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Creemos, por lo tanto, que debe rechazarse, si no como absolutamente falso, al menos como muy exagerado e inexacto, lo que se ha dicho por muchos historiadores y críticos acerca de la influencia preponderante de los filósofos y escritores árabes en el origen, desarrollo y caracteres de la Filosofía escolástica. |
El movimiento filosófico de los árabes influyó algo, y solamente algo, no en el origen y constitución esencial de la Filosofía escolástica, sino en su marcha y desenvolvimiento; porque siempre que un movimiento intelectual está en contacto con otro, resulta influencia y refluencia recíproca entre los dos en mayor o menor escala. La coexistencia y contacto de dos pensamientos filosóficos, siquiera sean independientes, distintos y hasta relativamente antitéticos, producen naturalmente un cambio recíproco de ideas más o menos sensible, y determinan a la vez cierto progreso y desenvolvimiento en los mismos en fuerza del choque mutuo de las ideas, tendencias y direcciones encontradas que abrigan en su seno. En este sentido, y desde este punto de vista indirecto, bien puede afirmarse que la Filosofía, los escritos y las especulaciones de los árabes influyeron más o menos en el movimiento, y sobre todo en ciertas discusiones de la Filosofía escolástica. A no haber existido, por ejemplo, la teoría de Averroes sobre la unidad del entendimiento humano, es muy probable, por no decir cierto, que ni Alberto Magno hubiera escrito su Libellus contra eos qui dicunt quod post separationem, ex omnibus animabus non remanet nisi intellectus unus et anima una, ni Santo Tomás habría escrito su opúsculo De unitate intellectus contra averroistas. En cambio, es bastante probable, o digamos mejor cierto, que ni el primero necesitó de Averroes para escribir su excelente tratado De processu universitatis a causa prima, y que el segundo, con Averroes y sin Averroes, con Avicena y sin Avicena, junto con todos los filósofos árabes, hubiera escrito su inimitable Summa theologiae
Otra cosa sería si los filo-árabes y los entusiastas partidarios o defensores de la influencia de la cultura arábigo-musulmana en la cultura intelectual de la Europa cristiana, circunscribieran sus afirmaciones al terreno especial de las ciencias naturales. Porque, efectivamente, en este orden de ideas, en cuanto a la cultura representada por las ciencias físicas, exactas y naturales, es muy cierto que los árabes ejercieron influencia decisiva en su cultivo y progreso. Su actividad innata, estimulada por la diversidad y novedad de objetos que se presentaron a sus ojos en regiones y climas muy diferentes, puesta en contacto con los hombres y las ideas que representaban esta clase de conocimientos en las escuelas de Alejandría y sus derivaciones, favorecida y vivamente excitada por sus correrías y conquistas en el Egipto, la Siria, la Persia, la India, el África, la España, conservó, desenvolvió e hizo avanzar casi todas las ciencias físicas, naturales y exactas, y con especialidad las que tienen relación más inmediata y directa con la medicina. La historia del movimiento intelectual de la humanidad demuestra, a no dudarlo, que los árabes cultivaron con aprovechamiento e hicieron adelantar a la geografía, la astronomía, la aritmética con las demás ciencias matemáticas. Pero lo que constituye el mérito principal y como el carácter propio de su cultura, considerada como uno de los elementos notables del movimiento general de la humanidad, es el cultivo de la medicina y de las ciencias relacionadas con la misma. Algunas de éstas puede decirse que les deben hasta su origen, como acontece con la farmacia química, de la cual las escuelas griegas apenas tuvieron una vaga noción, y que la Europa cristiana recibió de los médicos árabes, echando profundas raíces en la escuela de Salerno. La zoología, la materia médica, pero sobre todo la química general aunque desfigurada y confundida frecuentemente con la alquimia y la botánica, son ciencias que también deben mucho a los árabes, que las cultivaron con ardor y perseverancia.
Justo será advertir, sin embargo, que, aun en este terreno especial, los árabes fueron deudores a los cristianos de su cultura intelectual, y principalmente a la escuela de medicina que los nestorianos habían fundado en Edesa, y que era ya muy celebrada en tiempo de Mahoma. El mismo Humboldt, que se muestra sobrado complaciente con los árabes, reconoce que «en esta escuela, que parece haber servido de modelo a las de los benedictinos del Monte Casino y de Salerno, fue donde tuvo principio el estudio científico de las substancias medicinales sacadas de los reinos mineral y vegetal.»
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