IndividualismoSistema de aislamiento y egoísmo de cada cual, dice el Diccionario de nuestra lengua, dando buena idea de esas doctrinas, que relajan los vínculos sociales y proclaman la omnipotencia de la actividad privada.
En el orden económico, el individualismo, que arranca desde las primeras concepciones de la escuela fisiocrática, y ha recibido su consagración en los brillantes escritos de Federico Bastiat, no sólo es la doctrina dominante, sino que aspira como a la ortodoxia y al monopolio científicos. Sus conclusiones son las siguientes: el mundo económico está regido por leyes naturales cuyo cumplimiento exige como única condición social la libertad; los intereses particulares se armonizan por sí mismos; cualquier principio distinto del interés que se invoque para lograr su unidad obrará como un obstáculo, y si es el Estado quien le aplica, será además una injusticia y un ataque dirigido a estas leyes providenciales. En la esfera económica, todo ha de hacerlo la libre acción del individuo; los Gobiernos deben limitarse a garantizarla, y por eso se les repite a cada paso el laissez faire, laissez passer, y se da como última solución de la ciencia para todos los conflictos la de que la libertad, es decir, los movimientos de la concurrencia y de la lucha de los intereses producen todo el bien que es posible tocante a la riqueza. Que los fenómenos económicos están sujetos a leyes naturales es indudable, porque no habían de ser ellos una excepción en medio de todo lo creado; que la libertad sea necesaria para cumplirlas también es cierto, pues que al hombre se refieren; lo que ya no puede admitirse con igual facilidad es que baste la libertad para que se ejecuten esas leyes, que ellas se realicen espontáneamente. Las leyes naturales en el orden físico, como en el mundo del espíritu, marcan la dirección que conviene a nuestra actividad; pero no sirven para el fin del hombre sino en tanto que éste las obedece y hace efectivas. La acción de la gravedad recibe continuas aplicaciones, y, sin embargo, con la misma naturalidad con que nos favorece esa ley, nos aplasta si la manejamos torpemente: la fuerza explosiva de la pólvora es utilísima en ciertas industrias; pero obra tan naturalmente cuando deja expedita una vía de comunicación como cuando hace volar un pueblo. El bien es la ley natural de la actividad: la razón nos hace ver sus motivos; pero la voluntad ha de cumplirle y puede contrariarle. Las leyes del orden jurídico no son menos naturales que las económicas, ni necesitan menos que ellas de la libertad: ¿por qué, pues, los individualistas, en vez de hacer uso del laissez faire, piden al Estado que organice los tribunales, sostenga una fuerza pública y sea inexorable en la represión de los delitos? Las leyes económicas se hallan en el mismo caso que las demás; no excluyen la intervención del hombre, antes bien le señalan una conducta fija; no se realizan por el solo hecho de existir la libertad, sino por actos que, aunque deben ser libres, están ya determinados. Siendo libre el trabajo, la competencia y el consumo, puede haber industrias anti-económicas, cambios injustos y aplicaciones viciosas de la riqueza; y la prueba está en que así sucede realmente y presenciamos todos los días infracciones de esas leyes naturales. Tampoco es exacto que los intereses particulares se armonicen por sí mismos. El interés personal es un aspecto del bien puramente subjetivo que no engendra más que oposiciones y antagonismos: el interés de cada uno está en relación con el de los demás, y para que no se excluyan los unos a los otros es necesario que se subordinen a algo que sea común a todos ellos. Esto lo reconocen implícitamente los mismos individualistas al establecer que los intereses amónicos son los legítimos, porque si hay un principio que decide acerca de la legitimidad del interés, ese principio, superior sin duda, llámese como quiera, interés general, bien absoluto, será la verdadera fuente de la unidad y la armonía. Prueban también esas consideraciones que los hechos económicos no son exclusivamente individuales: allí donde hay partes, fuerza es reconocer que existe un todo, y tratándose del hombre, solidario de sus semejantes, no se concibe que ninguno de sus fines pueda estar como despedazado y roto, y ha de aparecer la colectividad, la esfera social, no simple agregado de los individuos, sino con personalidad y vida propias. Para oponerse, como hacen justamente los individualistas, a que sea el Estado quien realice ese fin económico social, no es preciso negar su existencia, ni la necesidad consiguiente de que haya una institución, un organismo libremente establecido que se encargue de cumplirle. El Estado, en efecto, no es la Sociedad, sino uno de los elementos que la forman: su misión está en el Derecho; pero éste penetra en todos los demás fines humanos, influye en ellos y ha de darles cierta unidad. El Estado, por otra parte, representa la colectividad más extensa y mejor constituida, la Nación, que da lugar a una esfera de vida económica; de aquí que la acción de los Gobiernos sobre el orden de los bienes materiales no sea exclusivamente externa y negativa, encaminada tan sólo a sostener la libertad individual. La ciencia económica no concluye, pues, en el laissez faire; al contrario, en él comienza, porque su objeto está precisamente en estudiar cómo han de cumplirse las leyes naturales, y cuál es el uso que se debe hacer de la libertad conquistada, viendo en el Estado no un enemigo, sino una institución indispensable e influyente en la vida entera de la Sociedad. (V. Estado y Socialismo.) |
Vocabulario de la Economía – Nomenclatura y principales conceptos de economía (editado: 5-11-2007) INDIVIDUALISMO |