Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres DIÓGENES LAERCIO
Compendio de las vidas de los filósofos antiguos François Fénelon |
BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO – Catálogo COMPENDIO DE LAS VIDAS DE LOS FILÓSOFOS ANTIGUOS François Fénelon – Índice general |
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PIRRÓNVivía poco antes de Epicuro, en la Olimpiada 120. Pirrón fundó la secta llamada Pirrónica, o Escéptica. Era hijo de Plistarco, y natural de Elea, ciudad del Peloponeso. Se aplicó desde luego a la Pintura; después estudió con Drisón, y en seguida con Anaxarco, a quien cobró tanta afición y de cuya doctrina se prendó en tales términos, que le siguió hasta la India. Pirrón, durante este largo viaje, conversó con los magos, con los gimnosofistas, y con los demás sabios de Oriente. Después de haber estudiado todas sus teorías, vio que ninguna de ellas le satisfacía, que las doctrinas científicas no eran más que palabras sin sentido, y concibió la idea de que la verdad estaba oculta en un abismo insondable, y que la Filosofía debía reducirse a dudar de todo y no afirmar ni creer nada. |
Decía que los hombres fundaban su conducta en ciertas opiniones recibidas sin examen; que todo se hacia por hábito, y que juzgar del mérito de las acciones por las leyes y por las costumbres era girar en un círculo vicioso, puesto que era imposible saber si estas leyes y costumbres se fundaban en razón, y si eran intrínsecamente buenas o malas. A los principios Pirrón vivió pobre y desconocido, pintando cuadros, de los cuales algunos excelentes se conservaron largo tiempo en Elea. No trataba a nadie, ni asistía a las reuniones públicas. Viajaba mucho, y a nadie confiaba donde iba. Sufría todos los males y contratiempos sin darse el trabajo de evitarlos, ni de remediarlos cuando podía. Tenía tan poca confianza en las impresiones de los sentidos que andaba siempre en línea recta, sin que le detuviesen los obstáculos que hallaba en el camino, y muchas veces le hubieran atropellado los carros si no fuera por sus amigos, que le seguían por todas partes, y cuidaban de evitar las desgracias que podía acarrearle su sistema de Filosofía. Era de un humor igual, y se vestía siempre del mismo modo. Cuando estaba en conversación con alguno y éste se retiraba y le dejaba solo, no por esto interrumpía su discurso, sino que continuaba hablando, hasta concluir todo lo que tenía que decir. Trataba a todo el mundo con la misma indiferencia. La reputación de Pirrón se esparció muy en breve en toda Grecia. Muchos griegos abrazaron sus opiniones, y los ciudadanos de Elea, en prueba de la veneración con que le miraban, le crearon soberano Pontífice de su religión. Los atenienses le hicieron ciudadano de Atenas. Epicuro gustaba mucho de su conversación, y admiraba la aplicación práctica que hacia de sus principios filosóficos. Todos le miraban como un hombre que, con los esfuerzos de su genio, había logrado preservarse de las miserias de la vida. Timón asegura que los griegos llegaron a respetarle como a una divinidad. Pasaba una vida sumamente tranquila en compañía de su hermana Filista, que se había dado al cultivo de las ciencias. Él mismo iba al mercado a vender las aves y los marranos de leche de su corral. Un día se le arrojó un perro para morderle, Pirrón le rechazó. No faltó quien le dijera que aquella acción era contraria a sus principios: «Es cierto, respondió, pero ¡cuan difícil es desarraigar las preocupaciones antiguas!» Navegando en otra ocasión a bordo de un buque pequeño, se levantó una borrasca tan terrible que todos los pasajeros y los marineros se llenaron de consternación. Pirrón permaneció tranquilo e inalterable. Viendo un marrano que comía al mismo tiempo con gran apetito, dijo a la tripulación que aquel animal les daba un ejemplo digno de imitación. Habiéndole sobrevenido una úlcera, fue necesario hacerle una operación sangrienta y dolorosa, durante la cual se mantuvo muy sereno, sin dar la menor señal de dolor. La base de su doctrina era que el hombre no debe afirmar ni negar nada, porque carece de los medios de distinguir lo cierto de lo falso. Sus discípulos estaban de acuerdo con él en esta máxima, pero los unos buscaban la verdad, con esperanza de hallarla; los otros decían que jamás la encontrarían. Unos creían poder afirmar una sola cosa, a saber: que sabían ciertamente que no sabían nada; otros afirmaban que ni aún esto podía afirmarse. Estas opiniones habían tenido algunos sectarios antes de los tiempos de Pirrón, más éste fue el primer filósofo que las profesó abiertamente. La razón principal en que se fundaba era que el conocimiento que tenemos de las cosas externas no es más que el de sus relaciones recíprocas, pero que no siendo uniformes estas relaciones, sino variadas hasta lo infinito, es imposible llegar a conocer su naturaleza. Las hojas del sauce, por ejemplo, son agradables a la cabra, y agrias al paladar del hombre. La cicuta envenena al hombre y hace engordar a la codorniz. Demofonte, mayordomo de Alejandro, tenía frío al sol, y calor a la sombra, y Andrón de Argos atravesaba los arenales de la Libia sin tener sed. Lo que es justo en un país es injusto en otro; lo que es virtud en una nación es vicio en la nación inmediata. En Persia los padres se casan con sus hijas, y en Grecia ésta unión es abominable. Los Masagetas no reconocen la unión exclusiva en el matrimonio, y esta opinión seria un sacrilegio en cualquier otro país. El robo es una acción loable en Cilicia, y un crimen en Grecia. Aristipo define de un modo el placer; Antístenes de otro; Epicuro no está de acuerdo con ninguno de los dos. Hay quien cree en la Providencia, hay quien la niega. Los egipcios entierran los muertos; los indios los queman; los Peonios los echan en los estanques. Aquí gobierna el régimen popular; allí la autoridad absoluta. Lo que parece de un color a los rayos del sol, parece de otro a la claridad de la luna, y de otro a la luz de una lámpara. El vino, tomado con moderación, da vigor al cuerpo; tomado con exceso lo debilita. Lo que está al Oriente de Italia, está al Occidente de Grecia; lo que está al medio día de Egipto está al Norte de la India. De todo esto, y de los innumerables ejemplos que podrían añadirse, infería Pirrón que todo es relativo, que nada es absoluto; que todo es mudable como las relaciones, y nada fijo, como suponemos que debe serlo la esencia. Pirrón no admitía la evidencia de las demostraciones, porque decía que una demostración debe fundarse en un principio invariable, y no hay ninguno que lo sea. Servíase frecuentemente de los versos de Homero, en que el poeta compara los hombres a las hojas de un árbol, que se suceden unas a otras, ocupando las nuevas el sitio que dejan las que caen. Sus contemporáneos le tuvieron en grande aprecio, y murió a la edad de más de 90 años. |