Compendio de las vidas de los filósofos antiguos -Fenelón
TALES
Pasó algún tiempo en la magistratura y después de haber ejercido sus principales empleos con distinción, se separó de los negocios públicos, movido por el deseo de conocer los secretos de la naturaleza. Pasó a Egipto donde florecían entonces las ciencias; empleó muchos años en conversar con los sacerdotes, que eran los doctores del país; se instruyó en los misterios de aquella religión y se aplicó especialmente a la Geometría y a la Astronomía. No se sujetó a ningún maestro, y si se exceptúa lo que aprendió en su trato con los sacerdotes durante su viaje, sólo a sus experiencias y a sus profundas meditaciones debió los bellos conocimientos con que enriqueció la Filosofía.
Tales tenía mucha elevación en sus ideas; hablaba poco y meditaba mucho. No hacia caso de su interés particular y se dedicaba con celo a promover el de la República. Juvenal hablando de los que opinan que la venganza es más apetecible que la misma vida, dice que esta opinión es muy diferente de la de Crispo y de la suavidad de Tales.
At vindicta bonum vitâ jucundius ipsa:
Chrysippus non dicit idem, nec mite Thaletis
Ingenium…
Cuando Tales regresó a Mileto vivió en gran soledad y solo pensó en contemplar las cosas celestes. El amor de la sabiduría le alejó de los cuidados del matrimonio, haciéndole preferir la tranquilidad del celibato. A la edad de veinte y tres años, su madre Cleobulina le instó para que aceptase un partido ventajoso que se presentaba, «La juventud, respondió Tales, no es tiempo de casarse. En la vejez, ya es demasiado tarde, y el hombre que está entre las dos edades, no tiene tiempo de escoger mujer». Algunos dicen que en los últimos años de su vida se casó con una egipcia, autora de muchos buenos escritos.
Un día en que unos pescadores de la isla de Co habían echado la red al agua, pasaron por allí ciertos habitantes de Mileto y les compraron todo lo que la red contuviese antes de sacarla. Admitida la proposición, sacaron la red y en ella venía una trípode de oro macizo, arrojada al mar, según la opinión común, y en aquel mismo sitio, por Helena cuando volvía del sitio de Troya, en cumplimiento de cierto oráculo de que se había acordado. De resultas de este acaecimiento se suscitó una disputa entre los extranjeros y los pescadores sobre a quien correspondía la trípode. Los pueblos respectivos tomaron parte en la contienda, abogando cada cual por sus compatriotas. La guerra iba a estallar entre los diferentes partidos, cuando se pusieron de acuerdo en someter la cuestión al oráculo de Delfos. Este respondió que se diese la trípode al primero de los sabios. Tales fue el primero a quien se presentó la trípode; la remitió a Bías, y Bías por modestia la envió a otro. De este pasó de mano en mano a Solón el cual dijo que «nadie era más sabio que un Dios». La trípode fue llevada a Delfos y consagrada a Apolo. Algunos jóvenes de Mileto reconvenían un día a Tales acerca de la inutilidad de su ciencia, puesto que no le servia para salir de la indigencia en que se hallaba. Tales quiso darles a entender que si los sabios no acumulan riquezas es solo por el desprecio con que las miran, siéndoles muy fácil adquirir los bienes de que no hacen caso. Con este objeto y habiendo previsto, según dicen, por sus observaciones astronómicas que aquel año seria sumamente fecundo, compró todo el fruto de los olivos de los alrededores de Mileto antes de la cosecha. Esta fue abundantísima y muy considerable por consiguiente la ganancia del filósofo; más éste convocó a todos los mercaderes y comerciantes de Mileto y les distribuyó sus provechos.
Tales daba gracias a los dioses por tres cosas: por haber nacido racional y no bestia; hombre y no mujer; griego y no bárbaro.
Creía que el mundo había sido arreglado del modo que lo vemos por una inteligencia que no había tenido principio y que no tendría fin.
Tales fue el primer griego que enseño la inmortalidad del alma.
Un día fue un hombre a preguntarle si nos era posible ocultar nuestras acciones a los dioses. «Ni aun nuestros más secretos pensamientos, le respondió, les son desconocidos.»
Decía que lo mayor que hay en el mundo es el espacio porque en él se encierran todos los seres; que no hay nada más fuerte que la necesidad pues lo vence todo; ni nada más pronto que el entendimiento del hombre pues en un momento recorre todo el mundo; ni nada más sabio que el tiempo pues lo descubre todo; ni nada en fin más suave y agradable al hombre que poder hacer su voluntad. Decía que el mucho hablar no es señal de gran entendimiento; que un hombre de bien debe acordarse de sus amigos ausentes o presentes; que es menester ayudar a nuestros padres para que nuestros hijos nos ayuden; que no hay cosa tan terrible como ver envejecer a un tirano; que lo que puede darnos un gran consuelo en la desgracia es saber que el que nos atormenta es también desgraciado; que no debemos hacer lo que reprendemos a los otros; que la verdadera felicidad consiste en la salud perfecta, en los bienes moderados y en no pasar la vida en la molicie y en la ignorancia; que la obra más difícil del hombre es el conocimiento propio, y por esto inventó aquella hermosa máxima que después fue grabada en una lámina de oro y consagrada a Apolo en su templo: CONÓCETE A TI MISMO.
Decía que la vida y la muerte no se diferenciaban, y cuando le preguntaban porque no se dejaba morir respondía: «Porque siendo lo mismo vivir que morir, no hay motivo para decidirme en favor de la una más bien que de la otra.» Dedicaba algunos ratos a la poesía y hay quien asegura que él fue el inventor de la medida de los versos hexámetros. Un hombre acusado justamente de adulterio le preguntó si le seria lícito justificarse por medio del juramento. «Por ventura, le respondió, ¿es el perjurio un crimen menor que el adulterio?»
Mandretes de Priene, que había sido su discípulo, le fue a ver a Mileto y le dijo: «¿Que recompensa quieres que te dé, Tales, para manifestarte cuánto te agradezco los hermosos preceptos que me has enseñado?» «Cuando enseñes a los otros, respondió Tales, diles que yo soy el autor de aquella doctrina, lo cual será en ti una loable modestia y para mí un precioso galardón.»
Tales fue el primer griego que se aplicó a la Física y a la Astronomía. Creía que el agua era el primer principio de todas las cosas; que la tierra era agua condensada y el aire agua enrarecida; que todas las cosas se mudaban continuamente unas en otras, pero que al fin todo se convirtió en agua; que la tierra estaba en el centro del mundo; que se movía alrededor de su propio centro, el cual era el mismo que el del universo; que éste está lleno de seres invisibles, los cuales se mueven continuamente en varias direcciones Y que las aguas inferiores del mar tienen cierto sacudimiento que es la causa de su agitación.
Los efectos maravillosos del imán y del ámbar y la simpatía que existe entre varias cosas de la misma naturaleza, le hicieron creer que no hay nada en el mundo que no esté animado.
Creía que la causa de la inundación del Nilo eran los vientos Etesios que soplan del Norte al Sur, retardan las aguas del río que van de Sur a Norte y las obligan a derramarse e inundar los campos vecinos.
Tales fue el primero que predijo los eclipses del sol y de la luna y que hizo observaciones sobre los diferentes movimientos de estos dos astros. Creía que el sol era por sí mismo luminoso y que su volumen era ciento y veinte veces mayor que el de la luna; que ésta era un cuerpo opaco capaz de reflejar la luz del sol, en una sola mitad de su superficie, y con esta doctrina explicaba los diferentes aspectos que aquel astro nos presenta.
Él fue el primero que investigó el origen de los vientos; la materia de que se compone el rayo y la causa de los relámpagos y de los truenos.
Nadie había descubierto antes que él la manera de medir la altura de las torres y pirámides por su sombra meridional, cuando el sol está en el equinoccio.
Fijó el número de los días del año en 365; arregló el orden de las estaciones y limitó cada mes a treinta días; al fin de cada doce meses añadía cinco días para completar el curso del año, según el método que había aprendido entre los egipcios.
Él fue quien descubrió la constelación de la osa pequeña de que se servían los fenicios para arreglar su navegación.
Un día, saliendo de su casa para ir a descubrir los astros, cayó en una zanja; una criada vieja que tenía acudió corriendo a su ayuda y después de haberle ayudado a levantarse le dijo burlándose de el: «¿Crees poder descubrir lo que pasa en el cielo y no sabes lo que tienes a los pies?»
Tales gozó de mucha consideración durante su vida; sus contemporáneos le consultaban en los negocios más graves. Creso, después de haber emprendido la guerra contra los persas, se adelantó a la cabeza de un fuerte ejército hasta cerca de las orillas del río Halis. No sabía como pasarlo porque no era vadeable y él no traía ni puentes ni barcos. Tales, que se hallaba a la sazón en el campamento, ofreció darle un medio seguro de pasar el río. Para esto hizo cavar un gran foso en forma de media luna que empezaba en una de las extremidades del campamento y terminaba en otra, con lo cual el río se dividió en dos brazos con poca agua, de modo que el ejército pudo vadearlo y pasar sin dificultad. Tales en aquella ocasión no quiso que los habitantes de Mileto hiciesen alianza con Creso, el cual la deseaba vivamente. Esta prudente cautela salvó a su patria, porque Ciro venció a los Lidios y saqueó todos los pueblos que habían entrado en confederación con ellos, pero respetó a Mileto que no había tomado partido contra él.
Siendo Tales muy viejo quiso que le llevasen a un terrado para ver desde allí los juegos del Anfiteatro. El calor excesivo que hacía le causó una irritación tan violenta, que murió allí mismo de repente. Era la 58 Olimpiada y el año 92 de su edad. Los habitantes de Mileto le lucieron un magnífico funeral.