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Torre de Babel Ediciones

Anibal en Italia – Historia romana

ANÍBAL EN ITALIA

Desde el año 535 hasta el año 541 {espacio de 6 años)

 

Anibal - Historia romana contada a los niños - Lamé FleuryAníbal era hijo de aquel Amílcar, de quien ya os he hablado, que fue vencido en el mar por el cónsul Duilio; Amílcar jamás pudo perdonar su derrota a los romanos e hizo jurar en el altar a su hijo, siendo niño todavía, que toda su vida seria su enemigo.

Vais a ver como Aníbal cumplió su promesa y que mientras vivió fue en efecto el más temible enemigo para Roma, a quien puso a dos dedos de su pérdida.

Había un país rico y poblado que estaba muy lejos de Italia, pero donde los romanos no tenían ya amigos; aquel país se llamaba España, y en aquel tiempo era la más fiel aliada de Roma una ciudad llamada Sagunto, que era muy grande y muy populosa.

Un día que los saguntinos en nada menos pensaban que en hacer la guerra, Aníbal se presentó de repente delante de sus murallas con un grande ejército, anunciando que era su enemigo, porque amaban a los romanos.

Ya podéis pensar cuanto se desesperaron aquellas gentes cuando oyeron esto, pero no pudieron decidirse a entregar a Bruto (1) todas sus riquezas y resolvieron defenderse, esperando que vendrían a socorrerlos, pero los cartagineses eran los más fuertes, y los saguntinos vieron muy pronto que estaban perdidos sin recurso; entonces encendieron una grande hoguera en la plaza pública, en la que se arrojaron todos los vecinos con sus tesoros y allí perecieron.

Así que se supo esto en Roma, todos se incomodaron con la mala fe de los cartagineses, que habían sorprendido así a aquellos pobres saguntinos, y declararon otra vez la guerra a Cartago, que la estaba deseando para vengarse de las derrotas que había sufrido.

Aníbal salió al momento de España para dirigirse a Italia con todo su ejército y un gran número de aquellos terribles elefantes, de que los romanos habían tenido antes tanto miedo; y cómo era un general muy hábil y valiente, venció todos los obstáculos que se le ponían por delante.

Atravesó grandes ríos, y logró pasar unas montanas que llaman los Alpes, donde no había entonces ningún camino abierto, las que casi siempre están cubiertas nieve.

Para abrir un paso a sus elefantes y caballos, dicen que mandaba echar en las rocas vinagre hirviendo, lo que las hacia abrirse por mitad. Si hubierais visto a aquellos pobres soldados arrastrándose por la nieve con sus armas y cayéndose muchas veces en precipicios sin fin, donde murió un gran número de ellos, os hubiera dado mucha lástima, y en efecto era un triste espectáculo.

Sin embargo, Aníbal venció todos aquellos peligros, y al fin se presentó en Italia, donde podéis pensar que se asustaron mucho con su llegada.

Pero fue mucho peor todavía cuando venció uno después de otro a varios ejércitos romanos, que destruyó enteramente. Sólo un dictador llamado Fabio fue el que, con su prudencia, puso a Aníbal en un gran peligro del que salió del modo que voy a contaros.

Ya sabéis que los bueyes tienen grandes cuernos, y como Aníbal tenia en su ejército un gran número de aquellos animales para mantener a sus soldados, le ocurrió la idea de atarles unos pequeños haces de leña en la cabeza y después los pegó fuego por la noche; asustados los animales con la llama que llevaban encima, corrían de un lado a otro y sorprendieron de tal manera a los romanos, que los cartagineses pudieron escaparse como quisieron.

Así que Fabio no fue ya dictador, Aníbal recuperó todas sus ventajas y habiendo sabido que dos cónsules, uno llamado Pablo Emilio y el otro Varrón venían a buscarle con todos los soldados que quedaban a los romanos, los salió al encuentro hasta el lugar de Cannas y los batió tan completamente que apenas algunos romanos pudieron escaparse. Pereció Pablo Emilio y el otro cónsul Varrón no debió su salvación más que a la velocidad de su caballo.

Estaba perdida Roma sin recurso si Aníbal hubiera querido, pero vais a ver lo que sucedió.

Cuando se supo esta desgracia en aquella gran ciudad, no se oían por todas partes mas que voces y gemidos; se veían por las calles las infelices madres tirándose de los cabellos y abrazando a sus niños, que lloraban lo mismo que ellas, y los hombres tristes y silenciosos ya no sabían qué iba a ser de ellos.

Aquel mismo Fabio que había peleado con Aníbal, fue el único que conservó todo su valor en aquel primer momento; prohibió a las mujeres que salieren de sus casas, porque la vista de su desesperación haría a los hombres más tímidos todavía, y una ley las prohibió usar joyas de oro y de púrpura, porque hubiera parecido que insultaban al luto y a la miseria pública.

Fabio no se contentó con esto, sino que reunió los senadores a quienes había dispersado el terror, e hizo tanto con su ejemplo que todos volvieron a cobrar el valor, y que cada uno quiso ser soldado sin pensar más que en pelear, y cuando el cónsul Varrón volvió a Roma con los restos del ejército que quedaron en Cannas, le salieron al encuentro para darle gracias por no haber desesperado de la salvación de la República; porque los romanos de aquel tiempo tenían todos la misma grandeza de alma que Fabio para sufrir la desgracia.

Aníbal se admiró tanto cuando supo todo esto, que creyó haber hecho bastante con haber asustado a los romanos de aquella manera, y se detuvo con su ejército en una ciudad de Italia llamada Capua, donde descansó todo el invierno.

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(1) Debe ser un error del traductor, en el original dice el autor, Lamé Fleury, Aníbal (N. Torre de Babel Ediciones).

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