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Sócrates – Historia de los hombres célebres de Grecia

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Historia de los hombres célebres de Grecia – Capítulo III – Sócrates

El famoso Sócrates nació en Atenas 469 años antes de la Era cristiana. Fueron sus padres un escultor y una partera, por lo cual más adelante, y cuando fue maestro de tan aventajados discípulos como Platón, Alcibíades y Jenofonte, se llamaba a sí mismo el partero del entendimiento.

Empezó por ser escultor como su padre, y se conservaron tres estatuas que representan las Gracias, debidas a él, que eran muy hermosas.

Critón, que fue uno de sus más apasionados discípulos, lo sacó de su taller, a fin de que se pudiese dedicar exclusivamente al estudio. Tuvo por maestro al famoso Arquelao (discípulo de Anaxágoras). Siendo joven fue a la guerra, como todos los atenienses, y se acostumbró desde temprano a una vida sobria, laboriosa y dura. Sucedía, pues, que cuando veía el lujo que otros gastaban, decía: «¡Qué de cosas que ni necesito ni echo de menos yo!». Puesto que Sócrates, no sólo era pobre, sino que gustaba de serlo. Mas no por eso gustaba del desaliño, sino del aseo y compostura; por lo cual dijo un día a Antístenes, que llevaba con ostentación vestidos sucios y desgarrados, que por los agujeros de su capa asomaba la vanidad. Casó con una mujer de pésimo genio, llamada Jantipa, que puso a prueba su paciencia y moderación en muchas ocasiones. Una vez que por más que lo había insultado no había logrado alterarlo, le arrojó a la cabeza el agua de una jofaina; pero Sócrates, sin perder su serenidad, sólo le dijo: «Después de tanto tronar había de seguir el aguacero».

Sócrates era un hombre tan superior, que reconoció los dislates y falsedad de la Mitología, y sin la revelación comprendió que no había ni podía haber sino un solo Dios verdadero, criador de cielos y tierra, y se burló de los ridículos dioses de la fábula; esto fue la causa de su muerte. Acusado por Melito ante el Areópago, fue condenado por éste a muerte. Cuando se lo dijeron, contestó: «La Naturaleza ha condenado a mis jueces a la misma pena». Lamentándose sus discípulos de que moría inocente, les dijo: «Pues qué, ¿preferiríais que muriese culpable?» Sus discípulos, a fuerza de afanes y de dinero, facilitaron su huida de la cárcel; pero él no quiso huir, y bebió con la serenidad que nunca le abandonó una copa de zumo de cicuta que le trajo el verdugo. Las cosas que dijo antes de morir fueron tan bellas y admirables, que, recogidas y anotadas por sus discípulos, han dado lugar a que algunos Padres de la Iglesia le hayan llamado «mártir de Dios». Ésta, es una de ellas: «Al salir de esta vida se abren dos sendas: la una lleva a un lugar de suplicio eterno a las almas que se han mancillado en este mundo con acciones criminales y placeres vergonzosos; la otra conduce a la feliz mansión de Dios a las que se han mantenido puras y que en cuerpos humanos han llevado una vida divina». Murió a los setenta años de edad.