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Torre de Babel Ediciones

Santo Tomás de Aquino – Filosofía Medieval y Cristiana – Ley Natural

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA- VOCABULARIO FILOSÓFICO


SANTO TOMÁS

Ejercicios  –  Textos

RESUMEN de su pensamiento  –  INFLUENCIAS Y REPERCUSIONES

Conceptos fundamentales explicados

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Ley natural

Es la «participación de la ley eterna en la criatura racional». Dirige y ordena nuestros actos para la adecuada realización de los bienes que nos son propios.  

Ya los griegos habían considerado que la naturaleza es un principio dinámico que se encuentra en los seres naturales y capaz de determinar el comportamiento ordenado y legal de los seres. Las leyes naturales determinan el tipo de comportamiento que corresponde a cada cuerpo o ser natural. Santo Tomás acepta  este  punto de vista al considerar que los hombres tienen un conjunto de inclinaciones que corresponden a su propia naturaleza (como el apetito por el conocimiento, la libertad, la procreación, la sociabilidad, …) y creerá posible establecer una división entre la conducta buena y la mala atendiendo a la compatibilidad de dichas conductas con las inclinaciones naturales: aquellas conductas que permiten la realización de las inclinaciones naturales son buenas y las que sean antinaturales malas. La principal diferencia del planteamiento tomista respecto del planteamiento griego está en que para Tomás de Aquino estas inclinaciones naturales descansan en último término en Dios, quien por su providencia gobierna todas las cosas y les da las disposiciones convenientes para su propia perfección. Aunque esta fundamentación teológica está implícitamente en algunas tesis platónicas y aristotélicas, no se presenta en la filosofía de estos autores con la claridad e importancia que lo hace en la tomista.

Algunas de estas inclinaciones que se encuentran en la naturaleza humana se encuentran también en otros seres y otras son exclusivas del ser humano (como la inclinación natural a la verdad y el conocimiento, o la inclinación hacia lo trascendente o Dios). Por ello, hay ciertos mandatos ordenados por la ley natural que describen conductas comunes con otros seres naturales, como el cuidado de la propia vida, la procreación y el cuidado de los hijos, pero también otros típicamente humanos, como la búsqueda de la verdad.

En los seres irracionales la ley eterna inscrita en su naturaleza determina su comportamiento de manera pasiva y necesaria, en los hombres descansa en su razón y se realiza a partir de su voluntad y libertad. En sentido estricto, Santo Tomás interpretaba la ley natural como la ley moral, y la identificaba con la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe hacer el mal. La ley moral es natural y racional: racional porque es enunciada y dictada por la razón; natural porque la propia razón es un rasgo de la naturaleza humana y porque describe las acciones convenientes para los fines inscritos en nuestra naturaleza. Dice Santo Tomás «la ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar.» Contiene los preceptos fundamentales que rigen la vida moral, el primero de los cuales es «debe hacerse el bien y evitarse el mal» y en el que se fundan todos los demás preceptos de la ley natural.

Dado que la ley natural se fundamenta en la naturaleza humana, y ésta en Dios, la ley natural no es convencional, es inmutable y la misma para todos (universal)

Santo Tomás – Esquema de su pensamiento – Resumen de la filosofía tomista para la preparación de la PAU (prueba de acceso a la universidad)

imageTEXTOS DE SANTO TOMÁS

Santo Tomás defiende en el siguiente texto fundamental de Suma Teológica la existencia de un primer precepto de la ley natural («el bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse») vinculado a la razón práctica, análogo al primer principio al que se somete la razón teórica. Junto con ello, muestra la relación de los bienes con las inclinaciones humanas.

Como ya dijimos (q.91 a.3), los principios de la ley natural son en el orden práctico lo que los primeros principios de la demostración en el orden especulativo, pues unos y otros son evidentes por sí mismos. Ahora bien, esta evidencia puede entenderse en dos sentidos: en absoluto y en relación a nosotros. De manera absoluta es evidente por sí misma cualquier proposición cuyo predicado pertenece a la esencia del sujeto; pero tal proposición puede no ser evidente para alguno, porque ignora la definición de su sujeto. Así, por ejemplo, la enunciación «el hombre es racional» es evidente por naturaleza, porque el que dice hombre dice racional; sin embargo, no es evidente para quien desconoce lo que es el hombre. De aquí que, según expone Boecio en su obra De hebdomad., hay axiomas o proposiciones que son evidentes por sí mismas para todos; y tales son aquellas cuyos términos son de todos conocidos, como «el todo es mayor que la parte» o «dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí». Y hay proposiciones que son evidentes por sí mismas sólo para los sabios, que entienden la significación de sus términos. Por ejemplo, para el que sabe que el ángel no es corpóreo y entiende lo que esto significa, resulta evidente que el ángel no esta circunscrito a un lugar; mas no así para el indocto, que desconoce el sentido estricto de estos términos.
Ahora bien, entre las cosas que son conocidas de todos hay un cierto orden. Porque lo primero que alcanza nuestra aprehensión es el ente, cuya noción va incluida en todo lo que el hombre aprehende. Por eso, el primer principio indemostrable es que «no se puede afirmar y negar a la vez una misma cosa», principio que se funda en las nociones de ente y no-ente y sobre el cual se asientan todos los demás principios, según se dice en IV Metaphys. Mas así como el ente es la noción absolutamente primera del conocimiento, así el bien es lo primero que se alcanza por la aprehensión de la razón práctica, ordenada a la operación; porque todo agente obra por un fin, y el fin tiene razón de bien. De ahí que el primer principio de la razón práctica es el que se funda sobre la noción de bien, y se formula así: «el bien es lo que todos apetecen». En consecuencia, el primer precepto de la ley es éste: «El bien ha de hacerse y buscarse; el mal ha de evitarse». Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural, de suerte que cuanto se ha de hacer o evitar caerá bajo los preceptos de esta ley en la medida en que la razón práctica lo capte naturalmente como bien humano .
Por otra parte, como el bien tiene razón de fin, y el mal, de lo contrario, síguese que todo aquello a lo que el hombre se siente naturalmente inclinado lo aprehende la razón como bueno y, por ende, como algo que debe ser procurado, mientras que su contrario lo aprehende como mal y como vitando. De aquí que el orden de los preceptos de la ley natural sea correlativo al orden de las inclinaciones naturales. Y así encontramos, ante todo, en el hombre una inclinación que le es común con todas las sustancias, consistente en que toda sustancia tiende por naturaleza a conservar su propio ser. Y de acuerdo con esta inclinación pertenece a la ley natural todo aquello que ayuda a la conservación de la vida humana e impide su destrucción. En segundo lugar, encontramos en el hombre una inclinación hacia bienes más determinados, según la naturaleza que tiene en común con los demás animales. Y a tenor de esta inclinación se consideran de ley natural las cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas semejantes. En tercer lugar, hay en el hombre una inclinación al bien correspondiente a la naturaleza racional, que es la suya propia, como es, por ejemplo, la inclinación natural a buscar la verdad acerca de Dios y a vivir en sociedad. Y, según esto, pertenece a la ley natural todo lo que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia, respetar a los conciudadanos y todo lo demás relacionado con esto.

Santo Tomás, Suma Teológica I-II, cuestión 94, artículo 2    

Edición en papel:
Historia de la Filosofía. Volumen 2: Filosofía Medieval y Moderna.
Javier Echegoyen Olleta. Editorial Edinumen.
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