HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – TOMO II – SEGUNDA ÉPOCA FILOSÓFICA
LA FILOSOFÍA CRISTIANA


§ 105 – RELACIONES ENTRE LA FILOSOFÍA DE LOS JUDÍOS Y LA FILOSOFÍA ESCOLÁSTICA

En más de una ocasión hemos hecho mérito y hemos rebatido también la opinión de los que exageran la importancia y el valor de la influencia ejercida por la Filosofía de los árabes en la Filosofía cristiana de la Edad Media. Sabido es que existen críticos e historiadores que parecen experimentar una especie de repulsión instintiva contra todo lo que es favorable al prestigio y a la honra del Cristianismo. Por causas y razones, a primera vista desconocidas, aunque no difíciles de adivinar, penetrando en el fondo de las cosas y sobre todo de las conciencias, estos críticos e historiadores, que se quitan el sombrero e inclinan la cabeza con el mayor respeto cuando se hallan en presencia del sufí, del bonzo, del ulema y del rabino; esos críticos e historiadores para quienes todo es bueno, respetable, histórico, cuando se trata de los Vedas, del Tripitaka, del Talmud y del Corán, pasan con la cabeza erguida y dirigiendo torvas miradas ante el hombre y ministro de Jesucristo, y sólo encuentran en la Biblia y en el Evangelio errores, absurdos, leyendas y mitos. Así es que los vemos prontos siempre, y siempre dispuestos a ensalzar todo lo que no es cristiano y a deprimir todo lo que al Cristianismo pertenece, y esto sin previo acuerdo, como impulsados fatalmente por ese odio profundo y misterioso del hombre contra la verdad divina.

Efecto, a la vez que expresión, de esta tendencia anticristiana y racionalista, de esta repulsión injustificada, pero muy real y frecuente contra el Cristianismo, es el empeño de presentarnos la Filosofía de los árabes poco menos que como la causa exclusiva de la Filosofía escolástica o cristiana durante la Edad Media. Afirmación es esta que tiene mucho de hipótesis gratuita y que carece de sólido fundamento, según se desprende de los indicios y datos oportunamente expuestos en páginas anteriores, a los cuales pudiera añadirse la terrible y universal persecución que contra los filósofos árabes y sus escritos suscitaron los gobiernos musulmanes en todas partes, y especialmente en España, centro entonces del movimiento filosófico arábigo, a contar desde mediados del siglo XII. La persecución fue tan universal y tan feroz, que por todas partes, y principalmente en las mezquitas, se predicaba al pueblo la guerra contra Aristóteles, Alfarabi, Avicena y contra todos los filósofos, cuyos libros fueron buscados con el mayor rigor para entregarlos a las llamas.

Así se explica y comprende que hayan llegado hasta nosotros tan pocas obras de Filosofía árabe en su lengua original, siendo así que su número era inmenso, a juzgar por las indicaciones y catálogos que nos quedan de las mismas. Al-Makkari, historiador africano, nos dice que un filósofo árabe de Sevilla fue condenado a muerte a causa de sus estudios filosóficos, y añade que en España la Filosofía era aborrecida y perseguida de tal manera, que nadie se atrevía a cultivarla sino en secreto. Ya dejamos indicado que el mismo Averroes, a pesar de toda su fama y del prestigio de su nombre, sufrió grandes persecuciones a causa de su filosofía. Estos hechos, y otros que pudiéramos añadir, como la quema pública en Bagdad de las obras del filósofo Abdal-Salâm, el destierro o expulsión de los judíos a causa de sus estudios filosóficos, etc., no impedirán, sin embargo, a Draper y a los críticos e historiadores de su escuela, ensalzar y preconizar la cultura, la tolerancia, las luces y la civilización, y declamar contra el fanatismo y la ignorancia de la Iglesia católica.

La Europa cristiana acogió entonces en sus escuelas y sirvió, en cierto modo, de refugio a las obras de los filósofos árabes que pudieron salvarse de las llamas en la universal persecución y en la guerra a muerte emprendida por los Almohades contra la ciencia, y especialmente contra la Filosofía y los filósofos, en casi todos los países musulmanes. Contribuyeron también a salvar los restos de esta Filosofía los judíos diseminados por los reinos de la España cristiana y por algunas provincias del Mediodía de Francia y de la Italia, los cuales tradujeron del árabe al hebreo y de éste al latín diferentes escritos de los filósofos árabes, y principalmente los de Avicena y Averroes.

De aquí se infiere que la parte de influencia que corresponde a la Filosofía árabe en la Filosofía escolástica, más bien que a los árabes, fue debida a los filósofos judíos, los cuales realmente dieron a conocer sus obras durante los siglos XIII y XIV. Que si durante el siglo XII fueron ya conocidas algunas obras filosóficas —pocas en número e importancia— de los árabes, debióse esto a las traducciones de Gundisalvi, Gerardo de Gremona y Alfredo Morlay. Y con esto, dicho se está de suyo que la Filosofía escolástica fue independiente de la Filosofía árabe, no ya solamente por parte de su origen, sino también por parte de su desenvolvimiento espontáneo y progresivo, representado por Roscelin y San Anselmo, Champeaux, Abelardo, Hugo y Ricardo de San Víctor, Bernardo de Chartres, Salisbury, Pedro Lombardo, con tantos otros escritores escolásticos de los siglos XI y XII, y, por consiguiente, extraños casi por completo a la influencia ejercida en la Europa cristiana por las obras de los principales filósofos árabes.

Las reflexiones e indicaciones expuestas, si prueban y descubren que la influencia de la Filosofía árabe en la escolástica fue muy limitada, y, por lo que hace a sus dos primeros períodos, casi nula, demuestran igualmente que los judíos podrían reclamar para sí este honor con mayor fundamento que los árabes. Porque la verdad es que los primeros estuvieron en contacto más directo, más inmediato y, sobre todo, más universal y permanente con los cristianos que los segundos, que influyeron en las escuelas, en los escritores y universidades de la Europa cristiana durante los siglos XIII, XIV y XV, y que su actividad intelectual fue muy superior a la de los árabes por aquel tiempo.

Los argumentos basados en el contenido interno de la Filosofía escolástica, corroboran y vienen en apoyo de los argumentos históricos sobre la materia. Excepción hecha de la teoría averroística acerca del alma humana, apenas se descubre concepción alguna de los árabes que haya dejado huella en la Filosofía de las escuelas. No sucede lo mismo con la Filosofía o doctrina de los judíos. Bastará recordar al efecto las discusiones doctrinales y filosóficas entre los doctores cristianos y los rabinos, tan frecuentes y ruidosas durante los siglos XIII y XIV, los libros escritos con ocasión de estas controversias, de los cuales puede citarse como ejemplo el Pugio fidei de Raymundo Martín, las alusiones y citas de Maimónides y de otros filósofos judíos que se encuentran con bastante frecuencia en autores cristianos, y finalmente las reminiscencias e ideas evidentemente cabalísticas con que tropezamos en no pocos filósofos de la Edad Media y también del Renacimiento. Ni es ciertamente de extrañar esto, toda vez que la Filosofía de los judíos, como que está basada en la palabra de Dios y en la revelación bíblica, entraña necesariamente mayor afinidad con la Filosofía cristiana que la Filosofía de los musulmanes.

Hay más todavía: entre todos los árabes y judíos, Avicebrón es sin disputa el filósofo que ejerció influencia más sensible y más universal sobre los representantes de la Filosofía escolástica. Su teoría de la materia universal y común a todos los seres finitos, sin excluir las inteligencias y los ángeles, sirve de punto de partida y de base al panteísmo materialista de David de Dinant, motiva las refutaciones y discusiones especiales por parte de Alberto Magno y de Santo Tomás, y, lo que es más digno de atención, es adoptada, aunque con ciertas reservas y atenuaciones propias de su marcha científica, por Escoto, y con más decisión por Raymundo Lulio, al cual hemos visto afirmando la existencia de una materia universal y de una forma universal, ni más ni menos que Avicebrón, que para evitar el procedimiento infinito recurría a la existencia de una materia y forma universales: ne in infinitum eatur, ad unam materiam primam universalem et ad unam formam universalem primam perveniatur.

Resumiremos lo dicho aquí y en párrafos anteriores sobre esta materia, en las siguientes conclusiones:

1.ª La Filosofía escolástica, considerada en conjunto y en su esencia íntima, representa una evolución espontánea, específica, concreta de la razón humana, vigorizada por el principio cristiano. Es un movimiento científico sui generis, cuyo prólogo natural es la Filosofía patrística, cayo antecedente remoto es la Filosofía greco-latina, y cuyos elementos preponderantes en el orden histórico-científico son la concepción de Aristóteles, la de Platón y la del neoplatonismo alejandrino, todo ello fundido, agrandado y transformado en una concepción sintética y comprensiva, que responde de un lado a la elevación y fecundidad del principio cristiano, y de otro a la fuerza nativa de la razón humana, latente, pero vigorosa y exuberante en las razas y naciones europeas que, a la sombra y bajo la acción del Cristianismo, marchaban a la conquista de la civilización.

2.ª En su origen y en su primer desenvolvimiento orgánico, o sea durante los dos primeros períodos de su existencia, la marcha de la Filosofía escolástica fue una marcha autónoma, por decirlo así, una marcha independiente de árabes y judíos, cuya influencia en dichos períodos fue escasísima, por no decir completamente nula.

3.ª En los períodos de perfección y decadencia, o sea en las dos últimas etapas de la Filosofía escolástica, los escritores árabes y judíos ejercieron alguna influencia, y nada más que alguna influencia, en la Filosofía y escritos de los escolásticos: la influencia que resulta siempre que dos doctrinas o dos civilizaciones marchan la una al lado de la otra, o se ponen en contacto.

4.ª La influencia de los árabes en la Filosofía escolástica, lejos de ser tan universal y profunda como suponen sus admiradores, fue mucho menor que la que ejercieron los judíos, no solamente porque a éstos se debe en gran parte el conocimiento o introducción de los escritos árabes en las escuelas de la Europa cristiana, sino y principalmente porque el filósofo de la Edad Media que dejó huellas más sensibles y universales de su doctrina en la doctrina filosófica de los escolásticos, fue, a no dudarlo, Avicebrón, y hoy consta que Avicebrón fue un filósofo judío, por más que hasta hace pocos años fue tenido y citado como uno de los representantes de la Filosofía árabe.

En suma: la Filosofía escolástica, propiamente dicha, o sea en cuanto abraza la lógica, la psicología, la moral, la metafísica, y, si se quiere también, la política y la física general, es independiente de la Filosofía de los árabes por parle de sus elementos internos, propios y esenciales. Por parte de estos elementos, la Filosofía escolástica se hubiera iniciado y marchado a través de los siglos con la Filosofía de los árabes y sin la Filosofía de los árabes, la cual sólo contribuyó al desenvolvimiento de aquélla de una manera indirecta, ocasional y en sentido negativo, por cuanto, sus ideas anticristianas y sus teorías erróneas, movieron a muchos escolásticos a escribir libros y tratados especiales para rebatirlas. Si las obras de los árabes, y principalmente las de Averroes, no hubieran sido traducidas al latín y leídas en las universidades, conventos y demás centros de enseñanza, ni Alberto Magno, ni Santo Tomás, ni Egidio Romano, ni Raymundo Lulio hubieran tenido que escribir algunas de sus obras. En este sentido, y sólo en este sentido, puede admitirse que la Filosofía de los árabes contribuyó eficazmente a la constitución y desarrollo o marcha de la Filosofía escolástica, entendiendo por esto la ortodoxa, que es la que generalmente se sobreentiende cuando se habla de Filosofía escolástica.

Porque si este nombre se aplica al movimiento heterodoxo y racionalista que se manifestó en el seno de la Filosofía escolástica, o, mejor dicho, a su lado; si nos referimos a la doctrina y tendencias representadas por Amaury de Bene, David de Dinant, Guillermo de Santo Amor, Federico II con los literatos y traductores de su corte, Arnaldo de Brescia, Farinata, Cavalcanti, Arnaldo de Villanueva; si nos referimos, en fin, a ese movimiento racionalista y anticristiano, cuyas corrientes atraviesan los siglos medios de una manera más o menos vergonzante y disimulada, hasta verificar su aparición oficial y pública a la sombra del Renacímiento y de la Protesta en algunas universidades de Italia, en este sentido es muy cierto que la Filosofía de los árabes, representada por el averroísmo, ejerció influencia decisiva y poderosa en la Filosofía escolástica. La protección dispensada por el citado Federico II a los árabes, judíos, y en general a los incrédulos e indiferentes en religión, contribuyó eficazmente a conservar, afirmar y propagar el expresado movimiento racionalista, cuya responsabilidad y representación asumió Averroes, por más que no sea exacto que dos hijos de éste residieran en la corte de Federico, como dijeron algunos. «La corte de Federico, escribe Renán a nuestro propósito (1), y más tarde la de Manfredo, llegaron a ser un centro activo de cultura árabe y de indiferentismo religioso. El Emperador sabía el árabe, y había aprendido la dialéctica con un musulmán de Sicilia. El cardenal Ubaldini, amigo de Federico, profesaba abiertamente el materialismo. La ortodoxia de Miguel Escoto y de Pedro de Vignes era muy sospechosa. Las gentes de mala ralea acudían a aquella corte. Allí se veían eunucos, un harem, astrólogos de Bagdad con sus largas hopalandas, judíos espléndidamente pensionados por el Emperador para traducir las obras de la ciencia arábiga. En la creencia popular, todo esto se transformaba en relaciones culpables (2) con Astaroth y Belzebub.

Además de Miguel Escoto, los principales traductores y corresponsales filosóficos de Federico fueron el médico árabe Taki-eddin, recibido y tratado en su corte con grande distinción; el judío de Toledo Juda Cohen, que, por encargo y en la corte misma del Emperador, tradujo del árabe al hebreo la especie de Enciclopedia que, con el título de Investigación de la Sabiduría, escribió en 1247. A éstos debe añadirse Ibn-Sabin, que pasaba entonces por el mayor filósofo árabe del Magreb y de la España, el mismo que, al responder a ciertas cuestiones filosóficas y teológicas propuestas por el emperador Federico, lo verifica en sentido racionalista, y disimulando apenas su materialismo e incredulidad completa en el orden religioso. Así, no es de extrañar que Federico haya sido considerado por algunos como el autor o al menos como el primer inspirador del famoso libro De tribus impostoribus (3), y que Gregorio IX escribiera, refiriéndose a aquel Emperador: Gaudet se nominari preambulum Antichristi.

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(1) Averroes et l’Averroisme, pag. 288.

(2) En relación con esta creencia popular, un poeta güelfo, al celebrar la victoria de Parma contra Federico, decía, entre otras cosas, lo siguiente: Amisit astrólogos et magos et vates.—Beelzebub et Astaroth, proprios penates.—Tenebrarum consulens per quos potestates.—Spreverat Ecclesiam et mundi magnates.

(3) Sabido es que este misterioso libro ha sido atribuido a diferentes autores, como Averroes, Pedro de Vignes, Arnaldo de Villanueva, Bocaccio, Pedro Aretino, Maquiavelo, Pomponazzi, Cardano, Bernardino Ochin . Servet, Campanella, Jordano Bruno, Vanini, Spinoza, sin contar otros varios; lo notable es que todavía hoy se ignora quién sea el verdadero autor de este libro, que probablemente no existió, al menos en la forma y contenido que hoy tiene, hasta el siglo XVII o XVIII.

Filósofos judíos del siglo XV. León Hebreo