§ 43 – JUAN DE SALISBURY
Más de una vez hemos citado en las páginas anteriores a Juan de Salisbury, y es porque, no sólo en sus cartas, sino en su Metalogicus y en su Policraticus, sive de nugis curialium et vestigiis philosophorum, se encuentran noticias e indicaciones, que en vano se buscarán en otros autores, acerca de la doctrina y sistemas de los filósofos y escritores de aquella época. Aunque oriundo de Inglaterra, en donde nació por los años de 1110, Salisbury recibió su educación literaria en París, donde fue algún tiempo discípulo de Abelardo. De regreso a su patria, llegó a ser el compañero, amigo y consejero de Santo Tomás Becket o de Cantorbery, cuya vida escribió y cuya canonización promovió eficazmente. En 1176 fue elevado a la silla episcopal de Chartres, cuya iglesia gobernó por espacio de cuatro años, o sea hasta 1180, en que falleció.
En su Metalogicus combate las sutilezas y argucias de que hacían tan frecuente uso muchos de sus contemporáneos, esfuérzase a indicar y corregir los abusos que en esta materia se habían introducido, y procura señalar a la Filosofía y a las ciencias una dirección más práctica.
De aquí también su tendencia mística y positiva, y de aquí la fuerza con que se pronuncia contra el formalismo excesivo de la escolástica contemporánea por parte de escolares y maestros. Para Salisbury, la verdadera Filosofía consiste en el conocimiento de la Escritura, la cual contiene toda clase de enseñanzas (ipsa siquidem omnium rerum continet disciplinam), o la ciencia de todas las cosas, y principalmente enseña a amar a Dios, en lo cual consiste la verdadera Filosofía, puesto que hasta Platón dice que filósofo es el que ama a Dios: Si enim secundum Platonem philosophus amator Dei est, quid aliud est philosophia nisi divinitatis amor?
Al propio tiempo, el autor del Policraticus reprueba y ridiculiza, con una energía que raya en ensañamiento, a los que hacían consistir la Filosofía en amontonar palabras sobre palabras, en fórmulas vacías de sentido real y práctico, tocando a todas las cuestiones sin resolver ninguna con precisión; haciendo alarde de vanidad intolerable, y disimulando la pobreza de ideas o doctrina con la abundancia de palabras: Nam qui verbosior est videtur doctior.
El retrato que hace de los filósofos de su tiempo, aunque algún tanto exagerado tal vez, y generalizado más de lo justo (1), trae involuntariamente a la memoria las luchas tumultuosas y apasionadas de las nacientes escuelas durante el siglo XII, y hasta parece que los nombres de Dinant, Gilberto de la Porrée, Roscelin, y aun de Guillermo de Champeaux y del ruidoso amante de Eloísa, se transparentan y vislumbran a través de las frases generales del autor de Policraticus.
Con respecto a la controversia sobre los universales, ya hemos visto, al hablar de Roscelin y de su nominalismo, que Salisbury no tiene nada de nominalista. Sin embargo, se limita a consignar el hecho de que, aparte de los nominalistas, unos seguían la teoría realista y otros la conceptualista, teorías que divide y subdivide en otras varias, porque esta cuestión tenía por entonces el privilegio de ocasionar multitud de opiniones entre los hombres de letras, siendo difícil encontrar quien en esta materia, como acontecía con respecto a otras, siguiera la enseñanza de sus maestros (aut nullus, aut rarus est qui doctoris sui velit inhaerere vestigiis), según nos dice el autor del Metalogicus.
A pesar de lo dicho; a pesar de sus frecuentes vacilaciones sobre este punto, y a pesar, en fin, de que al exponer y discutir el problema de los universales, procura mantenerse neutral, llega un momento en que Salisbury no puede ocultar sus preferencias en favor de la solución aristotélica (2), a pesar del apoyo que las ideas platónicas encontraron en San Agustín y en otros muchos filósofos.
En realidad de verdad, lo que caracteriza principalmente los escritos y las ideas de Salisbury, es cierto criticismo que le lleva a desconfiar de la razón humana abandonada a sus propias fuerzas, criticismo que en ocasiones, y a juzgar por ciertos pasajes, degenera casi en escepticismo académico, o digamos parcial y moderado: In his quae sunt dubitabilia sapienti, academicum esse pridem professus sum.
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(1) He aquí algunos rasgos del retrato a que se alude en el texto: «Illi qui verbis inhaerent malunt videri quàm esse sapientes. Plateas circumeunt, terunt limina doctiorum; quaestiunculas movent, intricant verba ut suum et alienum obducant sensum…. Jactatores sapientiae, non amatores, et id quod nesciunt, pravo pudore nescire, quam quaerere et discere malunt, praesertim si adsint alii quibus notum arbitrentur, quod ipsi nesciunt. Fastum tamen eorum ferre non poteris. De omni materia loquuntur…. Verba multiplicant, ut saepe minus intellecti sint onere et multitudine verborum quam rerum difficultate…. Nam qui verbosior est videtur doctior.» Policraticus, lib. VII, cap. XII.
Los defectos y caracteres que aquí se atribuyen a ciertos escolásticos del siglo XII, son los que se encuentran en los sofistas y pedantes de todas las épocas, y es fácil aplicarlos a los que rodearon a Sócrates y a los que encontramos en nuestro camino y en nuestros días.
(2) Después de exponer las respectivas teorías de Platón y Aristóteles, y después de aludir a los principales defensores de una y otra, Salisbury concluye diciendo: «Unde licet Plato coetum philosophorum grandem, et tam Augustinum, quam alios plures nostrorum in statuendis ideis habeat assertores, ipsius tamen dogma in scrutinio universalium nequaquam sequimur, eo quod hic Peripateticorum principem Aristotelem, dogmatis hujus principem profitemur.» Metalog., lib. II, cap. XX.