, al menos es bastante verosímil.

»Acerca de la época en que vivían estos filósofos, se puede decir que Filolao en Tebas fue el maestro de Sinmias y Cebes, antes que éstos fueran a Atenas a oír las lecciones de Sócrates; que Lysis, poco tiempo después, fue maestro de Epaminondas, y que Arquitas fue contemporáneo de Dionisio el Joven y de Platón. La época en que vivieron los otros se determina por estos datos, puesto que todos tuvieron relaciones entre sí. Hasta me inclino a conceder algún crédito a la tradición que nos dice que Filolao, Clinias, Eurite y también otros, fueron discípulos de Aresas, que había aprendido la Filosofía pitagórica en Italia. En armonía con esta opinión, sería necesario decir que la cultura de la doctrina que llamamos pitagórica, entraña mayor antigüedad, sin que por eso se deba negar que los primeros rudimentos de esta Filosofía habían existido antes de Aresas en el instituto pitagórico. De todos modos, esta Filosofía no nos es conocida sino en el estado en que nos la transmitieron Filolao, Eurite y Arquitas, porque aunque existe un fragmento bajo el nombre de Aresas, su contenido no debe reputarse auténtico.»

«Por otra parte, añade el historiador alemán, Aresas tampoco se dice que haya escrito cosa alguna: hay más aún; existe una antigua tradición, que parece bastante fundada, según la cual, los primeros que publicaron escritos referentes a la Filosofía pitagórica fueron Filolao y sus contemporáneos. De los cinco filósofos arriba mencionados, parece que Lysis y Clinias no escribieron nada para el público…. Por el contrario, de Filolao poseemos algunos fragmentos cuya autenticidad demostró Bœckh. Tampoco puede ponerse en duda que Arquitas dejó muchas obras, por mas que se le hayan atribuido otras que no le pertenecen.»

Además de los cinco pitagóricos aquí citados por Ritter, florecieron después Xenófilo de Tracia, Fantón, Diocles y Polymnasto, cuya patria parece haber sido Phlionte.

Aunque Ritter parece excluir del número de los discípulos de Pitágoras y su escuela a Ocelo de Lucania y Timeo de Locres, otros historiadores respetables, y entre ellos Ueberweg, los enumeran entre los partidarios y representantes de la escuela pitagórica (3), añadiendo también los nombres de Hipaso, Hipodamo, Epicarmo y algunos otros adeptos más o menos fieles de la doctrina pitagórica.

De lo dicho hasta aquí se desprende que las noticias referentes a los discípulos y representantes genuinos de la escuela pitagórica, no son menos obscuras e inciertas que las que se refieren a la vida del mismo Pitágoras y a la autenticidad de su doctrina; y se desprende igualmente que la escuela pitagórica, considerada en conjunto, nos ofrece tres etapas o fases históricas.

La primera corresponde y se refiere a la vida y doctrina del mismo Pitágoras. La segunda etapa se refiere, no a los discípulos inmediatos y personales, por decirlo así, de Pitágoras, sino a los mediatos, o que florecieron muchos años después, como Filolao y Arquitas. En la tercera etapa están comprendidos todos los neo-pitagóricos que florecieron, ya antes, ya después de la era cristiana.

En orden a la primera fase, puede decirse que carecemos en absoluto de datos y documentos perfectamente auténticos. Aristóteles, a pesar de su exactitud, o, mejor dicho, a causa de su exactitud en citar las opiniones de los demás, expone con frecuencia las de los pitagóricos, pero en ninguna parte afirma que pertenezcan verdaderamente a Pitágoras, ni expone la doctrina propia de éste; lo cual parece indicar que el Estagirita no estaba seguro de que las opiniones y teorías pitagóricas, corrientes en su tiempo, pertenecieran de hecho al fundador de la escuela.

Con respecto a la segunda y tercera fase de la escuela pitagórica, abundan los documentos más o menos auténticos para conocer las opiniones de los representantes respectivos de las mismas, pero sobrecargados y mezclados con multitud de leyendas y tradiciones fabulosas, referentes a Pitágoras y su doctrina. Así es que, como observa Zeller, la tradición acerca del sistema pitagórico y su fundador, crece en detalles a medida que se aleja de la época primitiva a que se refieren; y, por el contrario, a medida que nos acercamos a la época del origen del pitagorismo, la tradición y los detalles enmudecen más y más (4), hasta desaparecer casi por completo.

§ 38 – DOCTRINA DE LOS PITAGÓRICOS

«Los que llevaron y llevan hoy, escribe Aristóteles (5), el nombre de pitagóricos, siendo a la vez los primeros que cultivaron las matemáticas, dieron a éstas la preferencia sobre todas las cosas, y, embebidos en estas especulaciones, pensaron que los principios matemáticos eran también los principios de todas las cosas.»

Estas palabras del filósofo de Estagira, cuyo testimonio es de gran peso en esta materia, como siempre que se trata de conocer la doctrina de los antiguos filósofos, descubren y expresan a la vez el carácter fundamental de la escuela pitagórica, carácter que consiste precisamente en la exageración de la importancia de las ciencias matemáticas y en la aplicación forzada e irracional de los principios y fórmulas matemáticas a todos los órdenes del ser y del conocer. De aquí el principio fundamental de esta escuela: Los números son los principios y la esencia de las cosas; y de aquí también la tendencia y empeño en explicar el origen, esencia y propiedades de las cosas, por el origen, esencia y propiedades del número y de la cantidad. Véase, en prueba, el siguiente resumen de la doctrina pitagórica:

Nociones generales.

1.º El número, principio general de las cosas, se divide en impar y par. Los primeros son más perfectos que los segundos, porque tienen un principio, un medio y un fin, mientras que los números pares son indeterminados e incompletos. El número par representa y contiene lo finito, lo determinado; el número impar representa y contiene lo ilimitado, lo indefinido.

 

      2.º Los números, además de constituir la esencia real, el principio inmanente de las cosas, son también los modelos o arquetipos de las mismas, en atención a que el orden jerárquico de los seres responde al orden y proporciones de los números, cuyas propiedades, cuya armonía y cuyas relaciones se hallan como encarnadas en las substancias y seres que constituyen el universo mundo.

En conformidad y como aplicación de esta doctrina, los pitagóricos

a) Establecían una especie de correspondencia matemática entre los seres cósmicos y los números. El punto, la línea, la superficie y el sólido, corresponden y se refieren a los cuatro primeros números; la naturaleza física o puramente material, corresponde al número cinco; el alma, al número seis; la razón, la salud y la luz, al número siete; el amor, la amistad, la prudencia y la imaginación, corresponden al número ocho; la justicia responde al número nueve. Sabido es, además, que los pitagóricos, aplicando esta relación cósmico-matemática al mundo astronómico, suponen que éste consta de diez esferas o cuerpos celestes que se mueven alrededor de un fuego central (in medio enim ignem esse inquiunt), siendo uno de aquellos la tierra, cuyo movimiento da origen a la sucesión ordenada de días y noches, como dice Aristóteles: circulariter latam circa medium, noctem et diem facere

b) Consideraban la armonía como uno de los atributos generales de los seres; pues así como los números entrañan armonía, o sea la unidad en lo múltiple, la concordancia de elementos diferentes, no de otra manera las substancias entrañan o contienen en sí pluralidad de elementos reducidos a la unidad. En este sentido puede decirse, y decían los pitagóricos, que todo es armonía en el mundo; que la armonía es una propiedad de las cosas todas (6), tanto de las terrestres como de las celestiales.

3.º La unidad, principio esencial y primitivo del número, es también principio esencial y primitivo de las cosas, o del Universo. Es, por lo tanto, inmutable, semejante a sí misma, la causa universal de todas las cosas, el origen y razón suficiente de la perfección de las mismas. Esta unidad o mónada primitiva, respirando el vacío, produce la dyada, la cual, en cuanto producida y compuesta, es imperfecta y origen de la imperfección inherente a los números pares y los seres compuestos. La dyada representa o simboliza para la Filosofía pitagórica, la materia, el caos, el principio pasivo de las cosas. Es muy probable, sin embargo, que esta doctrina no perteneció a Pitágoras, ni siquiera a sus discípulos antiguos, como Filolao y Arquitas, sino que es una adición debida a los neopitagóricos, que amalgamaron las ideas y tradiciones de su escuela con las ideas y tradiciones platónicas y orientales.

4.º La triada, la tetrada y la década representan también para los pitagóricos, esencias y atributos de las cosas. Pero entre estos números la década constituye un símbolo pitagórico de los más importantes, ya porque es la suma de los cuatro primeros números, ya porque expresa el conjunto de todos los seres, o lo que pudiéramos apellidar categorías de la escuela pitagórica, que son:

Lo finito—lo infinito, o, mejor, lo indefinido.

Lo impar—lo par.

Lo uno—lo múltiple.

La derecha—la izquierda.

Lo masculino—lo femenino.

Lo que está en reposo—lo que se mueve.

La luz—las tinieblas.

Lo bueno—lo malo.

Lo cuadrado—lo que no es cuadrado perfecto o regular.

Estas categorías ponen de relieve la tendencia de los pitagóricos a subordinar los seres y su clasificación a los números y fórmulas matemáticas, aplicando éstas a toda clase de seres y objetos, sean éstos morales o físicos, sensibles o puramente inteligibles.

5.º Lo que es la unidad respecto del número, es el punto respecto de la cantidad continua. Un punto añadido a otro constituye la línea; el tercero engendra la superficie, y si a los tres se añade y sobrepone otro, resulta el sólido. Las aficiones matemáticas de los pitagóricos los llevaron también a atribuir a los elementos primitivos de los cuerpos diferentes figuras geométricas. Así vemos que Filolao atribuía al fuego la forma tetraédrica, a la tierra la forma cúbica, al aire la forma octaédrica, al agua la forma icosaédrica. En este sentido y desde este punto de vista, los pitagóricos pueden ser considerados como precursores de la escuela atomística de Leucipo y Demócrito.

Dios y el mundo.

1.º Nada hay más oscuro y dudoso que la opinión de los pitagóricos acerca de Dios. A juzgar por algunas indicaciones y pasajes, parece que admitían un Dios personal, superior al mundo e independiente de éste; pero a juzgar por otros pasajes y testimonios, —por cierto más auténticos y numerosos,— es más probable que no supieron elevarse a esta noción de un Dios espiritual y trascendente. Sus doctrinas acerca del alma universal del mundo, acerca de la mónada, elemento esencial e interno de los seres, acerca del mundo o cosmos, al cual representan y explican como un Dios engendrado, acerca del sol o fuego central como lugar o residencia de la divinidad, según el testimonio de Aristóteles, todo revela y hace sospechar que la concepción pitagórica sobre Dios era una concepción esencialmente panteísta, y que el fondo de esta concepción era la idea emanatista que Pitágoras debió recoger en sus viajes y expediciones al Egipto y al Oriente. Abona también esta opinión la idea o concepto de Dios que Cicerón atribuye a Pitágoras (7), la misma que debemos suponer en sus antiguos discípulos, si bien los más modernos, o sea los neopitagóricos de los primeros siglos de la Iglesia, se explicaron con mayor exactitud acerca de este punto.

2.º Para los pitagóricos el mundo forma un conjunto ordenado, y un todo bello y armónico, según arriba ya dejamos insinuado, siendo los primeros que aplicaron al universo-mundo el bello y adecuado nombre de cosmos, si se ha de dar crédito a Plutarco. En el centro de este mundo está el fuego llamado central, alrededor del cual se mueven diez grandes astros, siendo uno de estos la tierra, y otro lo que llaman antitierra (8), a pesar de la opinión general entonces que hacía de la tierra el centro inmóvil del mundo. Téngase en cuenta que para los pitagóricos el fuego central, y no el sol, como equivocadamente creen algunos, representaba el centro del mundo, el centro real del movimiento de la tierra y del mismo sol.

La perfección que atribuían al número diez y al movimiento circular, determinó a los pitagóricos a atribuir aquel número y este movimiento a los astros y esferas celestes. El movimiento regular y acompasado de estas esferas produce además un sonido armónico o musical, y si nosotros no percibimos, o, mejor dicho, no nos damos cuenta ni tenemos conciencia de este sonido armónico, es porque nuestro oído está acostumbrado a él desde el nacimiento, y también porque el sonido, cuando es continuado, necesita de interrupción para ser percibido.

El mundo, no solamente es un todo armónico y ordenado, sino también un todo animado, o al menos vivificado por medio del alma universal, emanación a su vez del fuego central. Así es que todos los seres participan de la vida en alguno de sus grados. Bien es verdad que las noticias que poseemos acerca de la doctrina auténtica de Pitágoras y de sus primeros discípulos, en orden a la vitalidad de todos los seres, y aun en orden a la existencia y naturaleza del alma universal del mundo, son muy escasas, y no menos confusas e inseguras.

 § 39 – PSICOLOGÍA Y MORAL DE LOS PITAGÓRICOS

1.º El alma humana, que es una emanación del alma universal, según la teoría de la escuela de Pitágoras, no es engendrada ni producida con el cuerpo, sino que viene de fuera, puede vivificar sucesivamente diferentes cuerpos, y existir también en las regiones etéreas por algún tiempo sin estar unida a ningún cuerpo humano o animal, pues es sabido que los pitagóricos admitían la metempsicosis. Esta teoría, a pesar de lo extraño y anticientífico de su forma, encierra y lleva en su seno dos grandes ideas: la idea de la inmortalidad del alma humana, y la idea de las penas y recompensas después de la muerte.

Por otra parte, es muy posible que para la escuela pitagórica, o al menos para algunos de sus representantes, no haya sido más que la forma exotérica y como el símbolo de una concepción psicológico-moral, a saber: que gran parte de los hombres, en vez de elevarse a las regiones superiores, inteligibles y divinas por medio del ejercicio de la razón, de la voluntad libre y de la práctica de las virtudes, desciende a las regiones inferiores, sensibles y animales, merced al abuso de su libertad, y, arrastrados por sus vicios y pasiones, haciéndose semejantes a ciertos animales, y revistiendo, por decirlo así, la naturaleza de éstos, en relación con los vicios y pasiones predominantes. En este concepto, el alma del hombre que se distingue por su rapacidad, es un alma de lobo; de un hombre notable por sus instintos y actos de crueldad, decimos que es un tigre, y así de las cualidades, vicios y pasiones que llevan consigo la degeneración del hombre como ser inteligente y libre, y su asimilación moral con los animales.

2.º Es bastante probable que los pitagóricos distinguían en el alma humana dos partes: una superior, perteneciente al orden inteligible, origen y asiento de la inteligencia y de la voluntad; otra inferior, perteneciente al orden sensible, origen y razón de los sentidos y pasiones. La primera, o sea la parte racional del alma, tiene su asiento en la cabeza; la inferior reside en determinadas vísceras, pero principalmente en el corazón, al que atribuían las manifestaciones del apetito irascible, y en el hígado, en donde colocaban las pasiones de la parte concupiscible.

3.º Según el testimonio de Aristóteles, los pitagóricos definían el alma: un número que se mueve a sí mismo. Es probable que con esta definición querían significar que el alma humana es una esencia simple que tiene en sí misma el principio de sus actos, o sea una unidad dotada de actividad espontánea.

4.º En relación con sus constantes preocupaciones y aficiones matemáticas, los pitagóricos solían decir que la virtud es una armonía que debe conservarse por medio de la música y la gimnástica. La justicia es un número perfectamente igual, o un número cuadrado, según la versión de otros. En el orden político-social, el hombre es la mónada o la unidad, la familia es la dyada, la triada se halla representada por la aldea, y a la tetrada corresponde la ciudad. Sin embargo, a través de estas fórmulas más o menos obscuras, parece muy cierto que la escuela pitagórica profesó máximas morales bastante dignas y elevadas, enseñando, entre otras cosas, que el bien consiste en la unidad y armonía de las operaciones del hombre, y el mal en la falta de esta unidad; que el fin de la vida es la asimilación con Dios por medio de la virtud; que el suicidio es esencialmente malo; que el hombre debe examinar con frecuencia sus acciones, y que no debe entregarse al sueño (9), sin haber examinado sus actos durante el día.

Jámblico atribuye también a Pitágoras la sentencia de que el amor de la verdad y el celo del bien son el beneficio mayor que Dios ha podido conceder al hombre; pero es muy posible que este bello pensamiento, más bien que a Pitágoras, sea debido a la atmósfera cristiana que rodeaba al discípulo que lo pone en su boca.

Parece, sin embargo, que ni Pitágoras ni sus discípulos debieron tener ideas muy exactas y racionales acerca de la libertad humana, puesto que, si nos atenemos a los monumentos pitagóricos más o menos auténticos, y principalmente el contenido de los Versos áureos, debemos atribuir al hado inexorable, no ya sólo la muerte (omnibus mortem fato statutam cognosce), sino los demás acontecimientos de la vida: ex calamitatibus quas mortales fato patiuntur

__________

(1) «La Francmasonería, añade Nourrison, y en el siglo XVIII las Sociedades de Armonía, señalan la restauración del pitagorismo. Finalmente, entre los contemporáneos hay soñadores que se autorizan con esta doctrina dudosa y oculta; porque ello es que no se la encuentra consignada en ningún escrito auténtico, y hasta los Versos áureos, atribuidos ordinariamente a Filolao, no pueden referirse con certeza a este discípulo de Pitágoras. Al hablar, pues, de Pitágoras, se sigue la tradición filosófica, el dicho común, casi la fábula, más bien que testimonios auténticos y textos irrecusables.» Tableau des progrès de la Pensée humaine depuis Thales jusqu’ a Hegel, pág. 24.

(2) Ritter, Histoire de la Phlilos, anc., I, IV, cap. I.

(3) Es curioso y digno de notarse lo que escribe A. Gelio, apoyándose en el testimonio de Timón, a saber, que Platón, para escribir su Timeo se sirvió de un libro por el cual dio mucho dinero, y que se supone escrito por alguno de los filósofos pitagóricos. Hermipo afirma también que Filolao escribió un libro que Platón adquirió a grande precio, y del cual copió su diálogo titulado Timeo

(4) «Con la extensión de los documentos, añade el citado Zeller, cambia también su naturaleza. Corrieron ya desde un principio leyendas maravillosas acerca de Pitágoras; pero, andando el tiempo, su historia entera se transforma en una serie no interrumpida de sucesos extraordinarios. En su origen, el sistema pitagórico presentaba el carácter de la sencillez y la antigüedad, y estaba en armonía con el carácter o dirección general de la Filosofía antesocrática. En las exposiciones posteriores se acerca más y más a las teorías platónica y aristotélica, hasta el punto de que los pitagóricos de la era cristiana llegaron a sostener que Platón y Aristóteles habían recibido de Pitágoras sus ideas y le debieron sus descubrimientos….
      «Así, pues, estas exposiciones (de los filósofos pitagóricos, y principalmente las de los neopitagóricos) no pueden ser consideradas como fuentes históricas dignas de fe, ni siquiera en cuanto al fondo mismo de las cosas. Debemos rechazar las indicaciones que contienen, aun cuando éstas, consideradas en sí mismas, no carecen de verosimilitud…. Y, a la verdad, ¿cómo fiarnos en orden a las circunstancias accesorias, de escritores que nos engañan groseramente acerca de lo esencial?» Die Philos. der Griechen, per. I, cap. II, § 1.º

(5) «Qui appellati Pythagorici primi mathematicis operam dederunt, haec praeponebant, et in eis nutriti, eorum principia, entium quoque cunctorum esse putarunt principia.» Metaphys., I. I, cap. III.

(6) Aristóteles indica con su acostumbrada sagacidad el origen de esta teoría pitagórica y su aplicación a los cuerpos celestes, en los términos siguientes: «item, cum harmoniarum in numeris suspicerent (Pythagorici) passiones et rationes (proprietates et essentias), quoniam caetera quidem viderentur in ómnibus numeris assimilari, numeri vero totius naturae primi, numerorum elementa, entium quoque cunctorum elementa esse putaverunt, totumque coelum harmoniam et numerum esse: et illa quidem, quae de numeris et harmoniis consentanea passionibus et partibus coeli ac Universi dispositioni monstrare poterant, colligentes applicabant.» Metaphys., lib. I, cap. 3.º

(7) He aquí sus palabras: «Pythagoras, qui censuit (Deum) animum esse per naturam rerum omnem intentum, et commeantem, ex quo nostri animi carperentur.» De Nat. Deor., lib. I, cap. XI.

(8) Aristóteles, después de citar la opinión de los que colocan en el centro del mundo la tierra, añade: «Contra dicunt qui circa Italiam incolunt, vocanturque Pythagorei: in medio enim, ignem esse inquiunt; terram autem astrorum unum existentem, circulariter latam circa medium, noctem et diem facere. Amplius autem, oppositam aliam huic conficiunt terram, quam antichthona nomine vocant, non ad apparentia rationes et causas quaerentes, sed ad quasdam opiniones et rationes suas, apparentia attrahentes et tentantes adornare….» De caelo, lib. IX, cap. XIII.
       Se ve por estas últimas palabras de Aristóteles que los pitagóricos de su tiempo procuraban llenar con hipótesis gratuitas el vacío que resultaba abierto entre los hechos o fenómenos de la astronomía real y las teorías o priori de su escuela.

(9) En los Carmina aurea Pythagorae, traducidos y comentados por Esteban o Estéfano Niger, se dice: Nec somnum mollibus oculis jusus inducas quam ter operum diurnorum singula animo percurras: quo profectus? quid egi? quid imperfectum reliqui?

La escuela jónica                                                                                                               La escuela eleática