DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO(1887-1910) |
LIBRO DE APOLONIO, poema medieval (literatura)APOLONIO (LIBRO DE)Literatura. En la primera mitad del siglo XIII, según todos los indicios, se escribió en España un poema titulado Libro de Apolonio. No se sabe quién fue su autor, ni la época cierta, ni el lugar en que fue escrito. Está en cuartetas alejandrinas o cuaderna via que el poeta llama nueva maestría; consideración que unida a otras que se desprenden de la lectura del poema, dan suficiente motivo a los críticos para creerle muy poco posterior a los tiempos de Gonzalo de Berceo, cuyas obras son las primeras que en España se escriben en dicha forma poética. Pertenece el poema a la literatura erudita, no sólo por sus formas artísticas, en que se busca ya la perfección posible en el estado de la versificación y de la lengua, sino también por su asunto, extraño a la historia de España; y debió escribirse en Aragón, porque abunda en catalanismos. La leyenda de Apolonio, rey de Tiro, nació en Oriente; y se escribió según lo mas probable en los tiempos de Justiniano. Marcos Velsero publicó en el siglo XVII una versión latina, opinando que procedía de los últimos tiempos del imperio romano; y el erudito Barthio cree que es de la época de Casiodoro, (fin del siglo V y primera mitad del VI) y se la atribuye a Symposio. El marques de Pidal, que publicó por primera vez el poema español de Apolonio, entiende que pueden concertarse ambas opiniones, resultando que la leyenda es del siglo IV al V. En España era conocida esta leyenda por los siglos XI a XII, época a que pertenece un códice de la Biblioteca Nacional que, entre otros varios tratados, contiene éste de Apolonio. Algún ilustre escritor insinúa que tal vez trajeron a España esta leyenda San Leandro y los demás obispos desterrados por Leovigildo, cuando volvieron de Constantinopla, llamados por Recaredo; o que quizá vendría mas adelante con los primeros cruzados. Sea como fuere, entre los pueblos de Occidente, quizá en España es donde primero se conoce la leyenda de Apolonio, y se escribe en leyenda vulgar antes que en ninguna otra literatura. El autor del libro de Apolonio no se limitó a poner en verso castellano la leyenda latina, sino que la modificó y amplió en gran manera, aspirando a la originalidad posible; y, como todos los escritores de aquella época, da carácter y colorido nacional y cristiano al personaje y a las costumbres que en el poema se describen. Apolonio, que en la leyenda es un filósofo pagano, aparece en el poema español como un príncipe cristiano y fervoroso; y todo cuanto hace y todo aquello en que interviene tiene marcado el sello de la Edad Media. Lo propio sucede en el poema de Alejandro, de que ya hemos hablado y en todos los de aquel período poético; y ya se indicó allí la causa de este anacronismo, en que incurren aun los grandes autores de los siglos de oro de la Literatura; pues los españoles todo lo pintan a la española y los franceses a la francesa, y así los demás. Apolonio no es un guerrero ni un conquistador, sino el varón justo que después de muchos riesgos y quebrantos halla aún en la tierra la recompensa de su bien obrar. Este género de leyendas estuvo muy en boga en la Edad Media, y, como en algún otro lugar observaremos, se explica perfectamente que así fuera. En las peregrinaciones, en las guerras, en las cruzadas, era menester abandonarse confiadamente en brazos de la Providencia que muchas veces, en efecto, recompensaría con triunfos y prosperidades las privaciones y peligros cristianamente sufridos; y para alentar esa confianza y esa fe, se escribieron y propagaron muchas leyendas, con base más o menos histórica. La de Apolonio se extendió por toda Europa, escribiéndose en casi todas las literaturas, y forma parte de la Gesta romanorum, compilación de historias, anécdotas y leyendas morales para uso de los predicadores; en la cual el capitulo lleva este epígrafe: De tribulatione temporali, quæ in gaudium sempiternum postremo commutabitur El poema español empieza exponiendo el argumento en estas palabras: El rey Apolonio, de Tiro natural, Que por las aventuras vistó gran temporal, Como perdió la fija et la muger capdal, Como las cobró amas, ca les fué muy leyal.
Huyó, en efecto, Apolonio a Tarso; pero allí también le persiguió el poderoso Antíoco, que puso a precio su cabeza, teniendo Apolonio que esconderse en casa de Estrangilo y marchar después a Pentapolín, a cuyas playas llegó náufrago, desnudo y sin sentido, por haber perecido todas sus naves en una tempestad. Recogido y amparado por un pescador, se abre camino en la ciudad con la música y el canto, llegando a ser maestro de Luciana, hija del rey Architrastes, que, prendada de él, obtiene de su padre permiso para casarse con Apolonio, averiguada su regia estirpe. Poco después se supo que había muerto Antíoco, y Apolonio trató de restituirse a su reino de Tiro. En la travesía dio a luz Luciana una niña; pero ella quedó sin vida, al parecer; y Apolonio, para que no se perdiese toda la nave, según la creencia supersticiosa del piloto, resuelve, aunque con gran pena, arrojar al mar el cadáver de su esposa; y así lo hace, bien que metiéndolo en una caja embetunada en que no pudiese penetrar el agua, y colocando un escrito en que rogaba que la diese cristiana sepultura quien quiera que la hallase. El féretro va a parar a Éfeso, donde un médico, tratando de cumplir el ruego de Apolonio, ordena el embalsamamiento del cadáver de Luciana, en la cual hallan señales de vida, logrando que la recobre por completo; y la infeliz, aunque semi-resucitada Luciana, entra en un monasterio dedicado a Diana y allí se resigna a pasar la vida. Apolonio, en tanto, va otra vez a Tarso; y dejando a su hija Tarsiana y su aya al cuidado de Estrangilo y de su mujer, Dionisia, se marcha a Egipto, jurando no cortarse las uñas ni las barbas hasta que pueda casar bien a su hija. Retirado Apolonio, muere Licórides, el aya de Tarsiana, que la revela su alto y extraordinario origen; pero en vez de tener las fortunas de princesa, empezó la pobre niña a sufrir grandes amarguras y persecuciones. Dionisia, la mujer de Estrangilo, envidiosa de Tarsiana porque era preferida a una hija suya, encargó a un criado que la asesinara; y si no se llevó a cabo el mandato de Dionisia fue porque en el momento crítico y supremo aparecieron unos piratas que hicieron huir al asesino y se apoderaron de la desdichada doncella. Llevada ésta a Mitilene, fue vendida como esclava, y estuvo en peligro, y puesto en precio su honor; salvándose la pobre niña con ofrecer mayor lucro a su codicioso dueño, dedicándose a la música y al canto por las calles y plazas de la ciudad, como lo hace, logrando grandes ganancias. Así andaba Tarsiana, cuando una tempestad arrojó a las playas de Mitilene a su desgraciado padre Apolonio, que, terminado el plazo de su retiro, había ido a buscarla a Tarso, creyendo hallarla en casa de Estrangilo: mas como éste y su mujer le dijeron que Tarsiana había muerto, y hasta le enseñaron su sepulcro, el desconsolado Apolonio huyó de Tarso para ir a morir a Tiro, arrivando náufrago a Mitilene. Sus compañeros de navegación desembarcaron y por ellos se enteró Antinágoras, príncipe de la ciudad, de las aventuras de Apolonio, que no había querido salir de la nave; y le visita, y trata de consolarle y animarle con ofrecimientos hospitalarios y morales reflexiones, ocurriéndole, por fin, traer a su presencia la bella y afamada juglaresa para que le distraiga. En vano se presenta Tarsiana ante Apolonio: la tristeza del pobre rey de Tiro no se disipa con la música, ni con el canto, ni con los enigmas que Tarsiana le propone y que él descifra; diciendo, al cabo, a Tarsiana que le deje solo. Ella resiste, tratando de consolarle, movida de piedad y de secreta simpatía; y hasta lleva sus brazos al cuello de Apolonio, que, intentando castigar lo que juzgó acción liviana, da una terrible bofetada a la juglaresa, cuyo rostro se baña en sangre. A las quejas y lamentos de la infeliz que, de pasada, refiere algunas de sus desdichas, doliéndose de su suerte, siente Apolonio pena por lo que ha hecho y gran interés por la juglaresa, llegando a concebir alguna esperanza de que sea su hija, como lo conoce inmediatamente al oír el nombre del aya; entregándose a los mayores transportes de alegría al encontrar a la hija que lloraba muerta. Ya todas son fortunas y felicidades para Apolonio. Después de casar a su hija con Antinágoras, que de antiguo amaba a Tarsiana y había respetado su inocencia cuando el vil dueño la puso a precio, y de castigar a éste, parten todos a Tiro, apareciéndoseles en la travesía un ángel que anuncia al rey que su esposa vive y está en el templo de Diana, en Éfeso. Hallada Luciana, que colma la alegría general, va Apolonio a Tarso a castigar a Estrangilo y Dionisia, y luego a Antioquía, donde deja a sus hijos Tarsiana y Antinágoras por reyes, pues al morir la hija de Antíoco le había legado el reino. Finalmente visita a su suegro Architrastes en Pentapolín, donde Luciana da a luz un hijo que heredará el trono; y premiando generosamente al pescador que le había socorrido al llegar náufrago a aquellas playas, vuelve a Tiro a reinar y morir entre el amor de su pueblo. Así termina el poema, que no carece de interés, ni menos de sencillez y unidad; pero los recursos dramáticos, sobre inverosímiles, son muy pobres, y sólo el reconocimiento de Tarsiana y su padre tiene verdadero atractivo. El tipo de Tarsiana es muy bello y simpático, por su desgracia y por su virtud. Tarsiana es nada menos que una princesa; ignora su estirpe; se ve entregada a un asesino y después a piratas y rufianes, saliendo ilesas su vida y su inocencia de todos los peligros, sin otros medios defensivos que sus lágrimas y oraciones, su pureza, su dolor y sus talentos naturales. La tierna niña es tipo hermoso de la doncella cristiana, y lástima es que el poeta no haya dado más verisimilitud a la separación de Apolonio de su hija. Como ya observó el Sr. Amador de los Ríos, el tipo de Tarsiana, más o menos alterado según los siglos y los pueblos, renace en la Politania de Timoneda, en la Preciosa de Cervantes y en la Esmeralda de Víctor Hugo. Todas son de ilustre estirpe, y se ven expuestas a los peligros del mundo, y ganan el sustento cantando en las plazas públicas. La Esmeralda, sin embargo, dista ya mucho de la sencillez, del candor, de la pureza inocente de Tarsiana, más imperfectamente dibujada, como creación de un arte primitivo, pero más hermosa y más amable que la heroína moderna que, por otra parte, termina sus días desastradamente. Así lo pedía el furor homicida de la escuela romántica que nació a fines del pasado siglo y llenó la primera mitad de éste; siendo en ella de rigor, no ya lo trágico, sino lo horroroso, lo desconsolador, lo que borrara de la mente de los hombres hasta la idea de la esperanza. Las otras figuras del libro de Apolonio son menos interesantes que Tarsiana; pero todas están bien delineadas, aunque tienen escaso colorido. Luciana es una esposa amante y fiel; Antinágoras un noble protector de la inocencia; Architrastes un padre sencillo y bondadoso. Los malvados y codiciosos, todos son castigados en el poema, en el cual aparecen, al cabo, triunfante la virtud y ensalzadas la fe y la confianza en la Providencia de Dios. |
Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (vol. 2, pág. 415 – editado: 3-10-2007) LIBRO DE APOLONIO, poema medieval (literatura) |