LA CÁBALA
CÉSAR CANTÚ En Historia Universal, Tomo IX, pp. 213-216 Madrid – Imprenta de Gaspar y Roig, Editores, 1866 Traducida por Nemesio Fernández Cuesta |
LA CÁBALA O TRADICIÓN ESPECULATIVA DE LOS HEBREOSSegún muchos Cabalistas el mismo Dios enseñó la cábala a los ángeles después de la caída de Adán; el ángel Raziel trasmitió al primer hombre sus verdades y misterios principales, y de este modo tuvieron conocimiento de ella los patriarcas. Moisés la aprendió en el desierto y penetró hasta la puerta cuadragésima nona. La ciencia de la cábala se divide en especulativa y práctica: la última es un cúmulo de supersticiones a propósito para hacer y obtener prodigios; la primera se subdivide en artificial o simbólica, natural o dogmática y real. La cábala artificial se vuelve a dividir en gematría, notaricon y themoura. La gematría (corrupción de geometría) indica por medio del valor de los números el sentido oculto de las palabras y de las relaciones que existen entre ellas. Por ejemplo, en Zacarías III, 8 se lee: Ecce enim ego adducam servum meum Orientem (He aquí que yo voy a traer a mi siervo «el retoño» T. B. E.). La palabra hebrea traducida en la Vulgata por Orientem, se compone de tres letras: tsade, que vale 90 mem……….. 40 chet…………. 8 —- La palabra hebrea que significa consolador, uno de los nombres del Mesías es en hebreo menachem, cuyas letras dan la misma suma, esto es: mem, que vale 40 nun…………… 50 chet…………… 8 mem…………. 40 —- El valor numeral idéntico de las dos palabras, muestra a los Cabalistas que en este pasaje se trata del Mesías. Así la palabra vino (iiain) y la palabra secreto (sod) dan el mismo valor de 76, de donde se deduce que el vino hace descubrir los secretos. En el Éxodo XXXIV, 14 se halla escrito: Noli adorare Deum alienum («no te has de inclinar a dios ajeno« T. B. E.). Alienum se dice en hebreo acher, palabra compuesta de tres letras: aleph, que vale 1 ehet……….. 8 resc………. 200 El gran valor numérico de la última letra respecto de las anteriores indica la gravedad del pecado de la idolatría. El notaricon (nombre derivado de notarius) consiste en notar las primeras o las últimas letras de cada palabra de una frase para descubrir su sentido oculto. Abraham dijo a su hijo en el acto de sacrificarle: Deus providebit sibi victimam holocausti fili mi (Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío T. B. E.) (Génesis XXII. 8). Las palabras hebreas que corresponden a las tres primeras empiezan por aleph, jod, lamed, que unidas formarían la voz ail, que en hebreo quiere decir carnero, y en efecto el carnero se halla indicado en el versículo 15. Pertenecen al notaricon las palabras artificiales, sin sentido propio, destinadas a conservar en la memoria muchas voces o una palabra entera: así en el estandarte de los Macabeos estaban escritas las cuatro primeras letras de las palabras que expresan: ¿Quien es semejante a ti entre los fuertes? A veces para abreviar los nombres compuestos de muchas palabras, se reúnen las iniciales de cada una de estas, como las que forman el nombre del rabino Mosche Ben Maimón se reducen a la voz Rambam, y así se indica Moisés Maimonides. La themoura o permutación cambia de lugar las palabras y frases para obtener otro sentido, como en los anagramas. La cábala dogmática se divide en ciencia de la mercava y de la beresith. Esta última trata del mundo sublunar, esto es, de los fenómenos: la mercava del supralunar, esto es, de la teología y metafísica. Las explicaciones de la mercava son muy variadas y oscuras. Los sephiroth son diez nombres o atributos de Dios que componen el árbol cabalístico, a saber: 1.° la corona, 2.° la sabiduría, 3.° la inteligencia, 4.° la magnificencia o la misericordia, 5.° el valor, 6.° la belleza, 7.° la victoria, 8.° la gloria, 9.° la base y 10.° el reino. Estos nombres están dispuestos de modo, que los superiores afluyen a los inferiores por medio de veinte y dos canales. Así de la corona salen tres canales, de los que uno corre hacia la sabiduría, el segundo hacia la inteligencia y el tercero hacia la belleza, habiendo además un cuarto que hace comunicar la sabiduría con la inteligencia. Mas arriba de la corona se halla el mundo archetipo y angélico. Cerca del cuarto canal están colocados los treinta y dos senderos de la sabiduría y las cincuenta huertas de la luz, por las cuales se llega a la sabiduría suprema y a la luz, que es Dios. Moisés no pasó de la cuadragésima nona, Josué solo llegó a la cuadragésima sétima y ni aun Salomón pudo obtener que se le abriese la quincuagésima, El quinto canal conduce de la sabiduría a la misericordia y contiene las aguas de la bondad divina. El sexto va de la sabiduría a la magnificencia o la misericordia, de donde salen treinta y cinco principios de misericordia. El sétimo de la inteligencia a la belleza, y contiene los fuegos de la justicia divina y del juicio. El octavo de la inteligencia al valor, y salen de él treinta v cinco principios de severidad. El nono conduce de la magnificencia al valor. Debajo del cauce de este canal está colocado el mundo de los astros. El décimo comunica la magnificencia con la belleza, y cerca de él se encuentran los setenta y dos principios de equidad. El undécimo va de la magnificencia a la victoria, y de él se derivan los doscientos cuarenta y ocho preceptos afirmativos de la ley. El duodécimo del valor a la belleza, y a su lado se encuentran las setenta y dos potencias del medio. El décimo tercero corre del valor a la gloria y de él se derivan los trescientos sesenta y cinco preceptos negativos de la ley. El decimocuarto va de la belleza a la victoria. El décimo quinto de la belleza a la base. El décimo sexto de la belleza a la gloria. El décimo sétimo de la victoria a la gloría, y debajo de él se halla el mundo de los elementos. El décimo octavo de la victoria a la base. El décimo nono de la victoria al reino. El vigésimo de la gloria a la base. El vigésimo primero de la gloria al reino. El vigésimo segundo de la base al reino. En general el nombre de cábala despierta la idea de una especie de magia, a la cual condujeron las especulaciones de los filósofos cabalistas. El que desciende a estas particularidades encuentra una multitud de absurdos sin fundamento, y por consiguiente indignos de ocupar la atención de un filósofo. Nosotros nos limitaremos a exponer sus principios generales y las formas de que fueron revestidos; porque se dan la mano con las teorías de los Orientales relativas al modo de ser producidas unas deidades por otras, y con las de Pitágoras y de Platón, según habían sido reproducidas por las escuelas eclécticas del período alejandrino. Explicaban, pues, la unidad y el desarrollo del universo por medio de una inmensa circulación. Un artista, al ver una estatua de bronce, no contento con raciocinar sobre sus proporciones, quiere considerarla aun en el estado de fusión en que se encontraba antes de llegar por los canales al molde en que quedó modelada (1). Del mismo modo los Cabalistas, cuando observan el universo, quieren conocer cómo era cuando se hallaba en estado de fusión, es decir, cuándo era una sustancia incomprensible al hombre, sin límites determinados. Esta sustancia es el Or Hœnsoph, luz de lo infinito, pura, brillante y divina: ensófica en un principio, lo llenaba todo y era en todas sus partes idéntica; pero incluía en sí la virtud de producir exteriormente un número incalculable de atributos y de propiedades. Por medio de esta virtud se verificó la creación. (Scito, quod antequam emanarent emanantia, et creata essent creata, lux suprema extensa fuerit plenissime, et impleverit omne, adeo ut nullus daretur lucus vacuus in notione lucis, nullumque spatium inane, sed omnia essent plena luce illa infiniti hoc modo extensa, quæ una quadam et simplici æquallaltaite ubiques ibi erat similis.— Rabbi Isrhak, Introd. metaphys ad Kabalam denudatam.) ¿Pero cómo se formó el lugar (makom) o espacio destinado para servir de teatro a la creación? La sustancia ensófica que no dejaba espacio a nada mas que a su propia naturaleza, verificó sobre sí misma dos movimientos. Uno que era de contracción, se efectuó en su seno y produjo un inmenso vacío orbicular, en el cual quedaron a diversas distancias puntos luminosos para denotar el lugar preciso de los mundos futuros. Illo tempore omnia plena erant luce substancia ejus, qui benedictus sit!… Dimensus est æestimatione sua, latitudinem et longitudinem circuli cujusdam evacuandi, intra substantiam suam, quœ benedicta sit! ubi foret statio mundorum. Illamque lucem, quæ erat intra circulum hunc, compressit, complicavitque… atque sic reliectus est locus prima luce vacuus. Non tamen omni modo evacualus est locus iste luce sua; vestigia enim lucis primæ in loco superstitebant… Et hoc est mysterium illud quod scriptum est in Éxodo, XXXIII, 21, Ecce locus mecum. Sic comentati sunt sapientes nostri bonæ memoriæ; ipse Deus est locus mundi, non vero mundus est locus ejus.—Rab. Napthtali Hirtz, Vallis regia, seu introduct. in lib. Zohar; Kabal. denud.) Creado así el teatro del universo, se efectuó un nuevo movimiento contrario al primero, es decir, de expansión, el cual volvió la sustancia ensofica al espacio orbicular que había quedado vacío. De la circunferencia de este espacio partió una enorme ola que con su rápido movimiento formó el primer canal de la circulación interior. (Produxit igitur infinitum illud lineam quamdam e luce concavi sui, a summis partibus deorsum vergentem, illamque derivavit atque demisit intra spatium modo dictum… adeo ut deflectat ad figuram circularem, orbemque illico constituat… Atque sic actum est hic: primum compressit sese lux et orta sunt vasa; mox vero iterum affluxit linea lucida, ut illa illustraret— Rab. Isrhak, en la obra citada.) Mas si la sustancia divina se hubiese limitado a circularen un solo canal, hubiera permanecido siempre idéntica a sí misma y no hubiera producido nada exteriormente. Así, pues, del mismo mudo que los Pitagóricos atribuían a la unidad el poder de componer los números, los Cabalistas dicen que la sustancia primitiva puede multiplicarse y dividirse a sí misma por decenas. Las diez facultades o potencias inherentes a su propia naturaleza son los sephirot citados, y por su medio deben manifestarse las variaciones externas. (Dici sephirot divinas perfectiones, neque etiam esse distinctas creaturas, sed tantum emanationes quasdam essentiæ conjunctas, perinde ut radii solares cum sole, flammas cum prunis ardentibus… Abraham pater noster vocavit eas sephirot; quasi ut saphirus omnes colores recipit, sic Deo omnes formas, benedictiones, emanationesque tribuit, ita tamen ut haœ omnia summam Dei unilatem prædicent.—Rab. Moses, ad lib. Jetsirah, comment). Cada uno de ellos y sus emanaciones tenían la propiedad fundamental de descomponerse en décadas, del mismo modo que diez decenas forman una centena, y diez centenas un millar. (Hæc quoque causa est cur tot sephiras sephirarum faciant Cabalistæ, et quamlibet sephiram sephirarum denarium in se habere dicant et sic in infinitum.—Rab. Cohen Irira. Porta cælorum: Rabal, denud). La enorme ola de la sustancia ensófica que de la circunferencia del espacio orbicular se había lanzado al centro de dicho espacio, había dejado emanar de sí misma un gran número de canales secundarios que se dividían y subdividían sin interrupción. Por medio de esta multitud de emanaciones (oroth) y canales (kelim), y de sus cruzamientos, la materia ensófica llenaba nuevamente el espacio que había dejado vacío con su contracción; pero le llenaba con condiciones diversas de su primera inmovilidad, es decir, moviéndose y desarrollando todas las propiedades, potencias o resplandores, cuyo último resultado era producir el universo y todos los mundos que le componen. (Omnia quæ sunt, tam corpori et materæ innexa, quam ab hac separata, considerantur ut unumquid. Quamvis enim differant modis variis gradibusque, item generibus, proprietatibus, accidentibus, quoad entitatem attamen non sunt separata, quia omnia et singula sunt entia entium, propagines quodam modo coordinatæ, adeo ut quamvis mutentur naturaæ atque conditiones eorum, semper tamen retineant statum essendi, ob quem sunt ununquid.— Rab. Cohen Irira, en la obra citada). Moisés había dicho que el alma y la vida de toda carne está en la sangre; y esto lo acomodaron los Cabalistas a todo el universo, ideando una fisiología tosca de mundo personificado, y haciendo circular en él a modo de sangre una esencia infinita y divina. Por eso Burnet dijo que la cábala tiene por objeto principal hallar el origen de las cosas partiendo de una esencia suprema; su emanación de una causa primera se ocupa de la gradación de estas cosas desde las regiones más elevadas a las ínfimas, haciendo, según lo exige la necesidad, intervenir mundos, sephirot, potencias, personas, luces, rayos, puertas, vasos, canales, cubiertas y otras coudiciones semejantes. (Kabalam realem tractare polissimum de rerum originatione et gradationibus, sive de modo productionis a summo ente, aut profluxu rerum a prima causa, et earumdem rerum gradibus et descensu a summis a prima; atque haœ per suos mundos et sephirot, potentias et personas et portas, per sua lumina et radios, et vasa et receptacula et cortices, aliosque modos extulisse. Archæol. philos., cap. VII). Procuraremos indicar rápidamente la primera consecuencia de esta hipótesis: el principio, según el cual explicaban la existencia de la materia y las malignas influencias de esta vida, y pasaremos después a sus aplicaciones religiosas y morales. Cuanto más en línea recta viene de su fuente la materia circulante, tanto mas próxima a ella queda y tanto más rica es en propiedades: al contrario cuantos más mundos diferentes atraviesa, y cuanto más se aleja de su foco con la multitud de sus giros, tanta más luz, pureza y fuerza pierde. Adaptando todo esto a las ideas de cosmografía que estaban entonces en boga, admitían los Cabalistas cuatro clases de mundos concéntricos, cuya espiritualidad iba decreciendo hasta el nuestro, que era el ínfimo, y al cual llegaba la sustancia ensófica privada de sus propiedades más sublimes, y como un residuo, constituyendo lo que perciben nuestros sentidos con el nombre de materia. Entonces era cuando nacían de ella un gran número de influencias malignas, dotadas de personalidad con el nombre de demonios o klipot. El desarrollo de estos bastaría a sofocar desde lejos todo principio de bien, si la misma sustancia ensófica no descendiese entre nosotros por canales tan directos, que no se despoja de su pureza, ni de su vigor al atravesar los mundos superiores. En este estado constituye las inteligencias y potencias de la tierra, los espíritus vitales y animales, y los humanos y divinos; imprime a toda la naturaleza un movimiento de ascensión, la espiritualiza de nuevo y la permite volver a adquirir sus primitivas cualidades. Y continuando en su inexacta comparación con la organización humana, decían que del mismo modo en esta la sangre al salir del corazón está llena de vida y de partículas nutritivas; pero a medida que nutre los varios órganos y recorre las innumerables sinuosidades de tantos millares de canales, las va perdiendo y al llegar a los últimos límites de su carrera, no produciría más que efectos nocivos, si una sangre pura no fuese llevada casi en línea recta a las partes más remotas del centro común, la cual da a éstas la fuerza necesaria para desembarazarse de la sangre condensada y rechazarla adonde experimente una nueva restauración. Respecto a la moral y a la religión se enseñaba en aquella hipótesis que el hombre debe hacer todo lo posible para disminuir con la fuerza de su pensamiento y la santidad de su alma el intervalo que le separa del foco supremo, esto es, de Dios, y a llegar a ser vaso de elección, capaz de atraer a sí y comunicar a otros los rayos de la esencia ensófica, directamente venidos de lo alto y dotados de las cualidades más espirituales y puras. Además de las treinta y dos puertas o diversidades de acción asignadas a la inteligencia, los Cabalistas admitían cinco almas en lugar de una, o más bien cinco potencias o desarrollos del alma, que se acomodaban a la naturaleza de las cuatro clases concéntricas de los mundos y a la materia ensófica, extendiéndose desde la existencia enteramente física del individuo hasta el grado de elevación en que éste se identifica con el mismo Dios. No contentos los Cabalistas con representar el conjunto del universo bajo la figura de Adán, le figuraban también con el árbol de la vida del jardín de Edén, y con la vid metafórica de los profetas, cuyas raíces se bañaban en la fuente de la sustancia infinita, esto es, en la materia ensófica; sus troncos y sus ramos eran canales de emanación, y las hojas y los frutos indicaban la diversidad de los seres y de los mundos. Del mismo modo que los números de Pitágoras, las emanaciones especulativas de la cábala dieron lugar a abusos extraños y a aplicaciones teúrgicas. En el estilo de los libros santos y en la forma y disposición de alguna palabra o letra de aquellos libros decían que se debía hallar alguna razón poderosa que estuviese en relación con las leyes, según las cuales su autor había creado y distribuido la obra universal. Ipse infinitus radiando et corruscando effecit puncta. Puncta vero cucnta combinavit invicem donec fierent licteræ similitudinem imaginemque, quibus decreta sapientæ proposuit benedictus… Postmodum vero combinavit singulas alphabeti literas cum literis omnibus… Unde in libro Jetsirah dicitur: «Libravit eas, combinavit eas, mutavit eos: aleph cum omnibus et omnes cum aleph; beth cum omnibus et omnes cum beth…» Et nisi in mundo primo aliquid fuisset, judicii litteræ non apparuissent, quonian ipsis non fuisset determinatio.— Rab. Napthtali Hirtz, en la obra citada. Además de esto, como todos los Orientales, imaginaban cadenas de cosas que saliendo de la tierra llegaban hasta el cielo, y a cada palabra v a cada número aplicaban la idea de una parte del cuerpo, de una planta, de un mineral, de un animal, de un vicio, de una virtud, de una desventura o de una prosperidad, de un astro, de una estación, de un demonio o de un ángel. Cambiando y combinando las palabras, los números y los objetos sensibles de estas varias cadenas o series, creían producir una agitación simpática, que se correspondía en todos los elementos de que estaban compuestas. De aquí se originó entre otras cosas el arte de los encantos, de los talismanes y de operaciones que se creyó producían efectos milagrosos. Se tiene por muy antiguo el uso de estas especulaciones y de las prácticas que de ellas se derivan. Los Hebreos decían que los que se dedicaban a éstas trataban de conocer a Dios en la obra de beresith, esto es, de la generación, o de la creación visible, y que los sectarios de las tradiciones especulativas querían conseguirlo en la obra de la mercava, o del carro misterioso de Ezequiel, esto es, en la parte de la creación que la debilidad de nuestros sentidos no puede alcanzar, porque está compuesta de la misma esencia y se halla constituida según las mismas leyes de la precedente. El rabino Akiba Gepher en el Jetsirah o libro de la creación, dejó escritas, por primera vez, según se cree, algunas de las teorías misteriosas que solo se trasmitían de viva voz. Habiendo muerto en el año 138, en la insurrección de Barcochebas, Simeón Bar Jocai, su discípulo, adquirió mayor fama por el libro intitulado Zohar, o esplendor, y que es uno de los más oscuros y embrollados. En la edad media la cábala tuvo mucha influencia en las ciencias, descubriéndose sus huellas mas tarde en Paracelso, Fludd, Van Helmont y Bohme. Tennemann quiere que Raimundo Lulio sacase de la cábala su creencia de la identidad de Dios y de la naturaleza; pero dudamos que fuese esta la opinión del filósofo mallorquín, el cual fue un apóstol tan celoso del cristianismo. Pico de la Mirándola hizo revivir la cábala, y él fue quien dio este nombre al conjunto de tales doctrinas, y en virtud de su ingenio y del de Reuclin, la cábala excitó el interés general, y llamó la atención de los eruditos. Cornelio Agrippa la admiró en un principio, después dudó de ella, como de todo lo demás. Guillermo Postel, Pistorio y otros se ocuparon de ella sin contribuir a sus progresos. Justiniano de Voysin tradujo en 1651 algunos fragmentos del Zohar relativos a la naturaleza del alma. El P. Kircher solo conoció Cabalistas modernos, los que en su mayor parte se atuvieron a la letra muerta y a símbolos vacíos de sentido. El trabajo mas importante fue la Kabala denudata de Cristiano Knorr, barón de Rosenroth, impresa en Francfort en los años de 1677 a 1683 en 3 tom. en 4.° de 2.600 páginas. El autor reunió en esta -obra muchísimos escritos preciosos, entre los que figuraban principalmente los tres fragmentos más antiguos del Zohar, traducidos fielmente: además análisis extensos, muchos extractos, tratados enteros de Cabalistas modernos, un diccionario de materias y otro de las palabras mas notables. Copió también en ella muchos pasajes del Nuevo Testamento para confrontarlos con las doctrinas cabalísticas, queriendo ponerlas en armonía con el cristianismo. Aunque este libro no es en realidad un tratado de cabalística, sino mas bien una colección de materiales, hizo que dicha materia cesase de considerarse como una ciencia oculta y que ocupase un puesto en la filosofía, en la filología y en la teología racional. También son importantes el Diccionario histórico de autores hebreos de Rossi y la Biblotheca magna rabbinica de Bartolocci. Wachter en su Spinosismus in Judaismo admira tanto la antigua cábala, como desprecia la nueva. Brucker fue el primero que asignó a esta un lugar en la historia de la filosofía, aunque valiéndose para ello de las disertaciones del rabino portugués Abraham Cohen Ferreira. Otro tanto hicieron Tennemann y Tiedemann. Freystadt en el Kabalismus et Pantheismus (Konigsberg, 1832) se propuso la extraña tesis de que no hay semejanza entre el panteísmo y el sistema de la emanación seguido por los Cabalistas. Después del señor Tholuck vino el profesor Frank La Kabala o la Filosofía religiosa de los Hebreos (París, 1843) manifestando la relación que existe entre los antiguos Cabalistas y los Panteístas de hoy, aunque estos pueden muy bien no haber deducido directamente nada de la cábala. __________ (1) Véase la nota G al lomo I de Salvador, Jesus-Christ et sa doctrine, histoire de la naissance de l’Eglise, de son organisation et de ses progrés pendant le premier siéclee. París, 1838. |