Resumen de su pensamiento (si quieres lo esencial de su filosofía: mini-resumen Ortega y Gasset |
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II. el tema de nuestro tiempo: la superación de la modernidad Ortega y Gasset – Resumen de su pensamiento (segunda parte)
MINDFULNESS
III. la vida, realidad radical
IV. El conocimiento y la vida
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En su obra titulada «¿Qué es filosofía?» define esta disciplina como el estudio radical de la totalidad del Universo, y presenta algunos rasgos principales que, a su vez, permiten aclarar la definición citada. a) Principio de autonomíasiguiendo a Descartes, Ortega mantiene que el filósofo no puede tomar prestadas las verdades conquistadas por otros saberes; al menos en lo relativo a las fundamentos de la investigación filosófica, debe admitir como verdadero sólo aquello que se le muestre a él mismo con evidencia. Y es precisamente este afán por la autonomía de la filosofía lo que llevará a nuestro filósofo a la búsqueda de un dato que presente evidencia absoluta, de una realidad primera y radical (el vivir) y le conducirá a cuestionar las creencias más elementales desde el punto de vista de la actitud natural, de la actitud espontánea que fluye en la vida. b) Principio de pantonomía o universalismolas ciencias (biología, física, química…) se interesan cada una de ellas por una parte de la realidad; la filosofía, sin embargo, lo hace por el todo, por el Universo en general, siendo éste la suma de todo cuanto hay, el conjunto de todas las cosas, tanto las existentes como las meramente pensadas, imaginadas o deseadas. Podría objetarse que al filósofo también le interesa la ética, la estética, la teoría del conocimiento, la antropología, y que para su estudio estas disciplinas acotan una parte de la realidad. Sin embargo, en cada uno de estas investigaciones particulares, el filósofo hace una valoración de la región del ser que le interesa (lo moral, lo bello, la verdad, el ser humano) y las estudia en relación con el conjunto de la realidad, con la totalidad; en este enmarcar una realidad particular en el conjunto en el que se inscribe, la filosofía descubre el sentido de las cosas, el ser presente en todas ellas. Esto quiere decir que para Ortega y Gasset la filosofía es lo que tradicionalmente se identifica con la ontología: el estudio del ser, en qué consiste el ser y las categorías principales del ser. c) La filosofía es un conocimiento teóricopor ser conocimiento es un sistema de conceptos precisos, basados en el ejercicio de la razón y disciplinado mediante la fidelidad a la lógica y a las reglas de la argumentación (Ortega está en contra del misticismo), y por ser teórico es un saber ajeno a la preocupación por el domino técnico del mundo pues la filosofía no da reglas concretas para la transformación de la realidad y la construcción de objetos. Sin embargo, no hay que creer que esta inutilidad de la filosofía la haga poco importante; antes al contrario; Ortega presenta dos razones que convierten a la filosofía en un saber imprescindible: por un lado, intenta satisfacer una de las dimensiones más importantes e irrenunciables de la vida humana, como es el afán por el conocimiento, la búsqueda de la verdad sobre el mundo; además, la filosofía tiene lo que podríamos llamar utilidad existencial: como indica con frecuencia, el hombre es un náufrago perdido en la existencia y en este naufragio las teorías, particularmente las filosóficas, le permiten orientarse en la realidad. I.2. El método de la filosofía: la intuición filosófica En cuanto al método que se debe utilizar en las investigaciones filosóficas, de nuevo encontramos la influencia de Descartes, pero más aún de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología. Ortega considera que el conocimiento humano descansa en principios muy básicos que se alcanzan mediante actos simples de conocimiento a los que llama intuiciones; los ejemplos más sencillos de intuición se sitúan en el nivel de la intuición sensible o percepción; pero la intuición no se limita a la esfera de la percepción ni es por tanto sólo intuición sensible; también hay otros tipos de realidades u objetividades que pueden darse en persona, que pueden estar presentes ante la mirada del sujeto cognoscente. En este punto Ortega señala los límites del positivismo, heredero del empirismo: su comprensión de lo positivo, de aquello que realmente se da, es demasiado estrecha, al admitir como datos sólo los que se ofrecen a la percepción. Frente a este positivismo reivindica el positivismo radical. De este modo, dice Ortega, es posible la intuición o conocimiento inmediato de la verdad también en otros ámbitos, como el de las objetividades matemáticas, o del mundo de los valores y, por supuesto, respecto de los grandes temas de la filosofía. Existe por tanto lo que podríamos llamar intuición filosófica: intuición porque es un acto de conocimiento privilegiado, la presencia inmediata de la verdad, y filosófica porque la objetividad que en este acto se muestra es un sentido filosófico.
II. el tema de nuestro tiempo: la superación de la modernidad Una de las preocupaciones que recorren todo el pensamiento de nuestro autor es la de la autenticidad. La autenticidad es la fidelidad absoluta a lo que un sujeto realmente es: el verdadero imperativo moral es el de la necesidad de ser fiel a la tarea propia. Su propuesta de autenticidad no involucra sólo la esfera de la vida individual, también abarca la vida colectiva: del mismo modo que cada individuo se enfrenta al reto de ser fiel a su propio ser, también la sociedad en su conjunto puede traicionar su destino o ser coherente con él. En función de sus peculiaridades históricas y culturales, cada época tiene una tarea fundamental que realizar y un destino. Ortega considera que la nuestra no es otra que superar los principios básicos de la modernidad, superación que en el caso de España servirá además para la renovación de la vida política y social. La época moderna y el espíritu filosófico que la sustenta está en crisis y debe superarse con nuevas creencias y nuevas formas culturales y vitales. Cada época está inspirada y organizada en ciertos principios. En el caso de la Edad Moderna, de sus formas culturales y espirituales, el principio básico que Ortega encuentra es el de la subjetividad, y la filosofía que lo gesta el racionalismo y el idealismo. El racionalismo considera que la razón es la dimensión fundamental del hombre y trae consigo la idea de la racionalidad como una capacidad ahistórica, transpersonal, capaz de vincularnos con verdades abstractas, atemporales, ajenas a cualquier elemento histórico y subjetivo. En sus versiones más extremas, el racionalismo es contrario a la vida. Por su parte, el idealismo presenta al mundo como una construcción del sujeto cognoscente, como un contenido de la conciencia que se lo representa. Frente a estos puntos de vista encontramos doctrinas opuestas: el idealismo tiene como contraria la tesis realista típica del pensamiento antiguo y medieval, y al racionalismo se opone el relativismo y el vitalismo irracionalista (el de Nietzsche, por ejemplo). Ortega considera que ninguna de estas dos oposiciones es correcta, que es preciso encontrar una solución a la disputa entre el racionalismo y el relativismo, entre el idealismo y el realismo. Y ello sólo es posible profundizando en el gran descubrimiento de la modernidad (la subjetividad). Ortega rechaza la visión de una razón ahistórica y transpersonal, pero sin proponer una actitud vitalista radical, al modo de Nietzsche, que subraye la irracionalidad de la existencia; como más adelante se explicará su «racio-vitalismo» reivindica una noción de la razón que no sea contraria a la vida, la razón vital.Su actitud respecto del idealismo es más compleja. Comienza señalando que en la historia del pensamiento se han dado dos interpretaciones opuestas de la realidad, el realismo y el idealismo. El realismo ha sido la interpretación dominante hasta la filosofía moderna y es la que goza de más predicamento entre los profanos, entre el común de la gente. Su tesis principal se puede desdoblar en las dos afirmaciones siguientes: la realidad es independiente de la conciencia o mente que se la representa o conoce; el sujeto cognoscente no construye la realidad que conoce. Para el realismo, los árboles, los animales, los montes y los valles, las personas, el Universo en su conjunto, está más allá de nuestra mente, y tiene una existencia propia, autónoma; existía antes de que nadie lo percibiera, lo conociera o se lo representara y seguirá existiendo así aunque todo ser capaz de conocer desaparezca. Para el realismo, en el auténtico conocimiento nuestra mente es pasiva, es como un espejo fiel de la realidad. Todo elemento subjetivo enmascara la realidad, deforma la imagen que ésta puede exhibir en nuestra mente. No es extraño que la metáfora que mejor muestra esta descripción de la realidad y el conocimiento sea la metáfora del sello y la cera: en la antigüedad cuando alguien quería certificar la autenticidad de un escrito marcaba sobre cera el sello de su anillo, dejando en ella su imagen; del mismo modo, cuando conocemos la realidad, esta impresiona sobre nuestra mente, deja su huella, siendo ésta la representación que concentra el conocimiento alcanzado. El realismo parece ser la concepción de la gente corriente y la consecuencia de una disposición espontánea de nuestra mente. La actitud natural consiste en subrayar la primacía de la cosas y el mundo sobre la subjetividad. Por esta razón de las dos propuestas filosóficas tradicionales la primera y más común, y la más propia de la actitud natural ante el mundo, es el realismo. Es también la que ocupó el pensamiento de la Antigüedad y la Edad Media. Por su parte, el idealismo defiende todo lo contrario: la realidad es una construcción de la subjetividad que se la representa, es inseparable de la conciencia que conoce. Esta concepción aparece con el descubrimiento de la subjetividad por Descartes (aunque este autor se sitúa aún en el realismo). Descartes en su afán por dar con una verdad indudable y al exigir la vuelta hacia la mente para la fundamentación absoluta del conocimiento, descubre el ámbito de la conciencia, el mundo de la subjetividad. Pero plegarse hacia uno mismo tiene sus consecuencias; una de ellas, y no de las menos importantes, es la del carácter problemático que presenta el mundo como realidad independiente, y tal vez su pérdida. ¿Cómo entender aquello que se ofrece a la percepción y el pensamiento?; si resulta que la mente es muy distinta de lo que tradicionalmente llamamos realidad física, y ésta sin embargo se percibe y piensa, entonces la realidad física no será otra cosa que contenido de mi mente, una construcción de mi conciencia. De aquí una nueva metáfora, la del continente y el contenido. La conciencia o subjetividad es como un receptáculo en el que existen o están presentes las cosas del mundo. El idealismo subraya el papel del sujeto y concibe la realidad como un mero contenido de conciencia. Esta posición es incómoda, parecería que en ella el filosofo se siente como encerrado. El propio Ortega estudió en Marburgo con los neokantianos Cohen y Natorp, pero pronto dejó de lado esta corriente en la que declaró haber vivido como en una cárcel, y lo hizo precisamente para volver a recuperar la realidad perdida; aunque esta recuperación no va a conducir a la ingenuidad de la tradición pues ya no será posible la vuelta al realismo. Pero tampoco es aceptable el idealismo; se trata más bien de mantener una posición de equilibrio entre el sujeto y el objeto, entre la mente y el mundo, entre el yo y las cosas. Para expresar su propuesta de una nueva idea del mundo, superadora de la modernidad, Ortega nos presenta la metáfora de los dioses conjuntos: en la Antigüedad se rendía culto a dioses que nacían, vivían y morían juntos, que eran inseparables y participaban de un destino común. Pues bien lo mismo ocurre con la realidad; la realidad tiene dos caras, el mundo y el yo, la subjetividad y las cosas y ambos extremos se necesitan mutuamente. Ni la realidad es una mera construcción del sujeto (este sería el exceso del idealismo) ni la realidad es algo independiente y anterior al sujeto (el exceso del realismo). Son dos extremos que se necesitan y no pueden darse uno sin el otro ni separados el uno del otro. Los términos yo y mundo, sujeto y objeto pueden expresarse también con palabras más conocidas: yo y circunstancias. Esta es una de las dimensiones más profundas de la célebre frase orteguiana yo soy yo y mi circunstancia: mis circunstancias están ahí porque yo las atiendo, el mundo no es algo independiente, existe más bien en su relación conmigo, con mis intereses, preferencias y pensamientos, con mi subjetividad entera (residuo del idealismo); pero el yo no puede darse sin las circunstancias, no puede ser lo que es sino es en el ámbito de lo concreto y depende de las cosas para su realización (residuo del realismo). La realidad consta de mundo y subjetividad y ambas se necesitan mutuamente, están radicalmente unidas. Pero esta nueva metáfora, consecuencia del afán orteguiano por la conquista de una nueva forma de concebir el mundo y superadora de la modernidad, nos lleva también a otra tesis característica del pensamiento de nuestro filósofo: el principio de autonomía exige la búsqueda de un fundamento propio para la filosofía; la superación de la modernidad conduce a aceptar el mundo y el yo como realidades que no se pueden escamotear. Pero ¿cuál es el ámbito en donde aparecen subjetividad y mundo, yo y circunstancias? Este ámbito es el ámbito de la vida.
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