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LORD BYRON, poeta inglés -biografía- Diccionario Enciclopédico Hisp.-Amer.

LORD BYRON, poeta inglés; su vida y escritos (biografía)

Índice

BYRON (JORGE NOEL GORDON, lord)

Biografías. Poeta inglés, el primero de su patria en el siglo presente. Nació en Dover el 22 de enero de 1788; murió en Missolonghi el 19 de abril de 1824. Descendía por línea materna de Jacobo I, rey de Escocia, y por la paterna de los conquistadores normandos. Su padre casó en segundas nupcias con miss Catalina, a la que arruinó en poco tiempo, y de este matrimonio nació el poeta, que vino a heredar las buenas y malas cualidades de sus antepasados, siendo como ellos generoso y valiente, excéntrico y libertino. El padre de Byron vivió separado de su esposa y murió en Francia. La madre, dotada de un carácter caprichoso, merced al cual pasaba bruscamente de la cólera a la ternura y del amor al odio, educó mal a su único hijo, que fue, como aquélla, en exceso inquieto e impresionable. Por un accidente ocurrido cuando su nacimiento, Byron tuvo un pie ligeramente torcido, y quedó para siempre algo cojo, lo que mortificó un tanto la vanidad del ilustre poeta. La muerte de un tío segundo dióle la dignidad de par, poniendo de este modo fin (1798) a las escaseces que conoció en su infancia; edad que había pasado en Escocia. La primera vez que el niño se oyó llamar en la escuela Dominus Byron, las lágrimas surcaron sus mejillas. Hacia este tiempo una pasión se desarrolló en el alma de Jorge. María Duff era el objeto de este amor sentido por un niño de ocho años, que a los doce se enamoró perdidamente de su prima Margarita Parker. Los nombres de María y Margarita no se borraron nunca de la memoria de Byron. Éste ingresó en 1801 en la escuela de Harrow. Leyó mucho, pero sin método, y entabló con sus condiscípulos relaciones extrañas, queriéndolos con profundo afecto y sacrificándoles su propia voluntad. Pero ya se anunciaba en él su destino futuro. Sin causa justificada iba con frecuencia a sentarse pensativo en el cementerio de Harrow y gozaba a solas el placer de una singular melancolía.
Durante las vacaciones de 1803, conoció en Annandale (cerca de Newstead-Abbey) a miss Mary Chaworth, que le inspiró una pasión profunda. No correspondió la joven, que contaba diecisiete años, a este sentimiento; antes bien, se burló del que aún miraba como niño, y casó poco después. Jorge ocultó las heridas de su orgullo y de su amor; dejó que creciera su melancolía, y tiempo después inmortalizó este pasaje de su vida con uno de sus más hermosos cuadros líricos, titulado El Sueño. En 1805 pasó a la Universidad de Cambridge, y se entregó muy pronto a excesos de todo género. En medio de este reinado de las pasiones, pensaba, sin embargo, y luchaba contra el escepticismo que ya le dominaba. Dos años después daba a la imprenta su primera colección de poesías titulada Horas de ocio (1807), y cuando creía que iba o comenzar para él el período de la gloria artística, la crítica dura y despiadada que hizo de su obra la Revista de Edimburgo vino a disipar todos sus sueños. El poeta contestó a principios de 1809, por medio de su famosa Sátira de los poetas ingleses y de los críticos escoceses, escrita con lenguaje e ingenio dignos de Pope. En 1809 tomó asiento en la Cámara alta, en los bancos de la oposición, y no fue poco tormento para su carácter susceptible la actitud de su tutor lord Carlisle, que se negó a presentarle. En el estío del mismo año se embarcó para Lisboa, triste, colérico y devorado por secreta pesadumbre. De Lisboa se dirigió a Cádiz. Vio a los andaluces alzados como un solo hombre contra el poder del capitán del siglo; recorrió el territorio de la antigua Bética; visitó la ciudad sevillana, mantuvo amores ligeros con una española, de nombre Josefa, que prestó algunos rasgos a su Doña Inés (en el Don Juan, canto primero); desembarcó luego en la isla de Malta; partió para la Albania; saludó en Tepelen al famoso Alí-Bajá; tocó (mes de noviembre) en Missolonghi donde había de morir quince años más tarde; estuvo en Atenas, en casa de la hermosa Teresa Macri; terminó (abril de 1810) en Esmirna el segundo canto de su Childe Harold; atravesó a nado, como Leandro, el Estrecho de los Dardanelos; marchó a Constantinopla, y de aquí otra vez a la Morea y a Atenas, y, tras una ausencia de dos años, pisó de nuevo el suelo de la patria, demasiado tarde para cerrar los ojos de su madre, que falleció en el momento de la llegada de su hijo, y se halló también falto del consuelo de la amistad, cuando poco después perdió a sus amigos Mathews y Wingfield, que no tuvieron jamás perfecto reemplazo en el corazón de lord Byron

Lenitivo a estas y otras penas pareció ser el éxito de su Childe Harold, que apareció en febrero de 1813. Dos días antes de esta publicación pronunció Byron su primer discurso en la Cámara de los Lores, y en 1813 y 1814 imprimió sucesivamente La desposada de Abidos, El pirata y Lara, gallardas muestras de un talento poético que desapareció prematuramente. La crítica, que, ante el triunfo conseguido por Byron con su Childe Harold enmudeció, aprovechóse ahora de la ocasión que el mismo poeta ofreció con sus versos A una dama desecha en llanto, dirigida a la princesa Carlota. Los periódicos torys calificaron de demonio al autor, y ataques violentos y variados llovieron a porfía sobre el poeta que, por fortuna, halló un consejero animoso en su editor Murray. Byron parecía llamado a sufrir todas las desventuras. El 2 de enero de 1815 contrajo matrimonio con lady Milbanke, rica heredera que le había rehusado su mano un año antes. El 10 de diciembre su esposa daba a luz una niña, y el 15 de enero de 1816 lady Byron exponía a su marido en una carta, al parecer muy cariñosa, que tenía resuelto no volver a unirse con él. Se desconoce la causa de esta conducta que, según la frase del mismo poeta, obedeció a razones «demasiado sencillas para que se encontraran con facilidad.» Explícase, a pesar de lo dicho, esta separación, teniendo en cuenta que no podía ser muy duradero, si alguna vez existió, el afecto entre un joven ardiente e inquieto y una mujer fría, austera y metódica. Byron accedió a los deseos de su compañera, pero hizo aparecer una sátira violentísima contra el aya de su esposa por suponerla autora de lo ocurrido, y el Adiós a su mujer, donde, por orgullo o despecho, se confesó reo de faltas que nunca había cometido. Entonces los periódicos le atacaron sin compasión; multiplicáronse las caricaturas contra el poeta; se le cerraron las puertas de todas las sociedades; se consideró como acto censurable el recibirle en casa; fue odiado por los aristócratas, porque si en el número de éstos se contaba por su origen, se había separado de los mismos por sus opiniones políticas; fue anatematizado por los fanáticos en religión, a los que ofendía con la libertad de sus juicios y costumbres; se atrajo el odio de las mujeres que suponían tener quejas de él, entre otras Carolina de Lamb, dama distinguida que se enamoró locamente de Jorge; se le apellidó con los más insultantes calificativos, y todos, ricos y pobres, aristócratas y hombres del pueblo, le miraron con odio desdeñoso.

Byron, al verse desterrado moralmente, se desterró por su voluntad, y castigó a su ingrata patria no volviendo a ella en vida y yendo a cantar otros cielos y países, otras mujeres y otros ideales que los de la sañuda Inglaterra. El 25 de abril de 1816 abandonó por segunda vez la Gran Bretaña con rumbo a los Países Bajos. El verano lo pasó a orillas del lago de Ginebra, unido por la amistad a madame Stäel, que en vano procuró una reconciliación entre los esposos. Sus relaciones con el ateo Shelley, que vino a verle en su retiro, le precipitaron más y más en el escepticismo.

Juntos los dos poetas recorrieron las comarcas suizas y, atravesando cierto día una selva de pinos faltos de ramas y corteza, sin hojas y sin vida, Byron hubo de exhalar esta amarga queja: «He aquí mi imagen y la de mi familia». En octubre de 1816 se hallaba Jorge en Milán examinando la famosa biblioteca Ambrosiana. En noviembre estaba en Venecia, estudiando el armenio por las mañanas, enamorando al modo del país por las tardes, y meditando profundamente por la noche. En la primavera de 1817 contempló las ruinas de la Roma pagana. En el mismo año terminó en Ferrara, en la prisión del Tasso, el cuarto canto de su Childe Harold, escribió sus Lamentaciones, y luego reanudó sus anteriores costumbres de estudio, amor y libertinaje. A fines del último año citado, la hermosa Mariana atormentaba a Jorge con sus celos; pero ni estas escenas ni el bullicio de las pasiones impidieron al poeta escribir su Manfredo, su Beppo y su Mazeppa; dedicar algunos ratos a su Marino Faliero, y dar comienzo a su Don Juan

En la sociedad veneciana conoció Byron a una joven condesa, nacida en la Romaña. Llamábase Teresa Guiccioli, y era esposa de un anciano. Pronto nacieron entre ella y el poeta inglés amores condenados por la moral. La joven acabó por seguir a su amante a las orillas del Brenta, y cuando se le impuso una reconciliación con su marido cayó gravemente enferma, y fue necesario que el esposo consintiera en que Byron habitase en el mismo palacio que Teresa. El conde Guiccioli obtuvo al cabo una separación legal, y la condesa se retiró al campo, al lado de su padre el conde Gamba. El poeta en adelante solo pudo verla muy de tarde en tarde.

Cuando en julio de 1820 estalló en Nápoles la revolución, Byron, que amaba la libertad política, estaba ya comprometido con los carbonarios de la Romaña. A consecuencia de los movimientos por entonces ocurridos en Italia, fueron desterrados de Rávena los condes de Gamba, y la amante de Byron tuvo que seguirlos. El gobierno del Papa no se atrevió a expulsar al inglés, quien, a fines de octubre de 1821, y después de terminar, en medio de las tormentosas agitaciones del corazón y de la cabeza, su Marino Faliero, Sardanápalo, Caín y La visión del juicio, se estableció en Pisa, en el palacio Lanfranchi, donde le esperaba la condesa Guiccioli. Allí distribuyó el tiempo entre la amistad, el trabajo y las cabalgatas a los alrededores.

Por este tiempo perdió a su amigo Shelley y asistió al acto de quemar el cadáver, ceremonia pagana de la que conservó siempre una impresión profunda, y por la misma época acabó su misterio Cielo y Tierra y su Werner, que dedicó a Goethe. En el otoño de 1822 fijó su residencia en una quinta próxima a Génova, y se ligó por los vínculos de la amistad con lady Blessington, a la que debemos curiosos detalles sobre este año de la vida del poeta. Ni un solo instante se apartaba de la memoria de Byron el recuerdo de su hija Ada, a la que dejó en la cuna cuando salió de Inglaterra. En muchas de sus obras consagra patéticas estrofas a la que llamaba única hija de su casa y de su corazón. Tenaz la desgracia, persiguió, aun después de muerto, al infortunado padre, pues su hija fue educada en el olvido más profundo hacia el autor de sus días, llegando el odio hasta el extremo de haber prohibido la suegra del gran poeta inglés, en una de sus disposiciones testamentarias, que en ningún tiempo se enseñase a su nieta el retrato de lord Byron

A principios de la primavera de 1825 se puso Byron en relaciones con el comité griego de Londres. Numerosas invitaciones que recibió después, remitidas desde Grecia, fortificaron su deseo de ir a pelear por la libertad helénica. El 13 de julio de 1823 se daba a la vela, en compañía del conde Gamba, del ex-pirata Trelawey y el doctor Bruno, llevando a bordo del bergantín Hércules, en el que marchaban todos ellos y que el poeta había fletado, armas, municiones, caballos y una farmacia. Una tempestad le obligó tres días después a refugiarse en el puerto de Génova; pero el 24 de julio continuó su interrumpido viaje, y a los diez días desembarcó en Argostoli, en la isla de Cefalonia. Juzgó prudente apartarse de la lucha de los partidos y observar durante algunos meses el estado de las cosas. A fines del mismo año, la marcha de la política parecía favorecer a los griegos. Maurocordato, desde Missolonghi, llamaba a Byron con las más apremiantes instancias. El poeta se dispuso a marchar y, con fecha 27 de diciembre, escribió a su amigo el célebre poeta irlandés Thomas Moore lo siguiente, que muestra cómo Jorge tuvo el triste presentimiento de su próximo fin: «Si la calentura, el cansancio, el hambre o cualquiera otra dolencia cortase de repente la vida de vuestro compañero; si me ocurriese ni más ni menos que a Kleist, Koerner, Garcilaso de la Vega, Rutofski o Tersandro, ¿qué le hemos de hacer? Acordáos de mí en medio de las risas y del vino.» El 5 de enero de 1824, después de haberse librado en la travesía de la persecución de una fragata turca, llegó lord Byron a Missolonghi, lugar pantanoso y malsano, siendo recibido en la playa por una multitud entusiasta. Dedicóse el poeta inglés a calmar los ánimos, a mejorar las fortificaciones y a corregir los abusos de la prensa. Tomó a sueldo quinientos suliotas, mantuvo en constante tensión su espíritu para satisfacer a unos y no romper con otros, y, débil ya por la vida desarreglada de otros tiempos, bajo la influencia del clima deletéreo de Missolonghi, y por el rudo trabajo intelectual a que se entregaba, sintió quebrantarse su salud. En el mes de febrero padeció convulsiones violentas y un ataque de apoplejía. El 10 de abril, durante una excursión, fue sorprendido por un aguacero. Enfermo y calenturiento, salió todavía a caballo al siguiente día y contempló, triste y dolorido, en el campo, por vez postrera, el sol de los países meridionales. Mal tratado por sus médicos, fue los pocos días víctima de una inflamación cerebral, y hasta su fallecimiento su poderosa inteligencia luchó contra penosas alucinaciones, y su cuerpo contra una larga agonía. La muerte triunfó en este combate, y Byron, después de pronunciar esta frase: Ahora es preciso que duerma, exhaló su último suspiro. Un pueblo entero rodeó la casa al saberse la infausta nueva. Las fiestas de Pascuas quedaron suspendidas, los tribunales y almacenes se cerraron, y 37 cañonazos anunciaron al mundo que lord Noel Gordon Byron había entrado en un mundo donde podría haber resuelto el problema de nuestro ulterior destino, que en tantas ocasiones había atormentado su alma. Su cadáver estuvo expuesto doce días en la iglesia de San Nicolás, entre las tumbas del general Normann y del héroe Marcos Botzaris. El 2 de mayo el coronel Stanhope embarcó para Inglaterra los restos mortales de su amigo. El cuerpo del inmortal poeta descansa en un pueblecillo del Nottinghamshire al lado del de su madre.

Byron, en su breve existencia, compuso poesías líricas, satíricas, dramáticas, épicas, y, en suma, cultivó todos los géneros. De todas sus obras, merecen cita preferente por su extensión y por su fondo el Childe Harold y el Don Juan. El Childe Harold es un viaje poético, un poema descriptivo, pero un viaje y descripción admirables. Los dos primeros cantos nos hablan de Portugal, España y Grecia; los dos últimos de Waterloo, el Rhin, Suiza, Venecia, Florencia y Roma; los cuatro del mar, que forma como un inmenso círculo que contiene un mundo de cuadros y un caos de impresiones. Don Juan es un personaje con fisonomía propia, que en nada se parece al Don Juan de Molière, que no es un sensualista brutal ni un ateo incorregible; que no es tampoco el Fausto de Goethe, sino que representa con fidelidad sorprendente la vida y el alma del poeta inglés. El poema, a pesar de sus dieciséis cantos, no está terminado. Al lado de las dos creaciones citadas álzanse, como obeliscos que rodean a dos pirámides colosales, La desposada de Abidos, encantadora pintura de un amor prematuro y desgraciado; El pirata y Lara, personajes que buscan en el fragor de los combates y en el menosprecio de las leyes el olvido de un crimen secreto que roe sus conciencias; el Sitio de Corinto, historia de un renegado que recuerda a los dos personajes anteriores; El Prisionero de Chillón, grito de un alma poética contra los opresores de las conciencias generosas; Parisina, desgarrador cuadro de un hijo que profana el lecho de su padre; Mazeppa, popularizado por el pincel de Horacio Vernet; Beppo, cuento semiburlesco, y La Isla, episodio tomado de la historia de la marina inglesa y desarrollado en medio de la rica vegetación y del poético cielo del mar del Sur.

Lord Byron no consiguió con sus tragedias excitar el entusiasmo del público, lo que se debió a que falta en ellas, o apenas se descubre, la acción dramática. Pero si se acepta la forma con que el poeta ha revestido estas composiciones, habrá que confesar que sostienen dignamente la comparación con sus demás obras. Así, Marino Faliero y Sardanápalo figuran entre las mas hermosas creaciones de lord Byron; Werner, cuya acción pasa en Alemania, reproduce el carácter de las tragedias germánicas; la Metamorfosis del jorobado contiene pasajes de gran belleza; Manfredo se parece al Fausto; Caín es una declamación contra la Providencia, o, si se quiere, un poema dramático que simboliza el orgullo del hombre humillado por la grandeza de la Creación y la pequeñez de su propia naturaleza, y el misterio Cielo y Tierra es el génesis puesto en acción.

El genio satírico de lord Byron aparece en todas sus obras. No obstante, hay cuatro o cinco dedicadas exclusivamente a este género. Tales son la Sátira de los poetas ingleses y de los críticos escoceses, ya citada; la Visión del Juicio, que el poeta dirigió contra su enemigo personal Southey; la Edad de bronce, en que ataca la política retrógrada de los gabinetes; El Vals, sátira voluptuosa y sensual contra este placer de los sentidos; y la Profecía del Dante, que es más bien un poema elegíaco que lamenta las desdichas de Italia. Además de las dichas, el poeta inglés fue autor de otra multitud de composiciones que por sí solas hubieran inmortalizado a un talento inferior. También dejó unas Memorias que, a petición de su familia, no se dieron a la imprenta.

Byron es uno de los jefes de la escuela literaria que uno de nuestros críticos llama de vates desesperados. Sólo cuando habla del amor de sus primeros años o de las luchas por la independencia adopta un tono simpático. En los demás casos, es el poeta del humorismo amargo y del desencanto de la existencia. Hay, pues, en lord Byron dos personalidades. La del hombre que, fustigado por la sociedad, se revuelve contra ella, hiriéndola con el testimonio de su desprecio, y la personalidad del cantor de las libertades, del poeta que anima a los pueblos que quieren emanciparse y maldice a los tiranos. Así, en Bélgica, Waterloo le inspira una de sus más conmovedoras odas; Venecia le da creado su Marino Faliero; nuestro país le mueve a cantar la batalla de Talavera.

España ejerció una influencia positiva en el genio poético de Byron. A principios del siglo el poeta inglés pasó por Andalucía, donde escribió las primeras estrofas de su Childe Harold. Cádiz le enseñó a admirar a la mujer española, y por ésta al país ibérico, porque es de notar que Byron sintetizaba la belleza de una nación en la de sus mujeres, y estudiaba en primer término a éstas en los países que recorría. Antes de pisar el suelo español, Byron había ensayado tonos ligeros e imitaciones acertadas, pero al fin imitaciones, en sus Horas de ocio y en su sátira contra los revisteros de Escocia. Después de haber visto la tierra andaluza es otro poeta; son otros los elementos que aprovecha; hay en sus obras colores más vivos, mas luz en sus cuadros, más calor en su cerebro. Basta leer, para justificar esta afirmación, sus descripciones de Sevilla y de Cádiz, de la batalla de Talavera y de las corridas de toros.

La influencia del poeta inglés sobre nuestra literatura fue grandísima en el primer tercio del presente siglo. Nuestras luchas políticas habían llevado a Inglaterra a muchos ingenios españoles. La común desgracia reunió en Londres a Martínez de la Rosa, a Espronceda y otros poetas que luego marcaron el rumbo a la literatura española. El duque de Rivas vivía en una isla inglesa, en Malta, y éste y los anteriores respiraron largo tiempo la atmósfera byroniana. El más grande entre los ingenios españoles influidos por Byron es Espronceda, quien, sin embargo, imitó al poeta inglés con estilo original e inspiración propia, y de Espronceda proceden los poetas de la duda y del descreimiento que luego vinieron. Bueno será advertir que el influjo de Byron precedió en España al de Víctor Hugo y al de los románticos del continente; que cuando éstos llegaron a nuestro país, ya el sarcasmo byroniano nos era habitual, y que por esto tomamos del romanticismo, más que el espíritu, la forma atrevida y el tono sombrío.

El mérito indisputable de Byron explica que sus obras hayan sido vertidas a todos los idiomas, y que las bellas artes vayan a buscar en sus escritos manantiales de rica inspiración. Aun los poetas de tendencias literarias distintas rinden tributo de admiración al gran genio inglés, consagrándole bellísimas composiciones. No olvidaremos entre ellas la Ultima lamentación de lord Byron, poema de don Gaspar Núñez de Arce. Las ediciones más estimadas de las obras del escritor inglés son la de Londres (1833, 17 vol. en 18.º), con la vida del autor por Thomas Moore, y la de París por Baudry (1832, 4 vol. en 8.º) En España se ha publicado una traducción del Don Juan por F. Villalba (2 tomos en 8.º mayor) y otra titulada Don Juan el hijo de doña Inés, seguido de Las lamentaciones del Tasso del propio autor, versión de J. A. R. (un tomo en 8.º mayor). Este volumen forma parte de los publicados por la Biblioteca amena e instructiva. La Biblioteca universal ha formado el volumen LXIII con El pirata, Lara, Las tinieblas, Melodías hebraicas, La visión de Baltasar y Las lamentaciones del Tasso. Véase Galt, Life of lord Byron; Dalla’s, Memoria, Lady Blessington Conversations with lord Byron. Penny-Cyclopaedia, etc.