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Torre de Babel Ediciones

SOCIALISMO – Vocabulario de la economía

Socialismo

Aplícase esta denominación a todas las doctrinas que niegan o limitan el fin y la libertad del individuo por creerlos opuestos a los fines colectivos, y encomiendan al Estado el establecimiento de una organización de la sociedad que sobreponga el elemento común a las aspiraciones individuales y le defienda contra los ataques del interés privado.

El socialismo, en el orden económico, es enemigo de la propiedad individual, y si transige con ella para que el trabajo no quede sin estímulo, la califica de mal necesario y la impone gran número de restricciones; rechaza la competencia, en que no ve más que el choque de los egoísmos, y para evitarla pretende que el Estado dirija la producción, el cambio y el consumo de la riqueza. Algunos socialistas parten ya de los principios del comunismo; todos son empujados hacia él por la fuerza de la lógica y el peso mismo de las cosas, y cada cual presenta una fórmula distinta de organización social, variando desde los que creen bastante tal o cual atribución del Estado hasta los que piden el falansterio.

La reglamentación de la industria llevada a los últimos pormenores, la tasa de los precios, el monopolio y la arbitrariedad por todas partes son las consecuencias que se derivan del socialismo; pero las instituciones fundamentales y que más comúnmente defienden los partidarios de esa escuela son el dominio eminente del Estado, el impuesto progresivo y el llamado derecho al trabajo

Atribuir al Estado un dominio eminente sobre todas las cosas equivale a declarar que la propiedad individual es precaria, derivada de esa otra que está sujeta a cuantas trabas y gravámenes quieran imponérsela y a merced por completo del poder público. El fin social, en la parte que ha de cumplir el Estado, no es preferente ni está más alto que el fin individual; ambos son igualmente atendibles, y aquél sólo produce en los gobiernos el derecho de reclamar el impuesto, sin que pueda dar lugar en ningún caso a una propiedad directa y total sobre los bienes de los particulares.

La forma progresiva, sin conseguir la igualdad, desnaturaliza el impuesto; porque le convierte en instrumento nivelador de las fortunas, cuando su condición propia es la de medio que el Estado necesita para adquirir los bienes materiales.

La proclamación del derecho al trabajo es indudablemente el más terrible de los ataques que ha dirigido el socialismo a la libertad económica y a la propiedad individual. Todo hombre puede pedir al Estado las condiciones jurídicas necesarias para el ejercicio de la actividad productiva; pero este derecho de trabajar, en vez de completarse, desaparece y queda destruido con el derecho al salario, que es lo que, en último término, defienden los socialistas. El Estado, para dar colocación a los trabajadores, tiene que hacerse capitalista y empresario; ha de luchar con la industria privada y acabará por absorberla, llegando a ser el único productor, porque no es posible la competencia con los talleres nacionales. Por otra parte, cuando hay hombres sin ocupación es que no existe capital bastante para emplearlos, y la intervención del Estado no puede evitar el mal, porque disminuye en vez de aumentar los capitales con su viciosa administración y lo que gasta en intermediarios.

El socialismo se preocupa más de distribuir que de formar la riqueza, y buscando ante todo la equidad en el reparto, se olvida de estimular y mantener la actividad en la producción. El socialismo pide la organización de la industria y la unidad en el mundo económico, un tanto desordenado ciertamente; pero quiere conseguirlas de una manera artificial y violenta por la fuerza del Estado, prescindiendo de la libertad, sacrificando este elemento esencial de la vida, cuando lo que hace falta no es destruirle, sino encaminarle rectamente, porque la solución verdadera y lógica de los productos económicos ha de hallarse en la libertad, no contra ella.

La tendencia socialista es algo más que una doctrina científica; se organiza al lado de los partidos políticos militantes, y allega con afán medios de todas clases para influir de una manera activa e inmediata en el régimen de los pueblos. El establecimiento de la Asociación internacional de trabajadores es su primera creación, y los estragos de la Commune, proclamada en París en 1870, han sido su primer triunfo. —Este carácter del socialismo contemporáneo, que recurre a los procedimientos de la violencia para alcanzar la práctica de sus ideas, es lo que hay en él de más grave y censurable.

En otro sentido, los socialistas se aplican muy impropiamente los epítetos de revolucionarios e innovadores, porque su sistema representa la tradición y el pasado. El régimen de castas, los monopolios gremiales, la reglamentación, las prohibiciones del comercio, las trabas a la industria, todas las negaciones de la libertad y todas las formas de la tiranía, instituciones son del socialismo, o que al menos se fundan en sus principios. La revolución que predican sus partidarios es una revolución al revés; es una reacción, no es un progreso.

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