TORRE DE BABEL EDICIONES Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano Selección de artículos de una de las más importantes y clásicas Enciclopedias en lengua española
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ZEFERINO GONZÁLEZ (1831-1894) Tomo I – Tomo II – Tomo III – Tomo IV
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Historia de la Filosofía – Tomo II – Segunda época filosófica
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No se crea por eso que este período de tiempo y los trabajos de estos escritores fueron completamente estériles para la Filosofía cristiana. Aunque esparcidas y diseminadas aquí y allá, encuéntranse en sus obras ideas y teorías filosóficas que contribuyeron a esclarecer, fijar y desarrollar ciertas cuestiones fundamentales déla Filosofía cristiana, y especialmente las que se refieren a la creación, a las relaciones de lo infinito con lo finito, al origen y destino del hombre, a la espiritualidad e inmortalidad del alma, al origen y naturaleza del mal, etc. |
La argumentación dialéctica y con frecuencia sofística de la herejía, obligó a los escritores católicos indicados a acudir también a la lógica para defenderse y defender los dogmas, y esto explica los pasajes, alusiones y argumentos tomados de la lógica de Aristóteles que se encuentran en los Padres de este período, pudiendo decirse que éstos introdujeron en la Filosofía cristiana el elemento aristotélico, así como San Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes habían introducido en ella el elemento platónico. De entonces más quedaron sentadas las bases fundamentales de la Filosofía cristiana, considerada como organismo científico concreto, es decir, de la ciencia, que, tomando como punto de partida y como norma y guía del pensamiento la verdad cristiana, se asimila todos los elementos dispersos en la ciencia pagana, para darles vigor, fuerza y fecundidad, al fundirlos y armonizarlos en una concepción más alta y comprensiva, apoyada y coronada por la idea católica. Que esto y no otra cosa ha sido, es y será en todo tiempo la Filosofía cristiana, el movimiento libre y espontáneo de la razón fecundada por la verdad divina que entra en ella por medio del principio cristiano, y protegida por este principio divino contra los errores y extravíos de la razón puramente racional, de la ciencia puramente humana.
La introducción en la Filosofía del elemento aristotélico, después de los trabajos y ejemplo de la escuela alejandrina, determinaron además el predominio y como la victoria definitiva de la dirección conciliadora y armónica entre la Filosofía y el Cristianismo, representada por la escuela de Alejandría, sobre la dirección hostil y exclusivista representada por la escuela africana.
A estos resultados contribuyeron también no poco los ya citados Temistio, Simplicio, Aurelio Macrobio, Juan Filopón, y algunos otros comentadores e intérpretes de las obras de Aristóteles, que florecieron en este siglo y en los dos siguientes. Entre estos últimos merecen mención especial el citado Filopón, cuyos comentarios y escritos contribuyeron más eficazmente que los de sus antecesores a la introducción y afirmación del elemento aristotélico en la Filosofía cristiana de los primeros, ya porque abrazó el Cristianismo, si bien incurrió en el Triteismo y algunos otros errores dogmáticos, ya porque puso de manifiesto la superioridad relativa de Aristóteles sobre Platón y las diferencias doctrinales que separan a los dos filósofos, sin dejarse llevar de los prejuicios sincretistas y de las tendencias excesivamente conciliadoras de Simplicio y de otros comentadores, empeñados en conciliar, confundir e identificar a toda costa las ideas y teorías de los dos grandes representantes de la Filosofía helénica.
Juan Filopón escribió además comentarios sobre el Haxameron, en los cuales revela conocimientos superiores a los generales de su época en materia de física, de cosmogonía y de astronomía. Las tinieblas, lejos de ser una substancia, como pretendían algunos en su tiempo, no son más que la ausencia de la luz; los astros se mueven, no por los ángeles o espíritus, sino por una fuerza motriz que recibieron en su creación; y la tierra es un cuerpo esférico, debiendo rechazarse la opinión contraria que defendían o habían defendido algunos escritores eclesiásticos, y con especialidad los representantes de la escuela siriaca o de Antioquía.
San Justino, Atenágoras y San Teófilo de Antioquía San Gregorio de Nissa y el Nazianceno
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