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Historia de los hombres célebres de Grecia – Capítulo XI – Pitágoras
Hijo de un escultor, nació en Samos 592 años antes de la Era cristiana. Fue discípulo de Ferécides, filósofo de la isla de Scyros, que enseñaba en su doctrina que era inmortal el alma, y que fue uno de los primeros griegos que escribió en prosa. Viajó después, para adquirir más conocimientos, por el Egipto, la Caldea y el Asia Menor. A su vuelta a Samos, hallando la soberanía en manos del usurpador Policrato, se estableció en Crotona, en la casa de Milón, famoso atleta que ganó muchos premios en los juegos Olímpicos, que se echaba sobre los hombros un toro, lo mataba de un puñetazo y se lo comía en un día. La fama de su saber se esparció por todas partes de tal suerte, que en breve contó 500 discípulos. Exigía que sus discípulos vendiesen sus bienes y viviesen en comunidad; prohibía que se matasen los animales y que sirviesen de alimento al hombre. El sistema que creó y siguió fue el de la metempsicosis, esto es, la transmigración de las almas de un cuerpo a otro; era éste el primer dogma de su filosofía. Estaba tan penetrado de esta quimera, que probablemente le imbuirían los brahmanes de la India, que aseguraba recordar lo que había sido antes de ser Pitágoras. En lo demás su moral es muy racional y pura, y contribuyó este gran filósofo con ella en gran manera a mejorar las costumbres. «No se debe hacer guerra más que a cinco cosas, solía decir: a las enfermedades del cuerpo, a la ignorancia de la inteligencia, a las pasiones del corazón, a las sediciones de los pueblos y a las discordias de las familias. Estas cinco cosas se deben combatir de todos modos con el hierro y con el fuego».
Nada de cierto se sabe sobre la época de su muerte ni dónde acaeció; pero sí se cree que murió tranquilamente en Metaponto, 497 años antes de la venida del Señor. Se le hicieron extraordinarios honores después de su muerte, y su casa fue convertida en templo. Dejó una hija llamada Damo, tan instruida como juiciosa, que nunca se casó, y formó una asociación de jóvenes, que cual ella renunciaron al amor y al matrimonio. Éstas son algunas de sus máximas:
1. No se debe abandonar nuestro puesto sin la voluntad del que nos ha colocado en él. El puesto del hombre es la vida.
2. El hombre está muerto en la borrachera del vino y loco en la del amor.
3. La sobriedad y templanza es la fuerza del alma, y el imperio sobre las pasiones su luz.