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VIAJE DE SAN PEDRO A ROMA – Voltaire-Diccionario Filosófico

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VIAJE DE SAN PEDRO A ROMA

La crucifixión de San Pedro (Caravaggio)- Viaje de San Pedro a Roma -Diccionario Filosófico de Voltaire

La famosa disputa sobre si San Pedro hizo o no hizo el viaje a Roma no es en el fondo tan frívola como la mayoría de las cuestiones. Las rentas de la abadía de San Dionisio de Francia no dependen de que sea cierto que viajara San Dionisio el Areopagita desde Atenas hasta el centro de las Galias, ni del martirio que sufrió en Montmartre, y del otro viaje que hizo después de muerto, desde Montmartre hasta San Dionisio, llevando la cabeza en las manos. Los cartujos disfrutan de grandes rentas, a pesar de ser mentira la historia de los canónigos de París, que después de muerto se levantó del ataúd tres días consecutivos para que supieran los asistentes que estaba condenado. Pues del mismo modo pueden subsistir las rentas y los derechos del pontífice romano si San Pedro hizo el viaje a Roma que si no lo hizo.

Los derechos que disfrutan los metropolitanos de Roma y de Constantinopla los estableció el Concilio de Calcedonia que se reunió el año 451 de la era vulgar, y en ese Concilio no se habló de que ningún apóstol hiciera viajes a Bizancio o a Roma.

Los patriarcas de Alejandría y de Constantinopla gozaron de la misma suerte que sus provincias. Los jefes eclesiásticos de las dos ciudades imperiales y de la opulenta Egipto debían naturalmente disfrutar más privilegios, más autoridad y más riqueza que los obispos de las ciudades pequeñas.

Si la residencia de un apóstol en una ciudad hubiera sido suficiente para decidir sobre tantos derechos, el obispo de Jerusalén hubiera sido sin duda el primer obispo de la cristiandad; hubiera sido sin disputa el sucesor de Santiago, hermano de Jesucristo, reconocido como fundador de dicha Iglesia y considerado como el primero de los obispos. Apoyados en la misma razón, añadiríamos que todos los patriarcas de Jerusalén debían haberse circuncidado, porque los quince obispos primeros de Jerusalén, cuna del cristianismo y tumba de Jesucristo, se circuncidaron.

Es indudable que las primeras liberalidades que Constantino hizo a la Iglesia de Roma no tienen la menor relación con el viaje de San Pedro.

La primera iglesia que se fundó en Roma fue la de San Juan, que todavía es la verdadera catedral. Es indudable que la hubieran dedicado a San Pedro si éste hubiera sido el primer obispo; ésta es la más verosímil de todas las presunciones, capaz por sí misma de terminar la disputa. A conjetura tan probable hay que agregar pruebas negativas, pero convincentes. Si Pedro hubiera estado en Roma con Pablo, las Actas de los Apóstoles lo hubieran dicho, y sobre esto nada dicen.

Si San Pedro hubiera predicado el Evangelio en Roma, San Pablo no hubiera escrito las siguientes palabras en su epístola a los gálatas: «Cuando vieron que me confiaron el Evangelio del prepucio y a Pedro el de la circuncisión, nos dieron la mano a Bernabé y a mí, y consintieron en que nosotros dos fuésemos a casa de los gentiles y Pedro a casa de los circuncidados.»

En las cartas que Pablo escribió desde Roma no habla nunca de Pedro; luego es evidente que no estaba allí. En las cartas que el mismo Pablo escribió a sus hermanos de Roma, tampoco lo menciona; luego Pedro no hizo el viaje a Roma, ni cuando Pablo estuvo preso en dicha ciudad, ni cuando estuvo libre en ella.

Tampoco hay ninguna carta de San Pedro fechada en Roma. Algunos, como Pablo Orosio, español del siglo V, opinan que estuvo en Roma en los primeros años del reinado de Claudio, y las Actas de los Apóstoles dicen que estaba entonces en Jerusalén, y las epístolas de San Pablo dicen que estaba en Antioquía.

Sólo pretendo presentar como prueba, humanamente hablando y concretándome a las reglas de la crítica profana, que Pedro no podía ir desde Jerusalén a Roma, no conociendo la lengua latina ni la griega, la que San Pablo hablaba, aunque bastante mal. Como se dice que los apóstoles hablaban todas las lenguas, no quiero insistir sobre esto y me callo.

El primero que habló del viaje de San Pedro a Roma fue Papías, que vivió cien años después de San Pedro. Papías era frigio, escribía en su país, y dijo que San Pedro había ido a Roma, y con motivo de esto, en una de sus cartas habla de Babilonia. Efectivamente, conservamos una carta que se atribuye a San Pedro, escrita en aquella época, en la que se dice: «La Iglesia, que está en Babilonia, mi mujer y mi hijo Marcos, os saludan.»

Papías, que era uno de los grandes visionarios de aquellos siglos oscuros, se empeñó en que Babilonia quería decir Roma, y de este modo parecía natural que Pedro hubiera salido de Antioquía para ir a visitar a sus hermanos de Babilonia. Siempre ha habido judíos en Babilonia, donde se dedicaban continuamente al oficio de corredores y de buhoneros, y es creíble que muchos de los discípulos se refugiaran allí y que San Pedro fuera a animarlos. ¿Por qué tener el pensamiento extravagante de suponer que Pedro escribía una exhortación a sus camaradas en cifras, como se escribe hoy? ¿Temía acaso que le abrieran la carta en el correo? ¿Podía temer Pedro acaso que llegaran a conocerse sus cartas judías, a las que era imposible que prestaran atención los romanos? ¿Quién le obligaba a mentir inútilmente? ¿Por qué desvarío pudo suponerse que escribiendo Babilonia quería decir Roma?

De pruebas tan terminantes, el juicioso dom Calmet deduce que el viaje de San Pedro a Roma lo prueba el mismo apóstol, que dice expresamente que escribió su carta desde Babilonia, esto es, desde Roma. Los argumentos de dom Calmet son irrefutables; sin duda estudió lógica estudiando los vampiros.

El sabio arzobispo de París, Marca, Dupin, Blondel y Spanheim no son de esta opinión; pero ésta era la de Papías, que razonaba como dom Calmet, a quien siguieron multitud de escritores, tan ciegos partidarios de ella, que desoyeron algunas veces la voz de la sana crítica y de la razón.

El gran defecto de los partidarios del viaje consiste en decir que las Actas de los Apóstoles están consagradas a la historia de Pablo y no a la historia de Pedro, y que si pasan en silencio la permanencia de éste en Roma, es porque los hechos y las gestas de Pablo fueron el único objeto que se  propuso el autor de las Actas. Pero las Actas se ocupan extensamente de Simón Barjona, apellidado Pedro, que es el que se propone dar un sucesor a Judas. En ellas consta que hizo morir de muerte súbita a Ananías y a su mujer, que aunque le habían entregado sus bienes, por su desgracia no se los entregaron íntegros. Consta también en las Actas que resucitó a su cosedora Dorcas en casa del corredor Simón, en Joppé, que tuvo una cuestión en Samaria con Simón el Mago; que fue a Lippa, a Cesárea y a Jerusalén. ¿Por qué no dicen, pues, que fue a Roma?

Es muy difícil que San Pedro fuera a Roma durante los reinados de Tiberio, de Calígula, de Claudio o de Nerón. El viaje que dicen que hizo en la época de Tiberio sólo se funda en los supuestos fastos de Sicilia, que son apócrifos. Otro escrito apócrifo, titulado Catálogo de obispos, dice que San Pedro fue obispo de Roma inmediatamente después de la muerte de su maestro. No sé qué cuento árabe le envía a Roma durante el imperio de Calígula. Eusebio, trescientos años después, en la época de Claudio, sin marcar el año, dice que una mano divina condujo a San Pedro a Roma. Lactancio, que escribió durante el reinado de Constantino, dice que Pedro fue a Roma en la época de Nerón y que allí murió crucificado.

Hay que confesar que si en un proceso una de las partes no alegara mas que los anteriores títulos, no ganaría su causa. A lo dicho anteriormente añaden que antes que Eusebio y que Lactancio, el exacto Papías había ya referido la aventura de Pedro y de Simón el Mago, que pasó delante de Nerón. El grave Marcelo copia esa aventura auténtica; el grave Hegesipo la repite, y otros varios la repiten después que éstos; pero yo también os repito que no ganaréis nunca ningún proceso presentando pruebas como ésas.

No dudo de que la silla episcopal de San Pedro se conserve todavía en Roma en la magnífica iglesia; tampoco dudo de que San Pedro gozara el obispado de Roma veinticinco años, un mes y nueve días, como nos refieren; pero sí que me atrevo a decir que esto no está probado demostrativamente, y añado que creo que los obispos romanos actualmente están mejor en Roma que estuvieron los de los tiempos pasados, que eran tiempos oscuros, que es muy difícil desembrollar.