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Vida del filósofo griego Platón – Fénelon

 

 

Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres

DIÓGENES LAERCIO

 

 

 

Compendio de las vidas de los filósofos antiguos

François Fénelon


Prólogo del traductor

TALES

SOLÓN

PÍTACO

BÍAS

PERIANDRO

QUILÓN

CLEÓBULO

EPIMÉNIDES

ANACARSIS

PITÁGORAS

HERÁCLITO

ANAXÁGORAS

DEMÓCRITO

EMPÉDOCLES

SÓCRATES

PLATÓN

ANTÍSTENES

ARISTIPO

ARISTÓTELES

JENÓCRATES

DIÓGENES

CRATES

PIRRÓN

BIÓN

EPICURO

ZENÓN

 

BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO – Catálogo

COMPENDIO DE LAS VIDAS DE LOS FILÓSOFOS ANTIGUOS

François Fénelon – Índice general
 

 

PLATÓN

Nació el primer año de la Olimpiada 88; murió el primero de la 108, de edad de 81 años.
 

Platón descendía de un hermano de Solón, y por consiguiente era de la familia de Codro, rey de Atenas. Aristón fue su padre y Perictione su madre, aunque muchos creyeron que su padre era Apolo, sobre lo cual, observa San Jerónimo, que los que inventaron esta fábula no creían que un hombre tan sabio pudiese ser hijo de un mortal. Su primer nombre fue Aristocles, y después se llamó Platón por ser muy ancho de espaldas. Dicen que cuando estaba en la cuna durmiendo bajo un mirto, se acercó un enjambre de abejas y se colocó en sus labios, de donde infirieron que su estilo seria muy suave.

Su maestro de gramática fue Dionisio; de retórica, Aristón; de música, Dracón, y de poesía y pintura, Mételo. A la edad de veinte y un años, había ya compuesto algunas tragedias, pero las quemó después de haber oído a Sócrates. Dedicóse enteramente a estudiar la doctrina de este filósofo y muy en breve dio grandes pruebas de virtud. Los poetas Antímaco y Nicerato, compusieron versos en honor de Lisandro, que fue el que fundó la tiranía en Atenas. Lisandro debía dar un premio al poeta que sobresaliese en estos elogios, y le dio a Nicerato. Antímaco se exasperó mucho al saberlo, pero Platón le consoló, diciéndole que el juez era más digno de compasión que él, porque la ignorancia es un mal más terrible para los ojos del espíritu que la ceguedad para los del cuerpo.

Los tiranos de Atenas quisieron que Platón fuese de su partido y le ofrecieron empleos importantes. Él no los admitió, porque aunque deseaba ser útil a su patria, conocía que estando ésta gobernada por aquellos hombres crueles y ambiciosos nada podría hacer en su favor. En breve fueron expulsados los tiranos y mudado el gobierno, más este no era mejor que el que le había precedido. Platón perdió enteramente las esperanzas de ser útil a Atenas, y se dedicó de un todo a la filosofía, creyendo que de ésta dependía la felicidad de los Estados.

Por aquel tiempo asistió a las lecciones de Crátilo, que enseñaba la filosofía de Heráclito, y a las de Hermógenes, que enseñaba la de Parménides. Pasó a Megara para ver a Euclides, y a Cirene para perfeccionarse en las matemáticas. Visitó el Egipto y tuvo mucho trato con los sacerdotes de aquel país, los cuales le dieron a leer los libros de Moisés y los de los Profetas. En seguida hizo un viaje a Italia, con el designio de aprender la filosofía pitagórica, después de lo cual, y teniendo cuarenta años, fue a Sicilia, solo para ver las curiosidades de aquella isla. Este viaje, sin embargo, tuvo un gran influjo en la suerte de los sicilianos. Dionisio, el anciano, reinaba en la isla, y su favorito era Dión, su cuñado, hombre de bellas disposiciones, pero pervertido por los cortesanos y aficionado al despotismo, al lujo y a la sensualidad. Dión oyó a Platón, se prendó de su saber, se aficionó a la filosofía que enseñaba; conociendo sus errores, quiso que Dionisio oyese al filósofo, creyendo que éste le convencería. Dionisio consintió en ello y tuvo una larga conferencia con Platón. Dionisio que, por su propia experiencia, sabia cuan sensatas eran las opiniones políticas de éste, no queriendo, sin embargo, cederle, le dijo que sus discursos olían a rancio. «Y las tuyas, respondió Platón, huelen a tirano.» Dionisio, que no estaba acostumbrado a oír la verdad, le preguntó irritado, qué había venido a hacer a Sicilia. «He venido, respondió Platón, a buscar un hombre de bien. Parece, repuso Dionisio, que todavía no le has encontrado.» En otra conversación no menos acalorada que tuvieron después, Dionisio le citó este pasaje de Sófocles: «El que nació libre, si va a la corte, es esclavo.» Platón alteró el pasaje en la forma siguiente: «El que nació libre, sabe conservarse libre aunque vaya a la corte.» Dión, que temía las consecuencias de estas disputas, pidió a Dionisio diese permiso a Platón de restituirse a Grecia, aprovechando la salida de un buque que iba a Lacedemonia con un embajador. Dionisio la concedió, y dio al embajador la orden secreta de matar a Platón o de venderle como esclavo. El embajador le dejó en la isla de Egina, donde se daba muerte a todos los atenienses que llegaban. Platón fue presentado a los jueces, cuando uno de los concurrentes dijo, chanceándose, que aquel hombre no era ateniense sino filósofo. Esto le salvó la vida, pero fue condenado a la esclavitud. El que le compró le puso en libertad y no quiso que se le restituyese el dinero que le había costado, diciendo que no eran los atenienses solos los que apreciaban el mérito del filósofo.

Dionisio murió, y le sucedió su hijo Dionisio el joven, príncipe mal educado, y que se dio a todos los vicios. Dión le daba muy buenos consejos, y finalmente le dijo que sólo Platón podría enseñarle a gobernar con acierto. Dionisio entonces tuvo vivísimos deseos de ver a Platón, y le envió un correo con cartas suyas, de Dión y de los filósofos pitagóricos que había en la isla, en que le rogaban encarecidamente pasase a ella, sin perder tiempo. Platón, al principio, se resistió, más después consideró que su viaje podría tener los más felices resultados, y se decidió a emprenderle. Fue recibido por Dionisio y por el pueblo con honores que sólo se tributaban a los Dioses. Dionisio empezó a sacar provecho de las lecciones de Platón, y esto era tan contrario a las miras de los palaciegos, que resolvieron deshacerse de tan importuno consejero. Habiendo aconsejado Platón al rey que disminuyese su ejército y su escuadra, aquellos intrigantes dijeron al monarca que la intención de Platón era dejarle sin defensa, para que los atenienses atacasen sin dificultad a Sicilia. Dionisio se encolerizó, pero descargó toda su ira en Dión, a quien desterró a pesar de Platón, creciendo en tales términos la amistad que a éste profesaba que llegó a tener celos de él, como de una querida. Le alojó en su propio palacio, a fin de que no se escapase, y le ofreció sus tesoros, con tal de que le amase más que a Dión. Platón le respondió: “Nunca te amaré más que a Dión, pero te amaré tanto, cuando seas tan sabio como él.» Dionisio le amenazó con la muerte, después le pidió perdón, y Platón hubiera querido más bien el odio que el cariño de un hombre tan arrebatado e imperioso. Por fin, sobrevino una guerra y Dionisio puso en libertad a Platón, a quien quiso dar inmensas riquezas; más Platón no las admitió y solo le pidió el cumplimiento de la palabra que le había dado de alzar el destierro de Dión, cuando se hiciese la paz. Estando para embarcarse Platón, Dionisio le dijo: «¡Cuan mal hablarás de mí cuando estés con tus discípulos en la Academia! No permita Dios, respondió Platón, que vayamos a perder el tiempo en la Academia hablando de Dionisio.»

Antes de ir a Atenas pasó a Olimpia a ver los juegos. Allí vivió con unos extranjeros ilustres, a quienes sólo dijo que se llamaba Platón, y su trato era tan modesto y sencillo, que ellos le tuvieron por un hombre ordinario. Aunque estaban prendados de sus buenos modales, nunca pudieron imaginarse que aquel Platón fuese el filósofo que de tanta fama gozaba. Terminados los juegos, fueron juntos a Atenas, y Platón los alojó en su casa. Inmediatamente que llegaron, los extranjeros le suplicaron los presentase a aquel célebre discípulo de Sócrates, que se llamaba Platón, como él. Entonces sé descubrió y sus huéspedes, llenos de admiración, le confesaron que para cautivar el aprecio de cuantos le tratasen, no necesitaba más que de su amabilidad, sin la filosofía.

Poco tiempo después, Platón dio unos juegos al pueblo, y permitió que Dión, que se hallaba en Atenas, costease los trajes y pagase otros gastos, a fin de que se granjease partido entre los atenienses. Dionisio terminó la guerra, y deseando borrar la mala impresión que podría hacer en los filósofos su conducta con Platón, reunió a muchos de ellos en su palacio, y celebraba academias en que repetía, sin venir al caso, todo lo que había oído decir a Platón. Pronto se le agotó su saber, y entonces conoció cuán mal había hecho en no aprovecharse de sus lecciones. Despertóse de nuevo en su corazón el deseo de verle; hizo que el poeta Arquitas le escribiese aconsejándole que pasase a Sicilia, y no satisfecho con esto le envió una galera y una embajada compuesta de muchos personajes y del filósofo Arquidemo, el cual era portador de una carta concebida en los términos siguientes:

«Lo que con más ansia deseo es que vengas pronto a Sicilia. Haré en favor de Dión todo lo que tú quieres, pues no puedes querer sino lo justo. Pero si no vienes, declaro que no haré nada que pueda serte agradable, ni en los negocios de Dión, ni en nada.»

Esta carta exasperó a Platón, pero Dión le rogó que accediera a los deseos del monarca, y lo mismo le pedían en sus cartas todos los filósofos que se hallaban a la sazón en Sicilia. Platón cedió, y los sicilianos, al verle en la isla, creyeron que Dionisio seguiría sus consejos, y reinaría con moderación y justicia, Platón - La escuela de Atenas (detalle) - Rafael Sanzio - (c. 1510, Sala de la Signatura, Estancias de Rafael, Palacio Apostólico - Ciudad del Vaticano)y Dionisio le recibió con las más extraordinarias muestras de afecto. Pero muy en breve conoció el filósofo que el tirano sólo quería satisfacer su vanidad, y no tardó en experimentar nuevos disgustos. Lejos de poner un término a la persecución de Dión, sus bienes fueron vendidos a pública subasta, y Platón estuvo en un verdadero cautiverio, puesto que no podía conseguir el permiso de retirarse de nuevo a Atenas. Lo logró, por fin, después de muchas dificultades y reyertas, y al pasar por el Peloponeso, encontró en los juegos Olímpicos a Dión, a quien refirió todo lo ocurrido, y que juró vengarse de su perseguidor, no obstante las sabías reflexiones que Platón le hizo para disuadirle de este intento. Dión pasó a Sicilia con tropas, destronó al tirano, y marchitó su gloria, permitiendo el asesinato de Heráclides. Este crimen no permaneció largo tiempo impune. Dión murió a manos del ateniense Calipo, en medio de sus triunfos y prosperidades.

Los sicilianos escribieron a Platón, pidiéndole que les aconsejase lo que debían hacer en la triste situación en que se hallaban, porque había facciones en la isla, y unos querían restablecer la tiranía y otros estaban por el gobierno popular. Platón les respondió que un Estado no podría ser jamás dichoso ni con la tiranía, ni con el abuso de la libertad; que lo mejor era obedecer a un rey sometido a las leyes; que la libertad desmedida y la servidumbre eran igualmente peligrosas, y producían casi los mismos efectos; que la obediencia que se tributa a los hombres suele no tener límites, porque no los tiene su codicia; que la que se tributa a Dios es moderada, porque Dios no cambia, y siempre exige lo mismo de los hombres; que esta obediencia es la única que puede hacer a los pueblos felices; y que para obedecer a Dios, es necesario ceder a la ley. En seguida les daba consejos muy sabios sobre el gobierno que debían adoptar, y las leyes que debían establecer.

Platón murió cinco años después de estos sucesos, y pasó todo este tiempo empleado en enseñar la filosofía, sin entrometerse en los negocios públicos. No quiso dar leyes a los cirenianos ni a los tebanos; a aquellos porque amaban demasiado las riquezas; a éstos porque no amaban la igualdad. En sus costumbres y modales, Platón observó escrupulosamente la más prudente moderación, jamás se rió con exceso; jamás se encolerizó. Su sobrino Espeusipo, arrojado de la casa paterna por causa de sus vicios y desordenes, buscó un asilo en casa de Platón, el cual le acogió, y vivía con él, como si no tuviera la menor noticia de la depravación de su conducta. Los amigos de Platón le echaron en cara esta excesiva condescendencia; más él les respondió que el mejor modo de corregir a Espeusipo era su ejemplo. En efecto, el joven se aficionó a la filosofía, y sólo trató de imitar el modelo que tenía a la vista.

Su modo de hablar suave y convincente hacía mucha impresión en los que le escuchaban. Tuvo algunos amores, más se mantuvo siempre soltero. Amó tiernísimamente a sus hermanos, odiaba la venganza, y respondía con chistes a las injurias de sus enemigos. Dando un día un banquete a varios amigos de Dionisio, entró Diógenes con los pies muy sucios, y paseándose por la sala, cubierta de bellas alfombras, dijo: «Estoy pisando el orgullo de Platón.» Platón respondió: «Estás pisando mi orgullo con otro orgullo.» Platón decía que el hombre era un animal bípedo, y sin plumas. Diógenes desplumó un gallo y le presentó a los Académicos, diciéndoles: «Ahí tenéis al hombre de vuestro maestro.» Diógenes decía: «Me echan en cara mis amigos que siempre estoy pidiendo, y que Platón no pide nunca. La diferencia que hay entre los dos es que yo pido en alta voz, y Platón al oído. »

Las doctrinas de este filósofo han ejercido tanto influjo en las escuelas, que no nos parece inoportuno dar una ligera idea de sus principios fundamentales. Su modo de raciocinar consistía en asegurar lo cierto, examinar lo dudoso, y abstenerse de pronunciar sobre lo incierto y poco probable. Por esto seguía a Heráclito en las cosas que se pueden percibir por los sentidos; a Pitágoras en todo lo relativo a la inteligencia; a Sócrates en la Moral y en la Política. La perfección moral consistía, según su opinión, en vivir según la Naturaleza, es decir, conforme a la voluntad de Dios. Dividía los bienes humanos en dos clases; bienes del cuerpo, y bienes de la vida. Los primeros son puramente físicos; los segundos, los medios que sirven a poner en práctica la virtud, como la riqueza, y la buena opinión. Los bienes divinos son los que residen en el alma, y de estos hay dos clases; bienes naturales y bienes morales. Aquellos son las buenas disposiciones de la parte intelectual; estos, los frutos que se sacan de su cultivo, como la sabiduría, la práctica de la virtud.

Sus teorías políticas han parecido generalmente quiméricas, quizás porque propenden a una perfección de que los hombres no se creen capaces. El gobierno que prefería era el monárquico, pero sujetando el poder del monarca a la ley, y caracterizando de tiranía toda autoridad que se ejerce a costa del bien general. El objeto de su plan legislativo era formar una sociedad sin pobreza ni riqueza, gobernada por las reglas de la justicia y de la virtud. Para conseguir este fin establece un sistema admirable de educación, fundado en el conocimiento de Dios; impone penas severas a los impíos y a los blasfemos; prohíbe los cultos particulares; establece las reglas que se han de observar en las fiestas públicas y en la música, cuyo influjo en los pueblos antiguos era tan extraordinario; en fin, arregla todas las acciones de la vida pública y privada, encaminándolas al bien de la sociedad y a la felicidad de los que la componen.

En su sistema físico-metafísico, porque así podemos llamar a la Física de Platón, que comprende también el conocimiento de las facultades mentales, establece por primera regla que el hombre no puede conocer la verdad en el estudió de la Naturaleza, y que debe limitarse a buscar la verosimilitud, siendo la más segura, en cuanto a la clasificación de los seres, la división de todo lo que existe en espíritu y cuerpo. La materia, según Platón, existe desde la eternidad, aunque en esta parte se contradice, porque opina que el espíritu fue creado y que es anterior a la materia. Las primeras cosas creadas fueron la tierra y el fuego, las cuales, siendo contrarias, no pudieron estar mucho tiempo unidas. En efecto, el Gran Operario del Universo las separó, formando el aire y el agua, y estableciéndolos como término medio entre el fuego y la tierra por medio de la armonía numérica. En este estado, el mundo era sólido, pero no perfecto, y lo fue cuando recibió un alma, destinada a gobernarle, y a mantener la concordia, en la discordia de los elementos. El Ser Creador imprimió después el movimiento a la materia, y satisfecho de su obra, y deseoso de perfeccionarla, le dio una imagen de la eternidad, que es el tiempo, cuyo origen es la creación de los cielos.

Después de las cosas visibles fueron formadas las invisibles, esto es, los genios y los demonios. También se formaron entonces a un mismo tiempo las almas de todos los hombres que han existido, existen y existirán. Las opiniones de Platón sobre la Metempsicosis han parecido muy obscuras a sus comentadores; lo que no tiene duda es que creía que las almas, después de la muerte, volvían a animar otros cuerpos. Platón, aunque fundado en ideas muy inexactas sobre la Anatomía, da una hermosa explicación de los miembros del cuerpo humano, con el designio de hacer ver cuán bien responden a las miras de la Divinidad, su configuración y su uso. Divide el alma en tres partes, o por mejor decir, le da tres cualidades fundamentales: a saber, la racional, la irascible y la concupiscible.

Concluiremos este bosquejo citando la célebre definición del Ser Supremo, dada por nuestro filósofo:

 «Dios es único, dice, eterno, inmutable, incomprensible. Ha formado y ordenado todas las cosas con su sabiduría, las mantiene y conserva con su providencia. Esta en todas partes y en ninguna se comprende. Está en todas las cosas, y no es ninguna de las cosas que existen por él y que de él han recibido el ser. Es mayor que la ciencia. Todo lo ve, todo lo oye y conoce y penetra los pensamientos más secretos. Llena la profundidad de los abismos y la inmensidad de los cielos. Él es, y en él están la ciencia, los bienes, las virtudes, la luz y la vida. Es infinitamente bueno, e infinitamente justo. Ama a los hombres, y los ha criado para que sean felices; pero como es la misma justicia y la misma santidad, no da la felicidad sino es a los que se le parecen en justicia y santidad, y castiga a los que corrompen el carácter sagrado que les había impreso, criándolos a su imagen.»

El estilo de Platón, como dice Aristóteles, es un medio entre la elevación de la poesía, y la sencillez de la prosa. Cicerón dice que si Júpiter se dignase hablar a los hombres, emplearía el estilo de Platón. Panecio le llamaba, el Homero de los filósofos.

Platón, a quien toda la antigüedad dio el sobrenombre de Divino, por la elevación de sus opiniones y de su estilo, murió el primer año de la Olimpiada 108, el mismo día en que había nacido, siendo de edad de 81 años.