Biografía de Karl Marx – 1878
Marx, Heinrich Karl
Escrito a mediados de junio de 1877
Primera publicación: Volks-Kalender, Brunswick, 1878
Fuente: Foreign Languages Press, Peking, 1975
Traducción del inglés: Isabel Blanco
Karl Marx, el hombre que por primera vez dio al socialismo y al movimiento obrero de nuestros días un fundamento científico, nació en Trier en 1818. Estudió en Bonn y en Berlín, eligiendo al principio leyes y dedicándose exclusivamente en seguida a la historia y la filosofía. En 1842 estuvo a punto de convertirse en profesor ayudante de filosofía cuando los movimientos políticos que habían surgido a raíz de la muerte de Federico Guillermo III dirigieron su destino por otros derroteros. Con su colaboración, los líderes de la burguesía liberal renana, los Camphausens, Hansemanns, etc., fundaron el Rheinische Zeitung en Colonia, y en el otoño de 1842 Marx, cuyas críticas hacia los procedimientos de la Dieta Provincial del Rhin habían llamado enormemente la atención, fue nombrado redactor jefe del periódico. Naturalmente, el Rheinische Zeitung debía someterse a la censura, pero ninguna censura pudo con el periódico. (El primer censor del Rheinische Zeitung fue el Consejero Policial Dolleschall, el mismo hombre que, en una ocasión, había puesto una nota de advertencia en el Kölnische Zeitung acerca de la traducción de la "Divina Comedia" de Dante hecha por Philalethes (después Rey John de Saxony), en la que decía: "No se deben hacer comedias acerca de los asuntos divinos". Nota de Engels). El Rheinische Zeitung casi siempre conseguía que sus artículos más importantes pasaran la censura; se le echaba bien de cebo insignificante al censor para que atacara hasta que se veía obligado a retroceder por sí solo, o bien se le obligaba a retroceder bajo la amenaza de no publicar el periódico al día siguiente. Diez periódicos más con el mismo coraje con editores dispuestos a gastar unos cientos de táleros extra en composición, y la censura habría sido imposible en Alemania ya en 1843. Pero los propietarios de los periódicos alemanes eran tímidos filisteos de estrechas de miras, y el Rheinische Zetitung tuvo que luchar en solitario. Consiguió echar a un censor detrás de otro hasta que, finalmente, tuvo que someterse a una doble censura; primero la estatal y luego otra. Pero fue inútil. A comienzos de 1843 el gobierno declaró que era imposible mantener el periódico bajo control y lo prohibió sin más preámbulos.
Marx, que mientras tanto se había casado con la hermana de von Westphalen, quien más tarde sería un ministro reaccionario, se trasladó a París y allí, en colaboración con A. Ruge, publicó el Deutsch-Französische Jahrbücher en el que inició la edición de una serie de artículos socialistas, comenzando por la "Crítica a la Filosofía Hegeliana del Derecho" y después, junto con F. Engels, "La Sagrada Familia. Contra Bruno Bauer y Compañía", una crítica satírica de la última y más torpe forma de idealismo filosófico alemán del momento.
A pesar de dedicar su tiempo al estudio de la economía política y de la historia de la gran Revolución Francesa, Marx tenía tiempo aún de atacar de vez en cuando al gobierno prusiano, que se vengó en la primavera de 1845 presionando al ministro Guizot para expulsar a Marx de Francia se dice que Herr Alexander von Humboldt actuó como mediador. Marx trasladó su domicilio a Bruselas y en 1847 publicó allí en francés "La pobreza de la filosofía", una crítica de la obra de Proudhon "Filosofía de la pobreza", y en 1848 la "Disertación acerca de la cuestión del Libre Comercio". Al mismo tiempo aprovechó la oportunidad para fundar una sociedad de trabajadores alemanes en Bruselas y comenzar así la agitación política. Ésta se convirtió en una actividad aún más importante para Marx cuando él y sus compañeros de política se unieron a la Liga Comunista Secreta en 1847, liga que llevaba operativa unos años y que transformó entonces radicalmente su estructura. La asociación, que hasta el momento había tenido un carácter más o menos conspirativo, se convirtió en una simple organización de propaganda comunista secreta sólo en la medida en que lo exigían las circunstancias. Aquella organización fue el origen del Partido Socialdemócrata alemán. La Liga estaba presente dondequiera que hubiera obreros alemanes; en casi todas las asociaciones de este tipo en Inglaterra, Bélgica, Francia y Suiza, y en muchas de las de Alemania, los líderes pertenecían a la Liga, de modo que su labor en el incipiente movimiento obrero alemán fue muy considerable. Más aún, nuestra Liga fue la primera que hizo hincapié en el carácter internacional de todo el movimiento obrero y que lo demostró en la práctica, la primera que aceptó a ingleses, belgas, húngaros, polacos, etc., como miembros, y la primera que organizó mítines obreros internacionales, especialmente en Londres.
La transformación de la Liga tuvo lugar en dos congresos mantenidos en 1847, el segundo de los cuales terminó con la elaboración y publicación de los principios fundamentales del Partido en un manifiesto que prepararían Marx y Engels. Así surgió el Manifiesto del Partido Comunista, que apareció por primera vez en 1848, poco después de la Revolución de Febrero, y que desde entonces ha sido traducido a casi todas las lenguas europeas.
El Deutsche-Brüsseler-Zeitung, en el que participó Marx y que expuso sin miramientos las bendiciones del régimen policial de la Madre Patria, provocó una vez más otro intento de expulsión de Marx por parte del Gobierno prusiano, pero esta vez en vano. Sin embargo, cuando la Revolución de Febrero dio lugar a movimientos populares también en Bruselas, amenazando con cambios radicales inminentes, el gobierno belga arrestó a Marx sin más ceremonias y lo deportó. Mientras tanto, el Gobierno Provisional francés le envió una invitación a través de Flocon para que volviera a París, invitación que Marx aceptó.
Tras la Revolución de Marzo, Marx fue a Colonia y fundó allí el Neue Rheinische Zeitung, que se mantuvo en circulación desde 1 de junio de 1848 al 19 de mayo de 1849. Fue el único periódico que representó los puntos de vista del proletariado dentro del movimiento democrático de la época, como lo demuestra su liderazgo sin reservas en las revueltas insurgentes de París de junio de 1848, lo que le costó al periódico la retirada de casi todos sus accionistas propietarios. En vano el Kreuz-Zeitung destacaba el ramalazo de insolencia con que el Neue Rheinische Zeitung atacaba todo aquello que era sagrado, desde el rey y el regente hasta el último policía, y eso, además, en una fortaleza prusiana con un destacamento de 8.000 hombres; en vano hervían de rabia los filisteos liberales renanos, que de pronto se habían vuelto reaccionarios; en vano la ley marcial de Colonia suspendió temporalmente la publicación del periódico en el otoño de 1848; en vano el Ministerio de Justicia del Reich denunció artículo tras artículo ante el Juzgado de Colonia para que se iniciaran procedimientos legales contra el periódico; el Neue Rheinische Zeitung seguía tranquilamente editando sus artículos delante de las narices de la policía, y su distribución y reputación aumentó a la par que la vehemencia de sus ataques al gobierno y a la burguesía. Al producirse el golpe de estado prusiano en noviembre de 1848, el Neue Rheinische Zeitung incitó al pueblo a negarse a pegar los impuestos y a responder a la violencia con violencia en la cabecera de cada uno de sus números. En la primavera de 1849, el periódico fue llevado ante los tribunales en dos ocasiones tanto por esta razón como por otro artículo, pero ambas veces fue absuelto. Finalmente, cuando se sofocaron las insurrecciones de mayo de 1849 en Dresde y en la provincia del Rhin, y comenzó la campaña prusiana contra la insurrección de Baden-Palatinado, con una considerable movilización de tropas, el gobierno se sintió lo suficientemente fuerte como para prohibir la publicación del Neue Rheinische Zeitung por la fuerza. El último número impreso con tinta roja apareció el 19 de Mayo.
El intento de continuar con la labor del Neue Rheinische Zeitung, editando una revista (Hamburgo, 1850), tuvo que ser rápidamente abandonado ante la creciente violencia de la reacción que suscitaba. Inmediatamente después del golpe de estado en Francia en diciembre de 1851, Marx publicó "El 18 Brumario de Louis Bonaparte" (Nueva York, 1852; segunda edición Hamburgo, 1869, poco después de la guerra). En 1853 escribió "Revelaciones acerca del Juicio Comunista de Colonia" (primera impresión en Basilea, después en Boston, y otra vez recientemente en Leipzig).
Tras la condena de los miembros de la Liga Comunista de Colonia, Marx se retiró de la agitación política y se dedicó durante diez años, por una parte, al estudio de los ricos tesoros que ofrecía la biblioteca del British Museum en el campo de la economía política y, por otra, a escribir para el New York Tribune, que hasta la declaración de la guerra de Secesión americana publicó no sólo contribuciones firmadas por él, sino también numerosos y relevantes artículos acerca de la situación en Europa y Asia salidos de su pluma. Sus ataques a Lord Palmerston, basados exclusivamente en el estudio de documentos oficiales del British, fueron reimpresos en Londres en forma de panfletos.
El primer fruto de sus muchos años de estudio de economía apareció en Londres en 1859: "Contribución a la Crítica de la Economía Política", Primera Parte (Berlín, Duncker). Este trabajo contiene la primera exposición coherente de la teoría marxista del valor, incluyendo la doctrina del dinero. Durante la guerra italiana, Marx atacó el bonapartismo desde el periódico de lengua alemana Das Volk que se imprimía en Londres, bonapartismo que en aquella época fingía ser liberal y jugaba a dárselas de libertador de las nacionalidades oprimidas. Atacaba también la política prusiana del momento que, bajo la tapadera de la neutralidad, procuraba pescar en río revuelto. En relación a esto fue necesario atacar además a Herr Karl Vogt que, por entonces, y a petición del Príncipe Napoleón (Plon Plon) y pagado por Louis Napoleón, promovía la neutralidad y hasta la simpatía de Alemania por sus intereses. Cuando Vogt descargó sobre Marx la más abominable y deliberadamente falsa de las calumnias, él respondió con su "Herr Vogt" (Londres, 1860), en el que desenmascaraba a la banda de Vogt y otros caballeros de la supuesta democracia imperialista, demostrando con pruebas externas e internas que Vogt personalmente había aceptado sobornos del imperio bonapartista. La confirmación se produjo diez años más tarde: Vogt apareció en la lista de los sobornados por Bonaparte encontrada en las Tullerías en 1870 y publicada por el gobierno de septiembre. En agosto de 1859 Vogt había recibido 40.000 francos franceses.
Finalmente en 1861, en Hamburgo, apareció "El Capital, un Análisis Crítico de la Producción Capitalista", vol I, la principal obra de Marx en la que se exponen los fundamentos de su concepción económica socialista y las características principales de su crítica a la sociedad vigente, el modo capitalista de producción y sus consecuencias. La segunda edición de esta obra histórica apareció en 1872; el autor está actualmente elaborando el segundo volumen.
Entretanto la labor del movimiento obrero en varios países europeos ha ganado tanto peso, que Marx acaricia ya la idea de llevar a la práctica su sueño largamente esperado: la fundación de una Asociación de Trabajadores que abarque a los países más avanzados de Europa y América, lo cual demostraría de hecho el carácter internacional del movimiento socialista tanto para los trabajadores mismos como para la burguesía y los gobiernos, infundiendo coraje y fuerza al proletariado y miedo en el corazón de sus enemigos. El mitin masivo celebrado el 28 de septiembre en St. Martin’s Hall, Londres, en favor de Polonia, recientemente aplastada de nuevo por Rusia, proporcionó la ocasión de sacar a la luz este asunto, que fue asumido con entusiasmo. En el mismo mitin se decidió fundar la Asociación Internacional de Trabajadores se eligió de hecho un Consejo General Provisional con base en Londres, del que el alma fue sin duda Marx, como siguió siéndolo en todos los Consejos Generales hasta el Congreso de La Haya. Marx redactó casi todos los documentos promulgados por el Consejo General de la Internacional, desde el Discurso Inaugural de 1864 al Discurso acerca de la Guerra Civil en Francia de 1871. Describir la actividad de Marx en la Internacional es describir la historia de esta Asociación, que en cualquier caso vive aún en la memoria de los trabajadores europeos.
La caída de la Comuna de París colocó a la Internacional en una situación imposible. La dejó al frente de la historia europea en un momento en el que resultaba imposible el éxito de la acción práctica en cualquier parte. Los acontecimientos que la habían elevado a la posición de séptimo Gran Poder simultáneamente le impedían movilizar sus fuerzas combativas para la acción, provocando una dolorosa e inevitable derrota y un retroceso del movimiento obrero durante décadas. Además, surgieron por diversos lugares elementos que pretendían explotar la repentina fama de la Asociación para su propia vanidad y ambición personal, sin comprender o sin importarles realmente la verdadera función de la Internacional. Había que tomar una decisión heroica, y de nuevo fue Marx quien lo hizo y quien lo puso de relieve en el Congreso de La Haya. En una resolución solemne, la Internacional rechazó toda responsabilidad en las actividades de los bakunistas, el origen de todos esos elementos irracionales y desagradables. Luego, ante la reacción general, y en vista de la imposibilidad de satisfacer las crecientes demandas que se le hacían, o de mantener su eficacia sin enormes sacrificios que hubieran acabado con el movimiento obrero, la Internacional se retiró temporalmente de escena y el Consejo General se trasladó a América. Los resultados han demostrado hasta qué punto esta decisión, tan censurada en su momento, fue correcta. Por una parte, puso punto final en ese mismo instante y para siempre a cualquier intento de insurrección en nombre de la Internacional; por otra, la continuidad del estrecho intercambio entre partidos socialistas obreros de distintos países demostró que la conciencia de identidad de intereses y la solidaridad del proletariado proclamadas por la Internacional tenían ya el suficiente peso por sí mismas como para subsistir sin la necesidad de un lazo oficial que, de momento, se había convertido en una atadura.
Tras el Congreso de La Haya, Marx encontró por fin la paz y la tranquilidad necesarias para reiniciar su trabajo teórico, y esperemos que pronto tenga el segundo volumen de "El Capital" preparado para su impresión.
De los muchos e importantes descubrimientos que inscriben el nombre de Marx en los anales de la ciencia vamos a detenernos aquí en sólo dos de ellos.
El primero es la revolución iniciada por él acerca del concepto mismo de la historia universal. Según el punto de vista tradicional de la historia, ésta se basa en la idea de que las causas últimas de todo cambio histórico deben buscarse en los cambios de ideas de los seres humanos, y de entre todos los cambios históricos, los más importantes y los que dominan la historia son los cambios políticos. Sin embargo, nadie se preguntaba por qué causa o cómo surgían las ideas en las mentes de los hombres, ni cuáles eran las causas directrices de los cambios políticos. Sólo en la nueva escuela de historiadores franceses, y en parte también entre los ingleses, se había llegado forzosamente a la convicción de que, al menos desde la Edad Media, la fuerza directriz de la historia europea era la lucha de la burguesía emergente contra la aristocracia feudal por la dominación social y política. Ahora Marx ha demostrado que toda la historia anterior es la historia de una u otra lucha de clases, que en todas las múltiples y complejas luchas políticas, el único objetivo en cuestión ha sido la dirección social y política de las clases sociales, el mantenimiento de la dominación por las viejas clases privilegiadas, y la conquista de esa dominación por las clases emergentes. ¿A qué, sin embargo, deben estas clases su origen y su continuada existencia? Se la deben a unas condiciones materiales, tangibles, particulares, condiciones en las cuales una sociedad concreta de una determinada época produce e intercambia sus medios de subsistencia. El orden social feudal de la Edad Media se apoyaba en la economía autosuficiente de las pequeñas comunidades agrícolas que la constituían, que producían por sí mismas casi todo lo que necesitaban, entre las que apenas había intercambios comerciales, y a las cuales el brazo armado de la nobleza prestaba protección sin necesidad de una cohesión nacional o política más amplia. Cuando surgieron las ciudades, y con ellas una industria artesanal separada de estas comunidades, además del comercio, al principio sólo interno y más tarde internacional, la burguesía urbana se desarrolló, y ya en la misma Edad Media logró, luchando contra la nobleza, su inclusión en el orden feudal como estamento también privilegiado. Pero con el descubrimiento del nuevo mundo más allá de Europa a mediados del siglo XV en adelante la burguesía conquistó una esfera mucho más amplia de comercio, y por tanto un acicate para su industria; en las ramas más importantes la artesanía fue sustituida por la manufactura, ahora a escala industrial, que, a su vez, de nuevo fue sustituida por la industria a gran escala, lo cual ha sido posible sólo gracias a los descubrimientos del siglo pasado, especialmente el motor de vapor. La industria a gran escala, a su vez, influyó sobre el comercio, marginando el trabajo manual en países retrasados, y creando los actuales medios de comunicación; motores de vapor, ferrocarriles y telégrafos en los países más desarrollados. De esta forma la burguesía acabó amasando más y más riquezas y poder social, mientras permanecía aún excluida del poder político durante mucho tiempo, que seguía en manos de la nobleza y de la monarquía que se apoyaba en ella. Pero en un determinado momento en Francia a partir de la gran Revolución, conquistó también el poder político, y ahora le toca convertirse en la clase dominante sobre el proletariado y los agricultores. Desde este punto de vista se explican todos los fenómenos históricos de la manera más simple posible con un conocimiento suficiente de las condiciones económicas de una sociedad, cosa de la que, ciertamente, carecen por completo nuestros historiadores profesionales, y de la misma forma las ideas y concepciones de cada época histórica pueden explicarse sencillamente por medio de las condiciones económicas de vida y de las relaciones sociales y políticas que, a su vez, están determinadas por estas condiciones económicas. Por primera vez la historia se basa en sus verdaderos fundamentos; el hecho, obvio aunque hasta ahora completamente ignorado, de que el hombre necesita en primer lugar comer, beber, refugiarse y vestirse y, por tanto, debe trabajar, antes de poder luchar por la dominación, perseguir ideas políticas, religiosas, filosóficas, etc.. Este hecho palpable recupera por fin sus derechos históricos.
Esta nueva concepción de la historia, sin embargo, fue de una significación vital para el punto de vista socialista. Demostró que toda la historia previa se había movido por antagonismos y luchas de clases, que siempre habían existido las clases dominantes y las dominadas, las clases explotadoras y las explotadas, y que la gran mayoría de la humanidad había sido siempre condenada a una trabajo arduo con apenas esparcimiento. ¿Por qué es esto así? Sencillamente, porque en todos los estadios anteriores de desarrollo de la producción humana el progreso era tan exiguo, que la historia sólo podía proceder de forma antagónica, de modo que el progreso histórico como un todo se debía únicamente a la actividad de una minoría privilegiada, mientras la gran masa permanecía condenada a producir con su trabajo sus propios miserables medios de subsistencia, al tiempo que producía los crecientemente ricos medios de vida de los privilegiados. Pero la misma investigación de la historia, que de esta forma proporciona una explicación natural y razonable del orden social que, de otro modo, sólo sería explicable por la maldad del hombre, nos lleva también a darnos cuenta de que, como consecuencia de la tremenda fuerza productiva actual, se ha desvanecido incluso hasta el último pretexto para la división de la humanidad en dominados y dominadores, explotados y explotadores, al menos en los países más avanzados; que la gran burguesía dominante ha satisfecho su misión histórica, que ya no es capaz de liderar la sociedad, y que incluso se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la producción, como han demostrado la crisis del comercio, y especialmente el último gran colapso, y las condiciones de depresión de la industria en todos los países; que el liderazgo histórico ha pasado a manos del proletariado, una clase que, debido a su posición en la sociedad, sólo puede liberarse a sí mismo aboliendo definitivamente toda dominación social, todo servilismo y toda explotación; y que las fuerzas productivas sociales, que han superado el control de la burguesía, sólo están esperando a que el proletariado unido tome posesión de ellas con el objeto de establecer un estado de cosas en el cual todo miembro de la sociedad pueda participar no sólo en la producción, sino también en la distribución y administración social de la riqueza, y en el cual, por tanto, se incrementen las fuerzas productivas sociales y su rendimiento mediante una planificación operativa de toda la producción, de modo que se garantice la satisfacción de toda necesidad razonable de cualquier persona en una medida creciente.
El segundo gran descubrimiento de Marx es el esclarecimiento de la relación entre capital y trabajo; en otras palabras, la demostración de cómo, en la presente sociedad y bajo el modo capitalista de producción actual, tiene lugar la explotación del trabajador por parte del capitalista. Desde el momento en que la política económica ha puesto sobre el tapete la idea de que el trabajo es la fuente de toda riqueza y de todo valor, una pregunta se ha hecho inevitable: ¿cómo es posible, entonces, reconciliar esa idea con el hecho de que el trabajador no reciba a través de su salario la totalidad del valor creado por su trabajo, sino que deba renunciar a parte de él en favor del capitalista? Los economistas, tanto burgueses como socialistas, trataron de dar una respuesta científicamente válida a esta pregunta, pero en vano, hasta que al fin Marx llegó a una solución. Y esa solución es como sigue: hoy en día, el modo capitalista de producción presupone la existencia de dos clases sociales: por una parte la de los capitalistas, que están en posesión de los medios de producción y subsistencia, y por otra la del proletariado que, viéndose excluido de esta posesión, sólo tiene un bien que vender, su fuerza de trabajo, y que, por tanto, tiene que vender esta fuerza de trabajo para obtener la posesión de medios de subsistencia. El valor de un bien está determinado, sin embargo, por la cantidad de trabajo necesario socialmente para su producción, y, por tanto, también para su reproducción: el valor de la fuerza de trabajo de un hombre medio durante un día, un mes, o un año viene determinado, por tanto, por la cantidad de trabajo implicado en la cantidad de medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento de esta fuerza de trabajo durante un día, un mes o un año. Supongamos que los medios de subsistencia de un trabajador durante un día requieren de seis horas de trabajo para su producción o, lo que es lo mismo, que el trabajo implicado en su producción representa una cantidad de trabajo de seis horas; entonces el valor de la fuerza de trabajo de un día se expresará en una suma de dinero que, a su vez, implica seis horas de trabajo. Supongamos, además, que el capitalista que emplea a nuestro trabajador le paga esta suma a cambio. Le paga, por tanto, el valor completo de su fuerza de trabajo. Entonces, si el trabajador trabaja seis horas del día para el capitalista, le está reembolsando por entero su desembolso seis horas de trabajo por seis horas de trabajo. Pero entonces el capitalista no ganaría nada, y por tanto ve el asunto de un modo muy diferente. El capitalista dice: yo he comprado el valor del trabajo de este hombre no durante seis horas, sino durante todo el día, y por consiguiente le hace trabajar 8, 10, 12, 14 o más horas, según las circunstancias, de modo que el producto de la séptima, octava y siguientes horas es un producto del trabajo no pagado que, para empezar, va a parar al bolsillo del capitalista. De este modo, el trabajador al servicio del capitalista no sólo reproduce el valor de su fuerza de trabajo, por el cual recibe un salario, sino que además, y por encima de todo, produce un valor añadido del que, en primer lugar, se apropia el capitalista, y que posteriormente se divide según las leyes económicas concretas que rigen la clase capitalista, formando el stock del cual surgen las rentas, los beneficios, la acumulación de capital, en resumen; toda la riqueza consumida y acumulada por las clases no trabajadoras. Esto, sin embargo, demostró que la adquisición de riquezas de los actuales capitalistas consiste en la apropiación de la fuerza de trabajo no pagada de otros, exactamente igual que los señores se apropiaban del trabajo de sus esclavos o los nobles feudales explotaban el trabajo ajeno, y que todas estas formas de explotación se distinguen únicamente por la forma y modo como se realizan. Y también refutó la última justificación de todas esas hipócritas frases de la clase dominante, según las cuales en el orden social vigente hoy en día prevalece el derecho y la justicia, la igualdad de derechos y deberes y, en general, la armonía de intereses, desenmascarando a una sociedad burguesa que, no menos que sus predecesoras, es una gran institución para la explotación de la amplia mayoría de la gente por una pequeña y siempre menguante minoría.
El socialismo científico moderno se basa en estos dos importantes hechos. En el segundo volumen de El Capital se desarrollarán éstos y otros no menos importantes descubrimientos científicos relativos al sistema social capitalista, y por tanto aquellos aspectos de la política económica aún sin tratar en el primer volumen se verán afectados también por la revolución. Concédasele a Marx el que pronto lo tenga listo para la imprenta.
Friedrich Engels – Biografía de Karl Marx – 1878