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Torre de Babel Ediciones

La psicología de los pueblos – Wilhelm Wundt – 8

CAPÍTULO III
La psicología de W. Wundt (Continuación)

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Las dos psicologías sociales: psicología colectiva y psicología de los pueblos – Precedentes de la última – El doble interés y la doble consideración en ésta – El concepto y los contenidos de la conciencia colectiva – El desarrollo de la conciencia colectiva – La explicación psicológica de los productos sociales – Psicología de los pueblos, etnología e historia – La psicología animal y del niño, en Wundt – Ideas metafísicas – Influjo de Wundt – Escuela wundtiana – Münsterberg – Escuela de Wurzburgo – Investigadores independientes – Psicología individual o diferencial – Pedagogía experimental – Psicología aplicada – La psicología experimental en España: Francisco Giner de los Ríos; Luis Simarro y sus discípulos; Turró; Mira – Bibliografía

  
Analicemos el sujeto que se revela como afectado, uno e idéntico. Separando, para facilitarlo, los datos históricos que tenemos de nosotros mismos (lo que nos ha sido narrado: nacimiento, accidentes de nuestra vida, etc.), nos queda lo que el sujeto sabe de sí directamente, y dejando a un lado lo que el sujeto conoce por experiencia externa (la voz, la figura del cuerpo), no queda lo que sabe por experiencia interna. Si a esto restamos todavía lo aportado por la memoria, tendremos la representación inmediata del sujeto en la conciencia. Este análisis se realiza en la amnesia absoluta. Puede llamarse a su último resultado el sujeto, y personalidad a la construcción total primera; ésta se formará en torno del sujeto que es a modo de su núcleo. ¿Qué constituye esencialmente dicha experiencia o representación del sujeto? Lo menos que se da de nosotros mismos en nuestra conciencia (en el despertar, por ejemplo, mientras no se construye de nuevo nuestra idea de la personalidad por el auxilio de la memoria) es el existir, es decir, el elemento central del sujeto. Ahora bien; no nos hallamos en presencia de una intuición metafísica por la que el sujeto se conocería a sí mismo. Este existir se revela como un tejido de sentimientos. La representación del sujeto implica, pues, datos (los sentimientos) y una manera de construir los (concepto); es empírica. En un estado de tenue conciencia, todo es referido al Yo sentido, al estado de ánimo, al Yo núcleo, al Yo más simple; en torno de él se agrupan los demás elementos para formar el Yo de la actividad, la personalidad espiritual, la corporal y la histórica. Las sensaciones tienden a localizarse en el espacio; los sentimientos se refieren al sujeto; pero las sensaciones orgánicas participan de sensaciones y sentimientos; por esto nuestro cuerpo es para nosotros objeto y sujeto a la vez.

El análisis de los sentimientos ofrece dificultades insuperables, puesto que se funden tan íntimamente que es muy difícil distinguir en el resultado de la fusión los componentes. Los sentimientos presentan, como cualidad general, la polaridad; es decir, se mueven entre dos polos o contrarios, con la propiedad de que el punto medio es un estado libre de afectos, indiferente. La ley de la «relatividad psíquica» dice que todos los elementos existentes en la conciencia se influyen recíprocamente. Esta ley, que también se da entre lo anterior y lo presente, o sea en lo sucesivo, adquiere gran importancia en los sentimientos. Salvo los casos de conciencia oscura, hay en la conciencia sentimientos y sensaciones ligados entre sí por la antedicha ley de relatividad. La relatividad puede ser extrínseca e intrínseca. La extrínseca se formula diciendo que el sentimiento no aparece aislado, sino que resulta de los contenidos de la conciencia que tienen una referencia objetiva; es decir: es la interpretación del estado del sujeto, estado producido por objetos, y expresa la relación de la sensación, percepción o representación objetiva con el Yo. Clasificando los sentimientos por este precedente objetivo, tendremos: 1.º, sentimientos que se refieren a la relación de objeto con el sujeto; 2.º, sentimientos despertados por relaciones de objetos entre sí. En el juicio, que establece estas relaciones, surgen sentimientos que revelan los valores de las cosas y toman un carácter particular en la relación del objeto y el sujeto (conveniencia, etc.). El sentimiento es, pues, la expresión y la base del valor que el sujeto atribuye a los objetos. De la relatividad intrínseca resulta que cada variación del sujeto, es decir, de los sentimientos, produce un sentimiento que expresa la actividad o pasividad del sujeto. En la vida inferior existe una relación entre los sentimientos y las necesidades fisiológicas. A las necesidades no satisfechas acompaña un sentimiento de dolor; a las satisfechas, un sentimiento de placer. Esto nos lleva a ocuparnos de la vida.

Los organismos pueden considerarse como una suerte de máquinas que se rigen por sí mismas; es decir, son autómatas. Claro que se trata de máquinas químicas (Loeb). Los seres vivos tienen, pues, como características, las que siguen: 1.ª, son autómatas; 2.ª, forman, no un sistema meramente mecánico, sino un agregado con una unidad de origen, una unidad formal y una unidad funcional o producida par la cooperación; 3.ª, todas las acciones externas ejecutadas por ellos van acompañadas de una reconstrucción interna, que modifica el organismo y que es la base de su desarrollo, y de la modificación de estructura anatómica, que es la base del hábito. De esta reconstrucción se deduce la irreversibilidad de los organismos; es decir, no pueden reobrar dos veces del mismo modo. Los tropismos pueden, a veces, explicarse mecánicamente. A pesar de todo lo anterior, la experiencia nos muestra que la conciencia existe y que no es una mera sombra, un mero añadido. El epifenomenista procede como el relojero que devolvía compuesto un reloj con las ruedas que le habían sobrado; al epifenomenista le sobra la rueda del espíritu en la naturaleza. Sin embargo, el espíritu, la conciencia, es un factor vital. Ya es preciso admitir la conciencia en la vida puesto que el hombre tiene conciencia. Espontáneamente, por la eyección o proyección, atribuimos conciencia a los seres más semejantes a nosotros y después a los seres más semejantes a éstos, de modo que llegamos a concluir que todos los seres tienen conciencia. Si comenzamos por la explicación mecánica de los tropismos, llegaremos, por una serie análoga e inversa de razonamientos, a afirmar que el hombre no tiene conciencia. Los tropismos pueden incluir conciencia; la implicarán cuando impliquen representación. El criterio de la conciencia es, pues, que el excitante obre, no como excitante físico o químico, sino como representación. La introducción de un sistema de representaciones agranda el radio de acción de la respuesta a los excitantes por parte del ser vivo. Todo el progreso de la humanidad en el conocimiento ha consistido en ampliar este radio de acción para proteger la vida. La memoria amplía este radio en el tiempo, no sólo como memoria del individuo, sino, también, de los demás sujetos. Representación y memoria son dos factores en el tropismo. En resumen: la conciencia es un instrumento para la vida como el reflejo.
 
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