DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO(1887-1910) |
SIMÓN BOLÍVAR, el Libertador, independentista americano fundador de la República de Bolivia; su vida (biografía)BOLÍVAR (SIMÓN)Biografías. Fundador la República de Bolivia. Se le apellida el Libertador. Nació en Caracas el 24 de julio de 1783; murió cerca de Santa Marta el 17 de diciembre de 1830. Fueron sus padres Juan Vicente Bolívar y Ponte, y María de la Concepción Palacios y Sojo, ambos de ilustre familia y de elevada alcurnia. Terminada su educación, joven aún, concibió el proyecto de recorrer la Europa en busca de útiles conocimientos, a cuyo efecto pidió pasaporte para España; visitó de paso a Méjico y la isla de Cuba; se dirigió a los Estados Unidos y de allí a Italia, Francia y España. Asistió en París a la coronación de Bonaparte y contrajo matrimonio en Madrid con una sobrina del Marqués de Toro. De regreso a su patria, entregóse por completo a las dichas del hogar y al fomento de su cuantiosa fortuna. En esta época fue nombrado capitán de las milicias de los Valles de Aragua, primer cargo militar que desempeñó. La felicidad que disfrutaba fue efímera; una epidemia invadió el país e hizo una de sus víctimas en la esposa de Bolívar. Agobiado éste por el dolor que le causara tan inesperada pérdida, cayó en profunda tristeza y melancolía, y abandonando a América continuó sus viajes por Europa. Vuelto por segunda vez a su patria, establecióse en Caracas y dio comienzo a ese período de su existencia en que ni es posible seguir la febril actividad de su cuerpo, ni los luminosos destellos de su inteligencia, que al reflejar en las vastas soledades del Nuevo Mundo crearon las nacionalidades americanas. Ejercía el cargo de capitán general de Venezuela Vicente Emparán; mostróse este general decidido a proclamar la nueva dinastía que violentamente se encumbraba en España. Bolívar sorprendió sus designios, y a la mágica voz de su protesta estalló la revolución de Caracas del 19 de abril de 1810. La Junta suprema le nombró coronel, confiándole la misión de dar al gabinete inglés cuenta del cambio de gobierno. Marchó Bolívar a Londres y obtuvo de la Gran Bretaña la solemne promesa de que ésta no intervendría en nada en los asuntos y negocios de la América meridional. Conseguido este satisfactorio resultado, se trasladó a Caracas y se dedicó sin tregua ni descanso a la consolidación de su obra. Ante sus ardorosas palabras llenas de fe, formáronse los ejércitos, y desde este instante su vida fue una serie no interrumpida de heroicas acciones y de sublimes hechos. A su gigantesco esfuerzo se debió el acta de independencia de 5 de julio de 1811, en la que, a la par que se retaba al poder peninsular, se sustentaban los principios filosóficos modernos. Refugióse en Cartagena, buscando asilo contra sus perseguidores, y en las orillas del Magdalena (1812) hizo frente a los españoles en los instantes en que su patria era desgarrada por las más cruentas luchas intestinas. Sus proezas en Cucuta, los Taguanes y Araure señalaron a la América el hombre destinado para establecer el imperio de la libertad. Nególe la diosa fortuna sus favores, y en las infaustas jornadas de Cura, Urica y la Puerta perdió Venezuela su independencia. Huyó Bolívar a Nueva Granada; su mudada suerte hizo inútiles sus servicios al Congreso general, y en vísperas del asedio de Cartagena por Morillo, emigró Simón a la isla de Jamaica. Salvóse en ésta del puñal asesino, y sin arredrarse al contemplar su pasada fortuna y su presente desgracia, zarpó de los Cayos con trescientos hombres y renovó en Margarita la brillante epopeya, comenzando el acto final de la revolución de Venezuela. Guió al combate a los suyos desde montañas de Caracas a las riberas del Apure, y desde los llanos de Casanare a las bocas del Orinoco; y sus soldados, faltos de armas y de alimento, aprendieron a vencer en las batallas de Guayana, Calabozo, el Sombrero y San Fernando, si bien fueron derrotados en la Puerta, Hogaza y Cumaná. Nueva Granada, en tanto, gemía bajo el peso de férrea mano; Bolívar escuchó sus lamentos, y cual nuevo Aníbal, atravesando inaccesibles montañas, profundos ríos y anegados páramos, apareció, triunfando de la naturaleza, cual genio vengador, en sus campos; luchó en Gameza, Vargas y Donza, coronándose de laureles, y en el inmortal combate Boyacá obtuvo, por su valor y pericia, el triunfo, levantándose como consecuencia en todo el territorio granadino altares a la libertad. Celebróse el Congreso de Angostura, compuesto de representantes de las provincias libres de Venezuela y Nueva Granada, y el 17 de diciembre y de 1819 nació la República de Colombia, concediendo a Bolívar el titulo de Padre de la patria. España pactó con la naciente República, y Bolívar y Morillo firmaron un tratado regularizando la guerra, tratado que llena una de las páginas más brillantes de la historia militar del gran americano, pues en aquel documento resplandece la hidalguía y humanidad de su corazón. Renovadas las hostilidades en los llanos de Carabobo, con el triunfo de Bolívar quedó definitivamente asentada la libertad de Colombia. Cubierto aún con el polvo de la batalla, voló a los valles que fecundizan el Táchira y el Zulia, y prosternado ante la soberanía nacional juró cumplir la Constitución de la República. No contento todavía, partió a romper las cadenas de los hijos del Ecuador, y en las jornadas de Bomboná emancipó aquella comarca, viniendo a ser Quito parte integrante de la República. Los infortunios de un pueblo hermano obligaron a Bolívar a recoger nuevos laureles en los Andes del Perú; luchó con el abatimiento de los suyos, con la confusión y apatía de los que iba a redimir, y si en Ica, Moquegua y el Callao el dios de las batallas puso a prueba su constancia, en Ayacucho quedó para siempre establecida la independencia americana, naciendo en las provincias del Alto Perú (agosto de 1825) una República que adoptó por nombre el de su libertador: la República de Bolivia.
Esto hizo como general. Si fuese dable, de él podía decirse que, como político, se superó. Comprendiendo que no era posible pasar del sistema que los regía a un sistema federal, no sólo por lo brusco del cambio, sino por las diferentes y heterogéneas masas que componían su patria; juzgando que no era prudente excitar las pasiones, se limitó a presentar en el congreso de Angostura, a la par que dimitía el mando supremo, un proyecto de Constitución; en él se proponía la creación de un gobierno parecido al de Inglaterra, que contuviera en el Estado la fiebre democrática enfrenando la ambición. Proponía también Bolívar la creación de un Senado vitalicio y una aristocracia constitucional en que se uniesen los talentos de las órdenes civil, militar e industrial, sumando así la nobleza, la riqueza y el talento. Sus esfuerzos fueron inútiles: se creyó que atentaba a los sagrados derechos del hombre, y el pueblo no le atendió. Los legisladores del Congreso desoyeron su voz y se dejaron llevar de su optimismo político. El tiempo vino a demostrar cuán acertados eran los designios de Bolívar; mientras éste llevaba en triunfo hasta las frías cimas del Potosí las banderas de Colombia y fundaba una República, su patria se hundía en el caos merced a levantamientos militares y a la bancarrota que pretendía imponer su infamante sello a aquella sociedad. Bolívar regresó: al pisar el suelo patrio serenó sus turbaciones, y al rayar el año 1827 salvó la crisis sin derramar una gota de sangre y conservó la República sometiéndola a su autoridad. Antes de reunirse la gran Convención de Ocaña, pasó Bolívar por terribles pruebas: sueltas todas las pasiones, pareció que había llegado la hora de fatal término para el Estado que con tanto anhelo fundó Bolívar. Hollada la Constitución, disuelta la Asamblea sin haber podido hacer el bien de su nación, Colombia vio con terror el abismo en cuyo borde se agitaba, y para no perecer se entregó en alma a Bolívar, proclamándole Dictador. Éste, con singular ejemplo, moderó su poder, promulgando el decreto orgánico y convocando la Representación nacional para 1830. En la noche del 25 de septiembre de 1828 se atentó contra su existencia: la ponzoña de la calumnia manchó su acrisolada vida, suponiendo que el Dictador pretendía una presidencia vitalicia. Desde este instante Bolívar decayó: no olvidaba que la historia podía poner sobre su frente el estigma de tirano; en su grandeza de alma no fue capaz de comprender las miserias y rencillas de aquéllos que le rodeaban, y quedó en medio de aquella torpe sociedad, como ciclópeo monumento, grande, majestuoso, pero solo y desconocido. Reunido el Congreso, Bolívar rechazó la primera magistratura, pidió a sus amigos que le librasen de ella, y se retiró de la vida pública. Quiso marchar a Inglaterra, pero a la capital del Magdalena acudieron todas las personas notables para disuadirle de su idea; convenciéronle de que era necesario para el bien común su permanencia en el país, y, resignado, se quedó; pero minada su salud por la terrible enfermedad que en servicio de su patria contrajo, y herido en su alma por tanta injusticia y por el inicuo ostracismo que decretó el Congreso de Venezuela, la tisis se apoderó de él y le llevó al sepulcro a los cuarenta y siete años y medio de edad, el mismo día en que la República conmemoraba su undécimo aniversario. Si como general y político fue noble y generoso, como hombre y caballero fue incomparable. Madurado precozmente su entendimiento por el amor al estudio y los viajes, practicó en su vida privada todas aquellas virtudes que en la pública fueron su más justo galardón. El haber manumitido en un solo día más de mil esclavos que poseía, y el haber dispuesto que en su lecho mortuorio se quemasen todos los documentos y correspondencia que poseía, nos demuestra que en su pecho no se abrigaban bajos sentimientos y que prefirió quedasen en la historia sin justificación posible muchos de sus actos, antes que sonrojar y desprestigiar quizás a sus más enconados enemigos. La posteridad le ha hecho justicia, y su nombre es pronunciado en América como la personificación más augusta de la guerra comenzada en 1810. Varios son los monumentos elevados a su memoria: Caracas, su ciudad natal, ostenta en una de las capillas de su catedral un mausoleo a él dedicado; y, coincidencia singular, en el mismo sitio en que, proclamada la independencia de Venezuela el año de 1811, se enarboló el pabellón nacional, ondeando las banderas ante el ejército y el pueblo, hoy se alza su estatua ecuestre. No existe capital americana que en sus paseos y edificios públicos no recuerde el nombre de El Libertador. Su patria ha honrado su nombre concediéndoselo a diferentes condecoraciones. El Busto del Libertador fue decretado por el Congreso constituyente de la República del Perú por ley de 12 de febrero de 1825, ratificada por el Congreso de Colombia en 11 de junio de 1826. Esta medalla tiene en el anverso el busto de Bolívar y la leyenda A su Libertador Simón Bolívar, y en el reverso las armas del Perú y la leyenda El Perú restaurado en Ayacucho, año de 1824. Otra fue decretada por el primer Congreso de la República boliviana; es una medalla de plata: en el anverso ostenta el busto con la leyenda Simón Bolívar Libertador de Colombia y del Perú, y en el reverso el cerro del Potosí con numerosos socavones; vese al pie la ciudad, y el sol de los Incas corona el cerro. La leyenda dice: Potosí manifiesta su gratitud al genio de la libertad, 1825. Existe otra medalla, aunque no se conoce la autoridad que la decretó; tiene el busto de Bolívar con esta leyenda: Colombia a su libertador, y en el reverso la inscripción Simón Bolívar, ilustre general, sabio legislador, ciudadano íntegro, libertador padre de la patria, en medio de dos lazos de laurel. El filósofo Benjamín Constant, refiriéndose a Bolívar, emitía su juicio diciendo: «Si muere sin haberse ceñido una corona, será en los siglos venideros una figura singular. En lo pasado no tiene semejante, porque Washington no tuvo nunca en sus manos, en las colonias británicas del Norte, el poder que Bolívar ha asumido entre los pueblos y desiertos de la América del Sur.» Para terminar, consignaremos las palabras de un distinguido escritor americano, el Sr. Madiedo, que decía: «En Bolívar se simbolizaban todos los grandes caracteres del mundo americano: ese sol tropical, siempre abrasador y fecundante; esos ríos poderosos; esos montes gigantescos; esos inmensos desiertos, tan bellos en sus pompas salvajes: todo tenía en él algo de esa grandeza original. Su mirada viva y creadora como ese sol; su voluntad fuerte e irresistible como esos ríos; su corazón altivo como esas montañas; su alma vasta como esas interminables y suntuosas soledades.» |
Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (vol. 3, pág. 744-745) SIMÓN BOLÍVAR, fundador de Bolivia; su vida (biografía) |