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Torre de Babel Ediciones

El evangelio del Buddha. Capítulo 30. JETAVANA

XXX.- JETAVANA (1)

1. Anathapindika, el amigo de los desgraciados y el sostén de los huérfanos, cuando volvió a su casa vio el jardín del presunto heredero, Jeta, con sus bosquecillos verdes y sus límpidos arroyuelos, y pensó: «He ahí el sitio más conveniente para un vihara destinado a la Congregación del Bhagavat.» Y fue a buscar al príncipe y le suplicó le vendiese el terreno.

2. El príncipe no estaba dispuesto a vender aquel jardín que estimaba muchísimo. Rehusó, desde luego; pero después le dijo: «Si podéis cubrir ese terreno de oro, entonces sí; pero a ese precio solamente.»

3. Lleno de alegría, Anathapindika comenzó a extender su oro; pero Jeta le dijo: «Evitaos ese trabajo, porque no quiero venderlo.» Pero Anathapindika insistió, de suerte que discutieron, y querellados acudieron finalmente al magistrado.

4. Entre tanto el pueblo comenzó a murmurar del proceder inusitado, y el príncipe, habiendo sabido algunos detalles y sabiendo, además, que Anathapindika, no solamente era un hombre rico, sino recto y sincero, se informó de sus propósitos. Al oír el nombre del Buddha, el príncipe quiso a toda costa tener su parte en la fundación y no aceptó sino le mitad de la suma, diciendo: «La tierra es vuestra, pero los árboles son míos. Yo daré los árboles como mi parte de ofrenda al Buddha

5. Entonces Anathapindika tomó la tierra y Jeta los árboles, y se lo dieron todo en custodia a Sariputra.

6. Hechos los cimientos, comenzaron a construir el edificio, que se elevó hermosamente en sus proporciones, según las instrucciones dadas por el Buddha. y se le decoró magníficamente con esculturas apropiadas.

7. Este vihara se llamó Jetavana, y el amigo de los huérfanos invitó al Señor a ir a Sravasti y a posesionarse del don. Y el Bienaventurado, dejando Kapilavastu, fue a Sravasti.

8. Cuando el Bhagavat entraba en Sravasti, Anathapindika extendió flores y quemó incienso, y en señal de regalo vertió el agua de una jarra de oro, en forma de dragón, diciendo: «Este vihara de Jetavana yo lo regalo a la Congregación para que le sirva mientras dure el mundo.»

9. El Bienaventurado aceptó el don y respondió: «Que todas las influencias malévolas sean vencidas; que esta ofrenda establezca el reino de la verdad y sea una bendición perpetua para la humanidad, en general, y para el donante. en particular.»

10. Entonces el rey Prasenajit, al saber que el Señor había llegado, fue con su pompa real el vihara de Jetavana, y con las manos juntas saludó al Bienaventurado, diciendo:

11. «Feliz mi humilde e indigno reino por haber obtenido tan señalado favor. Porque ¿qué calamidades y qué peligros pueden amenazarle en presencia del. Señor del mundo, del Rey de la ley, del Rey de la verdad?

12. Ahora que he contemplado vuestros rasgos sagrados, podré tomar mi parte de las saludables aguas de vuestra enseñanza.

13. Las ventajas mundanas son pasajeras y perecibles; pero los beneficios religiosos son eternos e inagotables. El hombre del mundo, aunque sea rey, está lleno de cuidados, y el hombre vulgar posee, en cambio, sí es santo, la paz del espíritu.»

14. Conociendo la tendencia del corazón del rey, esclavo de la avaricia y del amor al placer. el Buddha aprovechó la ocasión y dijo:

15. «Hasta aquellos que, por sus males, el karma ha hecho nacer en una condición vulgar, si ven un hombre virtuoso experimentan respeto hacia él. Con mayor razón qué respeto debe experimentar un rey dueño de su persona que ha adquirido grandes méritos en sus existencias precedentes, cuando encuentra un Buddha.

16. Y ahora que expongo brevemente la ley, que el Gran Rey escuche y pese mis palabras y retenga bien lo que voy a decir:

17. «Nuestras buenas o malas acciones nos siguen constantemente como nuestra sombra.

18. Lo que es más necesario, es un corazón amante.

19. Considerad vuestro pueblo como un hijo único. No le oprimáis, no le destruyáis; mantened en voluntaria dependencia cada miembro de vuestro cuerpo, huid de las doctrinas injustas y seguid el camino recto. No os elevéis rebajando a los demás, y aliviad y socorred a los que sufren.

20. No deis demasiado valor a la dignidad real, ni prestéis oídos a las dulces palabras de los aduladores.

21. No hay ningún provecho en torturarse con austeridades, sino más bien en meditar sobre el Buddha y en pesar su ley de verdad.

22. Estamos encerrados por todas partes entre los muros del nacimiento, de la vejez, de la enfermedad y de la muerte, y no es sino meditando y practicando la verdadera ley como podemos salir de esta montaña de sufrimientos.

23. ¿Qué provecho hay en practicar la iniquidad?

24. Todos los sabios huyeron de los placeres corporales. Detestaron la lujuria y trataron de desarrollar su existencia espiritual.

25. Cuando un árbol arde en llamas, ¿cómo irán a reunirse en él las aves? La verdad no puede residir donde está la pasión. Si no sabe eso el hombre instruido, aunque sea honrado como sabio, no es sino un ignorante.

26. La verdadera sabiduría alborea para el que sabe esta ciencia. Adquirir esa sabiduría es el único objeto que debe perseguirse. Descuidarla es la quiebra de la vida.

27. Las doctrinas de todas las escuelas deben concentrarse en ella, porque sin ella no hay razas.

28. Esta verdad no se ha hecho para el eremita únicamente; concierne a todos los seres humanos, al sacerdote y al laico por igual. No hay distinción entre el monje que ha pronunciado los votos y el hombre que vive en el seno de su familia. Hay eremitas que caen en la perdición, y humildes padres de familia que se elevan al rango de richis.

29. El mareo de la lujuria es un peligro igual para todos; ella domina el mundo. Aquel que cae en sus remolinos no encuentra la salvación. Pero la sabiduría es la lancha de salvamento, cuyo gobernante es la reflexión. El somatén de la religión nos llama a socorrer a nuestra alma, expuesta a los asaltos de Mara, el enemigo.

30. Puesto que es imposible escapar a las consecuencias de nuestras acciones, practiquemos buenos actos.

31. Velemos sobre nuestros pensamientos, a fin de no hacer mal; porque como sembremos, recolectaremos.

32. Hay caminos que conducen de la luz a las tinieblas, y de las tinieblas a la luz. Hay caminos también que llevan de la oscuridad a tinieblas más profundas, y del alba a la luz más esplendorosa. El sabio utilizará la luz para conseguir más luz. Y avanzará constantemente hacia el conocimiento de la verdad.

33. Mostrad una verdadera superioridad por una conducta virtuosa y por el ejercicio de la razón; meditad profundamente sobre la vanidad de las cosas terrestres y comprended la inconstancia de la vida.

34. Llevad vuestro espíritu y buscad una fe sincera con firme voluntad; no transgredid las reglas de una conducta real y fundad vuestra dicha, no en las cosas externas, sino en vuestro propio espíritu. Os haréis así un renombre para los siglos futuros y os habréis asegurado la protección del Tathagata

35. El rey escuchó con respeto y grabó en su corazón todas las palabras del Buddha.

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(1) Fuente: Fo-sho-hing-tsan-king, 1522-153, 1611-1671.

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