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Torre de Babel Ediciones

Historia de la Educación – La educación en los Abasidas

ABASIDAS – HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Distinguiéronse las Abasidas por su amor a las ciencias y a las letras, y por su influjo en la cultura del espíritu y en la educación en general. Los primeros califas menospreciaban la instrucción de las naciones que sometían a su dominio; para ellos no había otro libro que el Corán, ni otros estudios que los que habían de servir para interpretarlo, y los que se originan de esta misma interpretación. Los Abasidas, menos fanáticos que los califas de la primera dinastía, extendieron su protección a las ciencias profanas, abriendo un camino que recorrieron muchos árabes con gran provecho de los progresos intelectuales.

Almanzor, segundo califa de la dinastía de los Abasidas y fundador de Bagdad, estableció premios para los que tradujesen de los autores griegos lo que fuera más adecuado al gusto de sus compatriotas en filosofía, astronomía, matemáticas y medicina. Haroun-al-Raschid, contemporáneo de Carlomagno, y el protector más espléndido de la ciencia entre los árabes, viajaba rodeado de sabios, y atraía a su corte a los hombres ilustrados de todos los países sujetos a su dominio; y basta citar un hecho en comprobación de las consideraciones con que los trataba. Queriendo encomendar la instrucción de sus hijos a Malek, fundador de la secta ortodoxa, le propuso que pasara a palacio con tal objeto; y habiéndole contestado el sabio que la ciencia no hacia la corte a nadie, sino que debía hacérsele a ella, repuso Haroun: tenéis razón: acudirán mis hijos adonde los demás mancebos van a instruirse con vuestras lecciones; y los envió en efecto. Abdallah Mamoun, hijo del anterior, educado por el célebre gramático Abou-Hazan, decía que de la instrucción depende la verdadera felicidad de los pueblos, y que era preciso poner a los profesores al abrigo de todas las eventualidades, asegurándoles una dotación fija, y obligando al gobierno a que les proporcionase protección y ascensos. Erigió academias en Bagdad y otros puntos, y dejó un nombre que no se borrará jamás de los anales de las letras. Malawakkel y otros, así como los anteriores, llamaron a la corte a los sabios cristianos; hicieron traducir en idioma árabe los clásicos griegos, principalmente a Hipócrates y Galeno, Euclides y Ptolomeo, Aristóteles y Theophrasto; fundaron escuelas y academias en diferentes puntos de su vasto imperio; erigieron bibliotecas; en una palabra, procuraron despertar y sostener el amor a las ciencias valiéndose de todos los medios posibles.

Estos nobles esfuerzos hallaron simpatías en la nación, y fueron secundados en todas partes. Las disposiciones intelectuales de la raza árabe, la necesidad de conocimientos variados, sostenida y aumentada de continuo por las frecuentes relaciones con otros países, las riquezas que las fábricas y el comercio acumulaban, hasta en las ciudades mas insignificantes de Oriente, todo contribuía a la creación y progresos de las sociedades científicas. Los grandes y los visires imitaron el digno ejemplo de los califas, y los fugitivos ommiadas importaron en Sicilia y en España las ciencias cultivadas, principalmente en Bagdad.

En España, sobre todo, se manifestó el desarrollo intelectual de los árabes en todo su esplendor, y de allí se extendía la civilización de Oriente por el resto de la Europa occidental. En 795 el rey Hixen, poco antes de su muerte, daba a su hijo consejos que manifiestan el grado de cultura que ya habían alcanzado los árabes en España en aquella época, y que son dignos de mencionarse por los excelentes preceptos que encierran para la educación de los príncipes.

«Deposita en tu corazón, le decía, y no olvides nunca estos consejos que quiero darte por el mucho amor que te tengo. Considera que los reinos son de Dios, que los da y los quita a quien quiere. Pues Dios nos ha dado el poder y autoridad real que está en nuestras manos por su divina bondad, demos gracias a Dios por tanto beneficio, hagamos su santa voluntad, que no es otra que hacer bien a todos los hombres, y en especial a los encomendados a nuestra protección; haz justicia igual a pobres y a ricos; no consientas injusticias en tu reino, que es camino de perdición: al mismo tiempo serás benigno y clemente con los que dependen de ti, que todos son criaturas de Dios. Confía el gobierno de tus provincias y ciudades a varones buenos y experimentados: castiga sin compasión a los ministros que opriman tus pueblos a sin razón con voluntarias exacciones; gobierna con dulzura y firmeza a tus tropas cuando la necesidad te obligue a poner las armas en sus manos; sean los defensores del Estado, no sus devastadores; pero cuida de tenerles pagados y seguros de tus promesas. Nunca ceses de granjear la voluntad de tus pueblos, pues en la benevolencia de ellos consiste la seguridad del Estado, en el miedo, el peligro, y en el odio su cierta ruina. Procura por los labradores que cultivan la tierra y nos dan el necesario sustento; no permitas que les talen sus siembras y plantíos; en suma, haz de manera que tus pueblos te bendigan y vivan contentos a la sombra de tu protección y bondad, que gocen seguros y tranquilos los placeres de la vida: en esto consiste el buen gobierno, y si lo consigues, serás feliz y lograrás la fama del mas glorioso príncipe del mundo.»

De igual manera cuidaban los demás príncipes con especial solicitud de la educación de sus hijos, creaban academias científicas y establecían escuelas elementales en las mezquitas. (Véase el articulo ÁRABES, donde se habla mas extensamente de las escuelas y de la educación.)

(Autores consultados: Canto, Conde, Niemeyer, Œlsner.)
 

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(1) Véase ABASIDAS.

(2) Entre estos pocos se cuenta Hakem I, que era monomaniaco por el homicidio, y no pasaba día alguno sin ordenar algún crimen.

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