SEGUNDA PARTE Lección X – Del carácter y costumbres.
96. El carácter distintivo de los chinos varía bastante en las diferentes y grandes provincias de esté imperio; pero en general los chinos son muy alegres, vivos, sagaces, industriosos, afables y humanos, al mismo tiempo que suelen ser (particularmente para los extranjeros) falsos, engañosos, embusteros, e inclinados al robo con astucia. Son muy supersticiosos, aunque muy tolerantes y sumamente apegados a sus costumbres, y despreciadores de todas las demás; son también muy trabajadores; pero afeminados y poco aptos para la guerra.
97. Los tártaros son de carácter rudo y grosero, pero muy afables; valientes por naturaleza y por condición, tienen un aire libre y altivo; son muy perezosos. Sobrios, nada industriosos, únicamente aficionados al ejercicio de las armas, a la caza y la pesca.
98. Las chinas son muy vivas, alegres y francas; su talla es mediana, la nariz corta, los ojos pequeños, pero vivos y rasgados hacia arriba; la boca pequeña y bien formada, los labios encarnados, el cabello negro, las orejas largas, la tez blanca y florida. Su mayor perfección es tener los pies extremadamente pequeños, para lo cual se los sujetan mucho desde niñas; son muy trabajadoras y sagaces; pero a las señoras ricas no les es permitida la labor de manos, y para manifestar su clase y que no se ocupan en aquel trabajo, dejan crecer mucho las uñas retorciéndolas sobre las yemas de los dedos. Las tártaras tienen un aire libre y firme, afectan el mayor desprecio hacia las chinas; son más altas que éstas, el talle más delgado, en lo cual consiste una parte esencial de su belleza; no son tan blancas, pero tienen los ojos más grandes y expresivos, y en general son más bien parecidas; dejan crecer el pie naturalmente, y aumentan su apariencia por medio de un calzado largo y encorvado, que las chinas llaman por burla barcos tártaros.
99. Generalmente usan los chinos traje talar, como una especie de nuestras levitas, pantalón y sombrero, que remata en punta, si bien varía mucho en sus formas y colores, estando sujetos también a la moda, aunque no con tanta variedad como en Europa. El traje de las señoras es muy largo, y no llevan descubierto más que el rostro; el color puede ser rojo, azul o verde; adornan la cabeza con figuras de varios metales y piedras que se representan el Jénis de los chinos, las alas desplegadas se balancean suavemente por delante del peinada, la cola abierta sobre el centro de la cabeza, Las tártaras usan así mismo trajes muy largos de seda, llevan flores en la cabeza, y calzones debajo del traje, que va ajustado elegantemente con un ceñidor; dejan crecer las uñas mucho (como queda dicho) para manifestar que no tienen necesidad de trabajar, montan a caballo como los hombres, y casi todas fuman.
100. Los chinos usan muchos y muy variados alimentos de los excelentes que produce con tanta abundancia su suelo; pero son en particular muy afectos a los alimentos cálidos y estimulantes. Son sumamente apasionados a los nervios de ciervo, que consideran como un excelente específico contra el reuma y la gota ciática. Atribuyen también cualidades muy saludables a la carne de ciervo, y muy maravillosas a sus cuernecillos, los cuales cogen muy tiernos, los cuecen al vapor del aguardiente o de hierbas aromáticas, y los conservan mucho tiempo, como un específico que repara los estómagos desgastados, contiene las disenterías, acelera la convalecencia, etc.
101. A la sangre de ciervo, bebida caliente, haciendo al animal una herida a propósito, la tienen no sólo por un licor agradable, sino por un preservativo contra muchas enfermedades, como las viruelas u otras. Para el efecto, sujetando al animal, le abren la vena yugular, y aplicando a ella un tubo hecho a propósito, el enfermo bebe la sangre que puede; en seguida monta a caballo y corre a galope; luego que se cansa, se le enjuga el sudor de que está inundado; toma un restaurante y se mete en cama. Se asegura que de este modo se restablecen los temperamentos más arruinados.
102. Los chinos miran las tertulias y saraos y demás recreos, como propios de gentes vagabundas, y las señoras nunca asisten a ellos; viven muy retiradas, y sólo se reúnen para visitarse entre sí; pero las tártaras se presentan libremente en público con frecuencia.
103. Los matrimonios entre los chinos son un negocio de conveniencia arreglado entre los padres. Las mujeres no tienen derecho de escoger, ni de desechar el esposo que se las destina. Al hombre no le es permitido ver a su mujer antes del momento en que se le entrega con gran ceremonia. Con anticipación se le remite la llave del carruaje o caja en que es conducida; si al abrirla, y viendo la mujer, no le agrada, tiene facultad de devolverla a sus padres; pero en este caso pierde todo cuanto haya dado por adquirirla, y está obligado a pagar el valor de los regalos que él haya recibido con motivo de la boda. Si le agrada la recibe en su casa, y en seguida se celebran las fiestas nupciales.
104. El luto por la muerte de los padres y parientes se observa con mucho rigor; dura veinte y siete meses por los primeros, y disminuye este término a proporción del grado de parentesco. Usan el color blanco, como más puro, desde el calzado a la cabeza, y ni en las habitaciones pueden tener flores que no sean del mismo color. Las demostraciones de dolor en los duelos son muy vivas, y se puede asegurar que son mucho más sinceras que en Europa.
105. Puede afirmarse esta sinceridad porque en China la muerte de un padre no es la señal de hacerse rico el hijo, como sucede en Europa. Allí no se conocen los señoríos, los mayorazgos, ni las ricas herencias territoriales. El caudal del padre se divide con igualdad en muchas partes, y regularmente dispone el gobierno el repartimiento de los grandes fortunas.
106. El luto por el emperador, por su madre o hijos es suntuosísimo, tan patético y trabajoso que muchas personas no le pueden resistir. No se come durante dos o tres días; después de ellos se ayuna; no se duerme, o se duerme muy poco; no se trabaja nada en los oficios públicos; las tiendas todas se revisten de blanco, no se habla sino en voz baja durante muchos días; los altos funcionarios se separan de sus mujeres por algún tiempo; el funeral se celebra con la mayor ostentación, y con una veneración que sorprende.
107. La poligamia es permitida; pero son pocos, los personajes que pueden sostener como deben un crecido número de mujeres; en general sólo tiene una cada hombre, y aun teniendo más, solo una es la verdadera y legítima esposa. Así es que, sin embargo de ser permitida la pluralidad de mujeres, hay muchas sobrantes que se meten monjas, porque el número de hombres y de mujeres que nacen es en razón de 20 a 25.
108- Tienen los padres derecho de vida y muerte sobre los hijos, pero es muy raro el ejemplar de que abusen de él. Frecuentemente se encuentran niños expuestos en las calles a la caridad pública, porque pertenecen a padres pobres que no los pueden mantener. El gobierno cuida con esmero de recogerlos y educarlos, siempre que no haya algún particular rico que lo haga por voluntad. También sucede, aunque rara vez, que algunos padres bárbaros prefieren dar la muerte a sus hijos, a exponerlos a la caridad común.
109. La madre está bajo la salvaguardia de su hijo varón desde que éste nace, se puede decir, aún más que bajo de su marido. Así es que nunca se ha visto, en la minoridad de un emperador, que su madre viuda haya ejercido la regencia del imperio en su nombre, ni autoridad alguna sobre el hijo; al contrario, todas las viudas de emperador quedan bajo las órdenes del hijo heredero.
110. Cuando muere un hijo también llevan los padres luto por él, pues generalmente son en extremo amantes de sus hijos, y si el difunto es el mayor y ha muerto sin sucesión, dura el luto tres años.
111. El día del nacimiento de un hijo, especialmente siendo varón, es el de mayor regocijo. Cuecen una gran porción de huevos y con otros varios fiambres, regalan a los amigos y parientes. Al cabo de tres días se lava el niño, y esto da lugar a muchas fiestas. Entonces los huevos, cocidos a millares, se pintan de varios colores, y se llaman huevos del día tercero. Los parientes y amigos reciben y regalan de estos huevos y de toda especie de confituras con profusión. Cuando los chinos desean tener hijos, creen conseguirlo por medio de ayunos, solemnes y rigorosos.
112. Son muy extremados el respeto y piedad filial entre los chinos. No hay género de cuidado, de servicio ni de sacrificio que un hijo no haga por sus padres; todo cuanto es y cuanto tiene lo consagra a los autores de su ser. Muchos hijos han continuado, después de muertos sus padres, los mismos servicios que les hacían en vida, para perpetuar su memoria con su amor y reconocimiento. Es muy común el que toda la herencia la consagren los hijos a las honras del funeral y sepulcro de sus padres; los que no poseen bastante para hacer estos oficios con brillantez, ahorran cuanto pueden para poder algún día verificarla. Los hijos miran como obligación sagrada la venganza de las ofendas hechas a sus padres, lo cual produce odios irreconciliables entre muchas personas y familias. Las ceremonias del duelo y del entierro son magníficas, costosas y muy patéticas.
113. Los sepulcros del la China son humildes y poco notables. No hay, se pueda decir, arquitectura monumental en la China. No se construyen edificios soberbios para transmitir a la posteridad la memoria de sucesos importantes. Simples monumentos con inscripciones sobre lápidas, es todo lo que se usa de este género.
114. Las hijas están sumamente sumisas a sus padres, lo mismo que las mujeres a sus maridos, las hermanas a sus hermanos, y las viudas se dejan gobernar con gusto por sus hijos. Las mujeres son en extremo laboriosas; se las ve continuamente ocupadas, profesando el principio de que «el trabajo es la guardia de la virtud». Son siempre las primeras a vestirse y las últimas a recogerse; nada es repugnante a una mujer modesta dentro de su casa; el aseo de ésta es obra de su cuidado, y tiene su gloria lo mismo asistir a un enfermo, que en preparar la comida de la familia.
115. Los honores corresponden debidamente a tan apreciables cualidades. Un padre, un esposo, un hijo confían a sus hijas, mujeres y madres cuanto tienen más precioso; descansan enteramente en ellas de todos los negocios domésticos; no emprenden nada fuera de casa, sino después de habérselo comunicado. Se imponen privaciones para proporcionarlas dulzuras y goces, y no las ocultan sino la que las puede contristar.
116. Generalmente son muy aficionados a la música, a fumar tabaco, a cultivar gran número de flores; son sumamente diestros en juegos de manos, de escamotage y de equilibrios de toda especie, y sobre todo afectos a la diversión de las marionetas. El mismo emperador ha dado espectáculos de esta clase a sus grandes, príncipes y reyes tributarios, y hasta al gran Lama del Tibet. La afición a la música les hace coronar con campanillas casi todos sus edificios y monumentos; generalmente se ha creído que estas campanillas están graduadas en un orden musical; pero no es así. Su mezcla consiste en siete partes de cobre y tres de estaño, y su sonido es siempre claro, dulce y armonioso.
117. Sus famosas campanas o tantanes son de la figura de una cacerola, y la mezcla de metales de que están compuestas las hace tan sonoras y ruidosas, que no tienen comparación con ellas las de Europa; se hieren con un mazo de madera, lo cual hace que su sonido no sea tan penetrante coma el de éstas. En los cuarteles principales de las ciudades suele haber una gran campana o tambor para indicar con sus golpes las diferentes veladas o guardias de la noche para las rondas. La campana principal da Pekin es la mayor del mundo: su diámetro inferior es de doce codos chinos, o cerca de 14 pies de Paris.
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