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Guerra de los griegos contra Darío – Batalla de Maratón – Jerónimo de la Escosura


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Cap II. Esparta y leyes de Licurgo

Cap III. Gobierno de Atenas y leyes de Solón

Cap IV. Guerra de los griegos contra Darío I. La batalla de Maratón

Cap V. Guerra de los griegos contra Xerxes. Los trescientos y las Termópilas. La batalla de Salamina

 

 

COMPENDIO DE LA HISTORIA DE GRECIA –JERÓNIMO DE LA ESCOSURA


Índice

 

HISTORIA DE GRECIA

CAPÍTULO IV – Desde la expulsión de Hippias hasta la muerte de Miltiades

Darío, hijo de Histaspes, se hallaba en quieta y pacifica posesión del vasto y dilatado imperio de los persas cuando las ciudades de la Jonia, que anteriormente habían sido reducidas a la obediencia de la Persia, se sublevaron contra él y trataron de recobrar su antigua libertad. Para esto se coligaron con los pueblos de Caria y de la isla de Chipre, depusieron los gobernadores y quemaron la ciudad de Sardes, capital del antiguo reino de Lydia. Contribuyeron a esto los atenienses, pues como estaban quejosos de Darío, porque además de haber protegido a Hippias, pensaba restablecerle en el trono de Atenas, enviaron socorros a los confederados sin declararse abiertamente. Algunos años después volvieron a la obediencia de Darío la Jonia, y otras islas del mar Egeo, y desde entonces solo pensó este monarca en vengarse de los griegos.

El primer paso que dio fue enviarles a pedir la tierra y el agua, fórmula de que se servían los persas para exigir el homenaje de las naciones; rindiéronsele la mayor parte de las islas y pueblos del continente; pero los lacedemonios y atenienses, no sólo se resistieron a su demanda, sino que indignados de ella, atropellando el derecho de gentes arrojaron en un foso a uno de los embajadores y al otro en un pozo, diciéndoles que allí podían tomar la tierra y agua que pedían; y no contentos con esto, los atenienses condenaron a muerte al intérprete, porque había profanado la lengua griega explicando en ella las órdenes de un bárbaro.

Apenas llegó esto a noticia de Darío, cuando hizo embarcar bajo la conducta de Datis un ejército de cien mil hombres de infantería, y diez mil caballos, con orden expresa de destruir las ciudades de Atenas y Eretria, y de llevarle sus habitantes cargados de cadenas. Seiscientas embarcaciones transportaron estas tropas a la isla de Eubea, y en efecto, después de una vigorosa defensa, fue tomada y arrasada Eretria, y sus habitantes cargados de prisiones conducidos ante Darío, que los trató con la mayor dulzura. Pasó luego la escuadra a las costas de Ática, y campó el ejército persa a siete leguas de distancia de Atenas, en una llanura inmediata a Maratón.

En estas circunstancias pidieron los atenienses socorros a los espartanos y otros pueblos; más aquellos por una superstición extravagante no se pusieron en marcha hasta el plenilunio, y entre las demás ciudades sólo Platea les envió mil hombres. Procuró Atenas sin embargo reunir todas sus fuerzas, y puso sobre las armas diez mil hombres a las órdenes de diez generales, que debían tomar alternativamente y cada uno en su día el mando del ejército. Luego que éste se halló en presencia del enemigo, se pasó a deliberar sobre si se debía atacar a los persas o seria más conveniente esperarlos a pie firme; y Miltiades, contra el parecer de los otros generales, sostuvo con el mayor tesón que se les debía acometer, pues tal vez por medio de un vigoroso e inesperado ataque lograrían derrotarlos. Siguieron su dictamen Arístides, Temítocles, y a imitación suya la mayor parte de los otros generales; y para facilitar el buen éxito de la batalla renunciaron todos en favor de Miltiades el derecho que tenían al mando de las tropas.

490. Esto resuelto marchan hacia los persas, cuyo superior número obligó a Miltiades a situarse ventajosamente, atrincherándose al pie de una montaña en donde no podía ser ofendido por la espalda. A fin de eximir a sus compañeros de toda responsabilidad, esperó para dar la batalla al día en que por su turno le correspondía el mando de las tropas; y apenas se dio la señal de ataque, cuando saliendo aquellas de sus atrincheramientos, acometieron a los enemigos con el mayor denuedo. Viendo éstos que el centro de los atenienses, mandado por Arístides y Temístocles, era la parte más débil de su batalla, dirigen a este punto sus ataques, y casi llevaban forzada la línea, cuando replegándose las alas sobre el centro cogen el flanco a los persas, los desordenan y derruían, obligándoles dejar el campo de batalla y retirarse precipitadamente a sus naves, de las que fueron quemadas algunas, y otras echadas a pique. No tuvieron parte en esta victoria los lacedemonios, pues los dos mil hombres que enviaron de refuerzo no llegaron hasta el día siguiente.

Para eternizar la memoria de los que murieron en el combate, erigieron los atenienses en la llanura de Maratón unas pequeñas columnas, en las cuales inscribieron sus nombres, y colocaron inmediato a ellas un trofeo cargado de armas de persas. Queriendo después manifestar a Miltiades su reconocimiento, encargaron a Polignoto, uno de sus mejores artistas, que hiciese un cuadro de la batalla, representando a aquel general a la cabeza de las tropas en ademán de exhortarlas al ataque.

A pesar de esta pública y lisonjera demostración de agradecimiento, no pudo librarse Miltiades de la ingratitud de un pueblo a quien la menor sospecha hacía olvidar los servicios más distinguidos. El mal éxito de una expedición que intentó contra la isla de Paros, dio pretexto a la envidia para acusarle de infidencia, diciendo que se había dejado corromper por el oro de los persas. No le permitía una herida presentarse en público a dar sus descargos; y aunque en favor de su inocencia y buenos servicios alegaron los ciudadanos honrados las más poderosas razones, fue multado en una suma considerable, y como no pudiese pagarla, le encerraron en una prisión, donde murió poco tiempo después de las heridas que había recibido en defensa da la patria.

 

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