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Vida del filósofo griego Aristipo – Fénelon

 

 

Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres

DIÓGENES LAERCIO

 

 

 

Compendio de las vidas de los filósofos antiguos

François Fénelon


Prólogo del traductor

TALES

SOLÓN

PÍTACO

BÍAS

PERIANDRO

QUILÓN

CLEÓBULO

EPIMÉNIDES

ANACARSIS

PITÁGORAS

HERÁCLITO

ANAXÁGORAS

DEMÓCRITO

EMPÉDOCLES

SÓCRATES

PLATÓN

ANTÍSTENES

ARISTIPO

ARISTÓTELES

JENÓCRATES

DIÓGENES

CRATES

PIRRÓN

BIÓN

EPICURO

ZENÓN

 

BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO – Catálogo

COMPENDIO DE LAS VIDAS DE LOS FILÓSOFOS ANTIGUOS

François Fénelon – Índice general
 

 

ARISTIPO

Contemporáneo de Platón.
 

Aristipo era natural de Cirene, en Libia. Vino a establecerse a Atenas, sólo por oír a Sócrates. Fue uno de los principales discípulos de este filósofo, pero su vida no era arreglada a los principios que se enseñaban en su escuela. Fundó la secta cirenaica, que tomó el nombre de Cirene, su patria.

Aristipo tenía mucho ingenio y expresiones vivas y agudas. Hablaba muy agradablemente y chanceaba sobre todos los asuntos. Nada le gustaba tanto como adular a los reyes y potentados; los hacia reír y les sacaba, de este modo, todas las gracias que les pedía. Cuando ellos le insultaban, él decía que aquello era una chanza, y así nunca se indisponía con ellos. Era tan diestro, que conseguía con maña y astucia todo lo que deseaba. Se hallaba bien en todas partes y hablaba a cada cual en su lengua. Platón le solía decir: “Eres el único hombre que sabe acomodarse a los remiendos y a la púrpura.» Horacio dice que Aristipo sabia representar todos los papeles, y que aunque quería tener más, estaba contento con lo que tenia. Dionisio de Siracusa le apreciaba más que a todos sus cortesanos. Aristipo iba muchas veces a Siracusa solo por gozar de la buena mesa de aquel tirano. Cuando se fastidiaba iba a pasar otra temporada con algún gran señor. Diógenes le llamaba el perro real, porque siempre estaba en las cortes de los príncipes.

Dionisio le escupió un día al rostro, acción que fue desaprobada por los que estaban presentes; pero Aristipo se echó a reír, y les dijo: «Los pescadores se mojan todo el cuerpo solo por coger un pececillo, ¡y yo no me dejaré mojar el rostro por coger una ballena!» En otra ocasión Dionisio, que estaba muy enfadado con el, le dijo, al tiempo de ir a comer, que se sentase en el lugar más inferior de la mesa. «Sin duda, respondió Aristipo, quieres que el lugar más inferior sea el más honrado.» Aristipo fue el primer discípulo de Sócrates que exigía dinero de los que venían a oír sus lecciones, y para autorizar esta costumbre, envió veinte minas a Sócrates; más éste no las admitió, y desaprobó la codicia de Aristipo, el cual no hizo caso. Cuando le echaban en cara la diferencia que había entre su conducta y la de su maestro, respondía: «Hay una gran diferencia entre el y yo. Todos los ricos de Atenas envían a Sócrates cuanto necesita, y yo tengo apenas un mal esclavo que me cuide.» Un ateniense quiso poner un hijo suyo en la escuela de Aristipo, encargándole que se esmerase en su enseñanza. Aristipo le pidió cincuenta dracmas. El ateniense respondió que con esta suma podía comprar un esclavo. «Pues bien, le dijo Aristipo, cómpralo y tendrás dos.» No era, sin embargo avaro, y solo deseaba tener dinero para gastarlo. Hallándose un día en una embarcación, le dijeron que ésta era de unos corsarios. Aristipo sacó todo el dinero que tenia, lo contó y lo arrojó al mar. «Vale mas, dijo, perder el dinero, que morir por causa del dinero.»Aristipo - Ilustración de Galerie der alten Griechen und Rumer (1801, Augsburg)

En otra ocasión, viendo que el esclavo que le seguía con un saco de dinero no podía andar tan de prisa como él, le dijo que no llevase más de lo que pudiese, y que arrojase lo demás. Gustaba de comer bien, y daba cualquier dinero por un buen bocado. Habiendo dado una vez cincuenta dracmas por una perdiz, uno de los que estaban presentes censuró esta prodigalidad. «Si la perdiz no costara más que un óbolo, le preguntó el filósofo ¿la comprarías? Sin duda, dijo el otro. Pues bien, repuso Aristipo, tanto caso hago yo de cincuenta dracmas, como tú de un óbolo.» Otra vez dio mucho dinero por unas golosinas. También le desaprobó un testigo, y Aristipo le dijo: «Tú darías tres óbolos por todo esto; así pues, eres tan avaro como yo goloso.»

Cuando criticaban lo mucho qué gastaba en comer bien, decía que si los buenos bocados tuvieran algo de malo, no se darían tantos banquetes en las fiestas de loa dioses.

Estando Diógenes layando unas hierbas para comer, vio pasar a Aristipo y le dijo: «Si te contentases con hierbas no irías a hacer la corte a los reyes. Y si tú, respondió Aristipo, supieses hacer la corte a los reyes, no te contentarías con hierbas.» Dionisio le preguntó que por qué iban los filósofos a ver a los reyes, y los reyes no iban a ver a los filósofos. Aristipo respondió: «Porque los reyes no saben lo que les hace falta, y los filósofos sí.»

Decía que era bueno moderar las pasiones, mas que no convenía desarraigarlas enteramente, y que no era un crimen gozar de los placeres sino ser esclavo de ellos. Cuando le chanceaban sobre sus relaciones con la cortesana Lais, decía: «Poseo a Lais, pero Lais no me posee.» Un joven entró en casa de Lais y hallando allí a Aristipo pareció muy avergonzado: «Amigo mió, le dijo; no te avergüences de entrar, sino de no poder salir.»

Dionisio dio un gran banquete, y a los postres quiso que todos los convidados se pusiesen unos hermosos mantos de púrpura. Platón no quiso complacerle, diciendo que aquel lujo era propio de mujeres. Aristipo no hizo dificultad, y no sólo se puso el manto sino que bailó en presencia de los convidados. “Lo mismo se hace, dijo, en las fiestas de Baco, y no por eso se corrompe el que no está corrompido.»

Habiendo pedido a Dionisio una gracia en favor de un amigo, y no pudiendo conseguirla, se arrojó a sus plantas. Sorprendido en esta posición por algunos cortesanos, les dijo: «No es culpa mía, sino de Dionisio que tiene las orejas en los pies.»

Hallándose en Siracusa, el tesorero del rey, que era un frigio llamado Simo, le enseñó su palacio, ponderándole los mosaicos del suelo. Aristipo tosió y le escupió al rostro. Simo se ofendió; más Aristipo le dijo: “Aquí no hay nada sucio, sino es tu rostro. »

Un día pidió un talento a Dionisio, el cual Le respondió: «¿No me habías dicho que los filósofos no carecían de dinero? Dame el talento, continuó Aristipo, y después hablaremos.» Cuando tuvo el talento en su poder, le dijo: «¿Ves como es cierto que los filósofos no carecen de dinero?» Dionisio le preguntó: «¿Por que vienes con tanta frecuencia a Siracusa? Vengo, le respondió, a darte lo que tengo y a que tú me des lo que tienes.» Reconviniéndole un amigo porque dejaba a Sócrates para ir a ver a Dionisio, respondió: «Cuando necesito sabiduría, acudo a Sócrates; cuando necesito dinero, acudo a Dionisio.» Jactándose un joven de nadar muy bien, le dijo que un delfín nada mejor. Decía que la gran ventaja de la filosofía era que aunque no hubiese leyes, los filósofos, continuarían viviendo como si las hubiese.

Los cirenaicos estudiaban la Moral y descuidaban la Lógica. No se aplicaban a la Física, porque decían que era una ciencia quimérica. El fin de todas las acciones humanas, según su doctrina, debía ser el placer; no ya la privación de dolor, sino el placer positivo, que no se adquiere sin movimiento. Admitían dos clases de movimiento en el alma: uno suave que da placer, y otro violento que da dolor, y como todo el mundo huye del uno, y busca el otro, de aquí proviene que el hombre ha nacido para el placer. No apreciaban la virtud, sino es en cuanto servía para tener placer, comparándola a la Medicina, que sólo debe ser apreciada cuando da la salud. Negaban la existencia de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, lo cual sólo debía entenderse con respecto a las leyes y a las costumbres del país. Decían que el hombre no debía obrar mal, por las malas resultas.

Aristipo tuvo una hija, llamada Areta, a quien educó en aquellos principios, y ella educó en los mismos a su hijo Aristipo, llamado Metrodidacto, que después fue maestro del impío Teodoro. Éste corrompió la doctrina cirenaica enseñando públicamente que no había dioses. Fue acusado ante el Areópago, pero Demetrio de Falero le libertó de la pena en que había incurrido. Pasó a Cirene, donde vivió en casa de Mario, gozando de mucha consideración. Sin embargo, salió desterrado de allí, y se refugió en la corte de Tolomeo Lago. Éste le hizo su embajador cerca de Lisímaco, a quien habló con tanta libertad, que uno de los cortesanos le dijo: «Sin duda crees que no hay reyes, como crees que no hay dioses.» Amfícrates dice que Teodoro fue condenado a muerte.